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PEDRO ORTIZ
Domingo, 10 de enero 2010, 11:19
El 24 de abril de 1958, Dionisio Vacas, trabajador de la Celulosa de Papelera Española, tenía 24 años recién cumplidos. Apenas un puñado de personas, entre ellos el arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, sabían que Vacas era el encargado de comenzar la que, adelantándose once días a una huelga general convocada por el Partido Comunista, sería la primera gran huelga en Valencia durante el franquismo. Luego vendrían las detenciones, las torturas y las represalias. Pero eso él no lo esperaba cuando a las nueve de la mañana de aquel día pulsó el botón que paralizó Papelera Española y a sus 2.800 trabajadores.
-¿Tan fácil fue?
-La fábrica de celulosa estaba tan tecnificada que apretando dos botones se paraba todo automáticamente. Y los apreté.
-¿Iba usted solo?
-Me acompañaban tres o cuatro oficiales. E inmediatamente se unieron los de Papelera, que, siguiendo consignas del PCE, tenían el paro previsto para el 5 de mayo; se sorprendieron, pero se unieron. Al caer la tarde estábamos en huelga los 800 de Celulosa y los 2.000 de Papelera.
-¿Y qué hicieron?
-Los jurados de empresa fuimos a Astilleros a comunicarles que estábamos en huelga. En cabeza íbamos Emeterio Monzó, José Montes, Francisco Cuenca y yo. También venía con nosotros un señor bajito, con mono azul que animaba: hay que parar, ya está bien de tanto fascismo. Y se unía gente del Cabañal, aplaudiendo. Yo estaba borracho de éxito. Se lo comunicamos al guarda de Astilleros y a unos trabajadores de allí. ¡Con una inocencia!
-No se unieron.
-No se unió nadie. Ni Astilleros, ni Macosa, ni Elcano, ni Altos Hornos. no se solidarizaron porque nosotros nos habíamos adelantado. La gorda se preparaba para el 5 de mayo. Volvimos a la Papelera y allí, sobre un montón de troncos, dábamos los mítines. No eran contra el régimen: eran contra la carestía de la vida y pidiendo botas y buzos contra las manchas de lejía. Y leche contra el cloro. Además, los salarios no eran de hambre, eran de auténtica miseria. Boniatos cocidos, mazorcas asadas y patatas eran el menú habitual.
-¿Cómo acaba la huelga?
-Mal. A las once de la noche nos pidieron al jurado de empresa que subiéramos a hablar con la dirección y a medida que íbamos entrando nos esposaban. Uno de aquellos era el que nos había acompañado en la manifestación por la tarde: aquel señor con el mono azul bajito y. bajito. Era el jefe de la Brigada Político Social.
-¿Estaba la policía sola?
-Y estaban los directores de las dos empresas, mi tío José Vacas, los jefes de personal. Y los máximos jerarcas del sindicato vertical. Esposados, nos metieron individualmente en unos furgones pequeños. Fue entrar en el coche y empezaron a lloverme patadas, puñetazos, codazos. Así me llevaron a la Jefatura de Policía, que estaba en la calle Samaniego, cerca de Serranos.
-Empezaba lo peor.
-Yo estuve después en el castillo de If, en Marsella, donde se inspiró Dumas para la mazmorra del Conde de Montecristo. Y dije: la conozco, es como aquella en la que yo estuve, pero limpia; la mía estaba llena de orines. Me sacaban y me pegaban con una dureza y una saña que no esperaba nunca. Yo no sabía que eso podía pasar. Ni estaba preparado. Cuando se cansaban de pegarte con los puños cerrados, con las porras, con las culatas, cuando te caías, llegaban las patadas. Y cuando ya perdías el conocimiento te arrastraban a la celda. A algunos policías de uniforme les oía decir: no hay derecho, si es un chiquillo.
-¿Y qué querían saber?
-Me preguntaban por mis contactos con el exterior y por Álex. Ya digo, como en las películas: en la cama, sujeto con esposas y a recibir golpes en el estómago. Y ni yo sabía qué significaban contactos con el exterior ni quién era Álex
-¿Y usted que decía?
-Que el único contacto que yo había tenido era con el secretario del arzobispo de Valencia y que la huelga se había decidido en el arzobispado. Y que yo no era de ningún partido, sino de las JOC (Juventudes Obreras Católicas). Pregúntenle a don Marcelino (Olaechea).
-¿Y era verdad lo del arzobispo?
-Pues claro. Con 18 años iba a la Escuela de Capacitación Social de Trabajadores, en Marqués del Turia. Y ahí me captó un tal Macario Bolado para las JOC. Me hablaban de cosas muy interesantes: de la pobreza, de la dignidad de las personas, de la lucha de clases.
-¿Quién estaba detrás?
-El arzobispo Olaechea, un hombre no bien mirado por el régimen. Había creado las famosas tómbolas de caridad y una red de organizaciones obreras haciendo casas baratas para los trabajadores: el barrio de San Marcelino, que por eso lleva su nombre, el de la Luz.
-Pero de ahí a incitar a una huelga.
-Yo comenté en el Palacio Arzobispal que había rumores de que se convocaba una huelga llamada de reconciliación nacional. Y eso al secretario del arzobispo no le gustó; me dijo que era proclive a hacer la huelga, pero separada de esa fecha, el 5 de mayo. Dije: pues se puede adelantar. ¿Y tú tienes posibilidad de adelantarla? Sí, porque tengo cierta ascendencia sobre los compañeros de Celulosa, que me han votado como enlace sindical. Yo ya había hecho bachillerato, por libre. Era enfermero, con el número uno de la promoción. Tenía incluso una beca de la Asesoría Nacional del Movimiento para estudiar Medicina.
