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BERNANT SIRVENT
Martes, 6 de julio 2010, 23:15
Hace un año, en el epicentro de la mayor crisis del ladrillo que tan bien conoce él, paradigma como el que más de lo que se ha dado en llamar burbuja inmobiliaria, el empresario alicantino nacido accidentalmente en un pueblo de Huesca, Enrique Ortiz Selfa, lanzó una propuesta que llenó portadas de periódicos de aquí y de acullá. Grupo Cívica, que así se llama el conglomerado de empresas de Enrique I del Ladrillo y de Alicante (y hasta del aglomerado asfáltico), ofrecía un puesto de trabajo a aquellos alicantinos que adquirieran un piso de su marca y, eventualmente, perdieran después de pasar por la notaría su empleo como consecuencia de la actual crisis.
No se conoce cuántos pisos ha registrado Ortiz de esta guisa, pero también en esto del márketing inmobiliario fue pionero donde los haya. Vaya, un visionario, que celebra sus 50 años desde el pasado 12 de enero siendo uno de los prohombres del mundo de la empresa que más rápido ha corrido hasta el pódium de la facturación no sólo de Alicante, sino de toda la Comunidad Valenciana. Unos 200 milloncejos al año, algo así como 34.000 millones de las antiguas pesetas.
Y eso que aún no ha arrancado, con CAM y Bancaja en el bolsillo, el proyecto de su vida. O sea, el megapolémico Plan Rabasa, una suerte de ciudad dentro de la capital de Alicante para 50.000 habitantes. Con pisos VPO y todo. Alrededor de 13.000 nuevas viviendas que, a día de hoy, devolvería el stock inmobiliario alicantino a un parque de decenas de miles de unidades casi, casi sin solución de continuidad. So pena que propusiera empleo para sus clientes en caso de caer en los tentáculos del paro y, además, novia-o casamentera-o.
«Es un campeón», aseguran algunos de los empresarios alicantinos a los que cae bien. «Tiene el don de la ubicuidad y el del armario ropero», advierten sus más críticos, entre quienes no faltan los faraones del hormigón armado de su círculo de estricta competencia. Esto hasta ahora, porque, como este diario informó hace escasos días, a Don Enrique no hay quien le quiera ya. Al menos, en lo tocante al coso multicolor en que ha devenido el llamado Plan E, donde hasta ahora siempre tocaba algo, cuando no un pito (nichos de cementerio) una pelota (campos de fútbol, rugby o aeromodelismo). Pues bien, Enrique I del Ladrillo y de Alicante ha optado a catorce concursos de importantes ayuntamientos de la provincia y no se ha llevado ni un solo trozo de la nueva tarta que regala Zapatero, a razón de 204,4 millones de euros hasta hoy.
No es que no lo haga bien el emprendedor constructor, que ahí tiene tranvías, hospitales, carreteras y edificios residenciales que siguen y seguirán en pie. Es que la chaqueta hay que llevarla antes a la tintonería, no sea que el traje tenga demasiadas manchas por mor de un implacable auto del juez del TSJ de Madrid, Antonio Pedreira, según el cual el constructor habría realizado pagos a la supuesta trama corrupta por facturas electorales del PP por unos 200.000 pepinos, perdón euros. Y ahora no hay alcalde que se atreva a dar el paso, con tanto sastre como hay merodeando la instrucción de los sumarios.
Pero a Don Enrique, como le dicen cientos de trabajadores de la gestión de residuos con abono fijo en el fondo norte, siempre le quedarán las contratas de limpieza de colegios y centros públicos, de calles, parques, fuentes y playas. Porque así lo decidió otro insigne de Alicante, ahora con acta de diputado y también con ínfulas de monarca: Luis XV, el ex alcalde Alperi que lo embaucó, mira por dónde, al mundo del fútbol, tan poco aficionado como era Ortiz al balompié y tanto a la brújula.
Pero había que salvar al Hércules de su gran atolladero con Hacienda, la Seguridad Social, los acreedores, los suministradores, los trabajadores, los futbolistas y todo bicho viviente que reclamara deudas entre los cuatro muros del Rico Pérez. Tras una década sin navegar los sábados o domingos por la tarde, el constructor Ortiz no sólo tapa agujeros en el Monte Tossal. Hasta saca punta al mazacote de hormigón, que recompra al Ayuntamiento, dicen, a precio de saldo a cambio de su rehabilitación. Que ni exigió el entonces alcalde ni tampoco lo hace ahora su sucesora Castedo, pese a los sustos que se han dado ya por culpa de chuzos de cemento juguetón en la zona de Preferente.
A Ortiz, salvador patrio también de la zona anexa a Terra Mítica con permiso de la necesidad que tenía y tiene la Generalitat de hacer caja, no le salen las cuentas con la reforma del Rico Pérez. Y ora busca construir un pirulín y zona de copeteo, ora hacer un estadio nuevo en Rabasa, ora recalificar suelo con alturas en Playa San Juan a cambio de remozar el actual campo. En negociaciones opacas de mesa y mantel, sin consenso político y con el efecto deseado del globo sonda. Una suerte de gobernar en Alicante que ya ha creado marca y escuela, a mayor gloria del Botellódromo, entre otros.
Si no hay Primera ni Plan E, a Enrique I del Ladrillo y de Alicante siempre le quedará (erre que erre) el hercúleo Rabasa, mucho le pese a las más bien escasas y acaso simbólicas hordas ciudadanas, atiborradas de rojos del caviar o bien de los que ahora sirven la merienda en el tuperware bajo el ficus de Benalúa...
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