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DE CUERPO PRESENTE

BICIFOBIA

CARMEN VELASCO

Viernes, 11 de diciembre 2009, 03:15

Qué conductor no ha aparcado en segunda fila o encima de un bordillo alguna vez? ¿Quién no ha dejado el coche en un vado mientras esperaba a una persona o 'descargaba' a sus hijos o nietos en la puerta del colegio? ¿Qué automovilista se ha pasado por su 'claxon' la preferencia del peatón en un paso de cebra? ¿Nadie? No me lo creo. Dejemos el coche bien estacionado, fijémonos en los viandantes que cruzan la calle con el semáforo en rojo porque no pasa ningún vehículo, o bien, atraviesan la calzada en cualquier tramo al margen del paso de peatones. Escenas habituales, ¿verdad?

Ningún conductor o peatón recrimina al otro su infidelidad a las normas. Existe un velado clima de tolerancia porque en la forma todos cometemos las mismas infracciones. Todos, menos los ciclistas porque, para muchos, los que circulan en bici son el enemigo: roban espacio, interrumpen el paso, no llevan la velocidad correcta, su presencia incordia.

No soy una kamikaze de la bicicleta ni una talibana del código de circulación, pero encima del sillín se observa una incívica animadversión hacia los ciclistas tanto si circulan por la acera como si no. Reflexionen un poco. Quien pedalea se juega la vida con un chasis de carne y hueso mientras se mueve por una ciudad-tetris (en la que la bicicleta-pieza nunca encaja) sin contaminar, sin hacer ruido y sin castigar el planeta.

Valencia no está pensada para manillar y pedales, salvo por los espléndidos 200 días de sol y una trama urbana sin pendientes. En el casco histórico -ése que la mayoría de ciudades europeas tienen cerrado al tráfico- el carril bici es el gran ausente; en algunas calles menos céntricas existen, pero son inconexos y no conducen a ningún sitio -de pronto, desaparecen-; y los de última creación -esos pintados a veces de verde y otras de rojo- están en grandes avenidas del extrarradio. Quien se sube a una bicicleta pedalea sobre una calzada que se asemeja al corredor de la muerte, o bien, sobre una acera que se erige como el coto reservado al 'modélico' peatón que está acostumbrado a realizar concesiones a las motos, que aparcan a sus anchas. Sí, ya sé, está el río. Pero en el lecho, el virus de la bicifobia también cala.

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