-Paremos un momento. Háblame de sus años anteriores.
-Yo llego a Valencia desde Córdoba en 1937, con tres años y con mis abuelos. Evacuados. Mi padre estaba en el frente y mi madre en una fábrica de uniformes. Y acabada la guerra nos metimos tres familias en una chabola de dos por dos metros que usaban los guardias civiles de la playa, a cambio de que mi abuelo, que era zapatero, arreglase los zapatos de las familias que vivían en el cuartel de la Patacona. Así, hasta que llegó a Valencia José Vacas, primo hermano de mi padre, traído por Papelera para hacer la fábrica de celulosa. Nos contrató a mi padre y a mí.
-¿Cuántos años tenía usted?
-Diez. Era el aguador. Con dos botijos, a subir agua siete pisos. ¡Niño, agua! ¡Caray, cuánta bebían! Luego aprendí a leer y llegué a ser oficial de primera. Y practicante. Y enlace sindical.
-Y huelguista detenido. Volvamos.
-Seguían con Álex y los contactos. Un compañero me había llevado un día a un piso de Guillem de Castro y vi a unas personas que luego supe que eran del PCE. Si la policía hubiera preguntado por extraños contactos en el interior y no en el exterior, lo hubiera asociado. ¡Y hubieran detenido a todo el comité provincial!
-Pero seguía sin relacionar.
-Yo insistía en el arzobispo. Incluso confesé que la huelga se había adelantado porque el arzobispado no quiso hacerla coincidir con la del PCE. De hecho, el arzobispo fue quien evitó que nos juzgaran por delito de sedición. A la huelga de papelera le llamo la huelga que nunca existió: no ha habido nadie que se haya preocupado de meter los dedos de verdad para saber lo que ocurrió. Tras cinco días, me dijeron: «Mira, Dionisio, te vamos a hacer una proposición: si dejáis de lado al arzobispo no os acusaremos de sedición». Y, sin juicio, pasamos a la cárcel Modelo, donde no se vive mal; se pasa mal en las comisarías. Estuve solo unos meses encarcelado.
-¿Y después?
-Me quitaron la beca, me despidieron y me mandaron a la mili, que no la había hecho por estudios. A limpiar letrinas, en la caballería Lusitania, en Marines; me hinché a limpiar letrinas. Pero al poco llegaron regulares, que venían de Ifni; los accidentes con caballos se multiplicaron y a mí me necesitaban por ser enfermero. Como no me podían nombrar oficialmente me dieron de baja médica, pero fue una treta para ayudarles en la enfermería.
-Pero la mili se acabó.
-Y me quedé sin trabajo, sin nada, porque era desafecto al régimen. El secretario del arzobispo nos recibió y se limitó a decirnos que el arzobispo daría buenos informes nuestros. Me marché con la familia a Teruel, desterrado, a Villalba Alta, al lado de Alfambra. Todos los días me presentaba en el cuartel. El pueblo me acogió muy bien, porque yo no tenía nada, nada. En realidad, había perdido mi identidad, me sentía derrotado, no me creía persona.
-¿En qué trabajaba?
-De practicante, pero no podía ejercer oficialmente. Sobre todo hice partos: no cobraba pero me llevaban embutidos y de eso nos alimentábamos. Después, con autorización del cuartel, acabé Magisterio en Teruel: iba dos días a la semana, pero nunca ejercí.
-¿Cuándo vuelve a Valencia?
-En 1968, con informes favorables de la Guardia Civil. Ejercí de ATS por libre. Y entonces sí que ingresé en el PCE, gracias a Antonio Palomares.
-Y casi seguidas, más detenciones.
-En 1970 por un mitin en Económicas; las torturas habían aflojado, ya en la actual Jefatura de Fernando el Católico. La tercera en 1973 por una huelga de hospitales del país valenciano; yo trabajaba en el Centro de Rehabilitación de Levante y Manuel Broseta intervino a nuestro favor. Y la cuarta, por una Jornada de lucha en toda España. Nunca hubo juicio: sólo cárcel.
-No hemos hablado de Comisiones Obreras.
-El PCE me propuso a mí como encargado de crearlas, a finales del 60, junto con otros 12, de los que quedamos cuatro. Espere. Hay una detención de la que no me acordaba, la quinta, en 1976, durante un mitin en Santo Espíritu en una asamblea de 600 delegados de CC.OO. A cuatro nos llevaron al cuartel de Sagunto. Nos declaramos responsables máximos de CC.OO. y al día siguiente y después de un magnífico trato nos soltaron.
-Ese año sufrió un atentado.
-Sí, una bomba lapa en el coche. Nunca se supo quiénes habían sido los autores.
-Tenemos que hablar también del accidente de su hijo.
-Era 1982 y tenía 24 años. Era ATS y estudiaba Derecho en Santander cuando fue atropellado y muerto. Me volví loco. No regresé al Centro de Rehabilitación, rompí con la familia, con el sindicato, con todo, y me fui a un chalet que tenía en Liria a destruirme. Todo el día con la botella. Me bebí hasta el Mediterráneo.
-¿Cómo salió?
-Me salvó Antonio Palomares. Se presentó allí y me dijo: vengo a destruirme contigo. Y se quedó, hasta que a los cuatro días reaccioné. Entonces tras una beca en Argentina, me dediqué a la cerámica y de ello he vivido.
-Por cierto, ¿averiguó quién era Álex?
-No, no lo he podido saber nunca.
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