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Jueves, 7 de enero 2010, 11:21
El centenario proyecto de prolongación de la avenida Blasco Ibáñez acaba de sufrir un nuevo contratiempo con la decisión del Ministerio de Cultura de obligar al Ayuntamiento de Valencia a paralizar los derribos de inmuebles, frente a doce sentencias judiciales que avalan la legalidad del plan. La vieja aspiración urbana de Valencia de disponer de una conexión directa entre el centro y la playa parece condenada a dormir en las estanterías del archivo municipal.
El entrañable barrio del Cabanyal atesora en sus calles unos indudables valores arquitectónicos que merece la pena conservar. Eso explica que buena parte del mismo disfrute de una catalogación de Bien de Interés Cultural, que es la que, supuestamente, habría llevado al Ministerio a intervenir. Pero cualquier mínimo conocedor de la realidad del Cabanyal sabe que desde hace más de cincuenta años, el barrio sufre un imparable proceso de degradación, acelerado en los últimos años por culpa de las actividades relacionadas con el tráfico de drogas y por la presencia de grupos marginales. Digámoslo claro, el abandono de tantos años hace irrecuperable en buena parte el sentido original e histórico del barrio por lo que se precisa una mirada nueva si lo que se busca es su revitalización.
En este contexto de ruina y de deterioro urbanístico, el proyecto de prolongación de Blasco Ibáñez se puede configurar como una oportunidad única para un barrio que debe ser una pieza indispensable en el desarrollo de Valencia. El citado proyecto sólo afecta a una pequeña parte de la zona protegida y, por el contrario, debe servir para sanear e impulsar todo el conjunto. La prolongación puede ser buena para Valencia y tiene, necesariamente, que ser buena para el Cabanyal. Y para ello, el Ayuntamiento tiene como obligación mejorar dos aspectos críticos y que han de servir para dar mayor credibilidad, sosiego y proyección a su planteamiento. De un lado, debe estudiar si algún edificio específico merece ser conservado, bien integrándolo en el proyecto de la prolongación, bien buscando su traslado dentro de la nueva fachada del barrio. Y segundo, y más importante, el consistorio debe hacer públicas sus inversiones e iniciativas para el Cabanyal más allá de lo que afecta a la pura continuación de Blasco Ibáñez. Al consistorio, ciertamente, le ha faltado hacer explícita una apuesta global sobre el Cabanyal y ahí tiene una oportunidad evidente de construir ciudad, máxime sabiéndose con la confianza de los vecinos del Marítimo, que han respaldado la gestión de Rita Barberá en consecutivas elecciones municipales.
La sombra de la política. Lamentablemente, la sombra de la política ha estado presente desde un primer momento en este debate. El PP, con Rita Barberá al frente, siempre ha defendido la prolongación de Blasco Ibáñez hasta el mar. Y desde 1995, con su primera mayoría absoluta, la alcaldesa no sólo gana sino que arrasa en Valencia, incluyendo el distrito Marítimo y el mismísimo barrio del Cabanyal. Los vecinos han dicho sí una y otra vez a la nueva avenida. Contra toda lógica y de forma inesperada, con los derribos en marcha, aparece ahora el Ministerio de Cultura y paraliza el proyecto. El Gobierno socialista mueve ficha en la tercera capital española, una plaza que se le resiste al PSOE desde hace casi veinte años y sin la que es casi imposible alcanzar el poder en la Comunitat. La gestión de Rita Barberá, una política de reconocido prestigio y popularidad en toda España, es torpedeada desde el ministerio de González-Sinde. Pero doce sentencias a favor, y, sobre todo, el respaldo de los ciudadanos son argumentos más que sobrados para que el Ayuntamiento haga valer sus derechos e intente, con todos los medios que la ley pone de su lado, seguir adelante con la vieja aspiración de Valencia.
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