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MARTA HORTELANO
Domingo, 12 de febrero 2012, 13:12
Tiene apenas 48 días para convencer a un partido dividido en tantos trozos como militantes le quedan de que él es la única apuesta posible para no empezar de cero y poder aspirar a pelear por las elecciones autonómicas de 2015. Pero lo cierto es que, aunque una parte del partido aún confía en este argumento, son más los que se han marcado como único objetivo desalojarlo de la dirección de la federación valenciana. Hay quienes dicen que el exalcalde de Alaquàs sólo está probando «la misma medicina que él ha suministrado durante sus años en el cargo». Y es que si algo ha conseguido el secretario general del PSPV es que históricos enemigos íntimos como Joan Lerma y Ciprià Císcar, o más recientes como Joan Calabuig y Manolo Mata, o Leire Pajín y Ximo Puig, se hayan puesto de acuerdo en que el problema del barco socialista es el capitán. Y como una imagen vale más que mil palabras, los protagonistas en cuestión no dudaron en dejar página impresa de sus preferencias en una foto en la que casi todos ellos brindaban por la derrota de su líder. Fue en Sevilla, en el congreso del PSOE. Quienes sujetaban la copa para desear suerte a Chacón, también lo hacían por la derrota de Alarte.
Jorge Alarte llegó a la Secretaría general del PSPV un 27 de septiembre de 2008 y tras 1233 días en el cargo, ha perdido las riendas del partido. Comenzó en política en 1995, de la mano de Ciprià Císcar. Tras un flirteo con Nuevas Generaciones del PP (dicen que llegó a asistir a algunas reuniones, aunque nunca se afilió) optó por el carnet del PSOE y desde su localidad, Alaquàs, comenzó su despegue en la vida de partido. La primera referencia orgánica de Alarte dentro del PSPV se remonta al congreso del partido en la Universidad Politécnica, en 1999. Un jovencísimo Jorge Alarte (26 años) junto con Francesc Romeu (ahora enemigo del primero) fueron las apuestas de Císcar para ganar el cónclave en el que Ignasi Pla se alzó con la victoria. En esa época comenzó a distanciarse de su padrino político hasta que en el año 2000, escenificó la ruptura total con su mentor con la creación del conocido como G-4. El grupo formado por los alcaldes de Quart, Xirivella, Benetússer y Alaquàs, se rebeló contra la posición de un entonces influyente Ciprià Císcar e hizo valer el saco de votos que los cuatro cosecharon en sus municipios para plantar cara al referente de la comarca de L'Horta. Así, Carmen Martínez, José Enrique Aguar, Josep Santamaría y el propio Alarte, se convirtieron en una especie de comando autónomo dentro del PSPV que se ganó la fuerza para, ocho años después, hacerse con el mando del partido.
Alarte encadenó tres mayorías absolutas y se labró la fama de referente en el PSPV, al tiempo que comenzó a pedir paso desde la ejecutiva de Ignasi Pla. El de Alaquàs se convirtió en el principal crítico con la gestión del entonces secretario general y comenzó a evidenciar en público sus ganas de jugar la partida para liderar el partido. De hecho, llegó a pedir a Pla que lo incluyera en las listas autonómicas para ser diputado en Les Corts, aunque el líder del PSPV le negó un escaño, consciente de la amenaza que suponía para su estabilidad orgánica tener al enemigo sentado detrás.
Pero seis meses después de las elecciones autonómicas, Pla dimitió. Alarte tardó horas en hacerse paso y anunció su candidatura al próximo congreso. Durante su precampaña llegó a verbalizar que entre sus planes entraba «jubilar» a referentes del partido como Joan Lerma, Ciprià Císcar o Carmen Alborch. Los mismos que, cuatro años después, pasan por jubilarlo a él. En ese momento, se comprometió con una frase lapidaria que hoy todavía resuena en el partido: «Si mi resultado es peor que hace cuatro años, me iré». Hoy, aún se la recuerdan.
Los cuatro años de Jorge Alarte al frente del PSPV han tenido sus más y sus menos, pero ahora, tras el congreso del PSOE, su rivales dentro de la federación que dirige han aglutinado una nueva mayoría para que no repita como secretario general en el congreso que los socialistas valencianos celebran del 30 de marzo al 1 de abril en Alicante.
El PSPV tiene a Alarte contra las cuerdas. El primer y más firme síntoma de debilidad orgánica se evidenció hace un par de semanas, con la elección de los delegados que entonces tenían que elegir al nuevo secretario general del PSOE. Tras días de números, cuentas y de negar la realidad de una partido que se le venía encima, su grupo de afines decidió echar un órdago al resto de familias del partido y hacer desaparecer al resto de sensibilidades de las listas de delegados. La respuesta: listas alternativas a la dirección. Excepto en Castellón, donde Alarte no obtuvo ni un solo delegado. En Alicante obtuvo cinco de 28 y en Valencia, su feudo, se quedó con un módico 35% de apoyos y 14 delegados. De hecho, el peso de Alarte en el PSPV quedó reducido a un 21,8%, frente al 79,2% que no controla. Y es que, como ahora le recuerdan todos los que apuestan por su salida de la dirección del partido, «ahora toma de su medicina».
Con su llegada a la Secretaría general del PSPV en 2008, comenzó la era Alarte. Fue elegido líder de los socialistas valencianos en un ajustado congreso con tres aspirantes. Francesc Romeu (que no logró los avales necesarios), Ximo Puig y él mismo. Ganó al alcalde de Morella por 20 votos, lo que evidenció la fractura del partido en un ajustado 51,3%. Los avales de la entonces secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, fueron claves. Su principal tarea fue la conformación de la ejecutiva, en la que renegó de la integración que pedía el partido. Eso sí, como hipoteca con Pajín colocó de número dos a Elena Martín, amiga de la alicantina. El castigo fue evidente y sólo logró el respaldo del 61% de los delegados para su dirección. En su discurso de aquel 28 de septiembre, el primero como líder del PSPV, abogó por el cambio. «Hay que elegir si continuamos como en los últimos 15 años o somos valientes y apostamos por el cambio. Si apostamos por la componenda y el reparto de poder de siempre, o hacermos otra cosa».Y hoy, el tiempo ha demostrado que optó por lo primero.
Durante dos años fue el secretario general a la sombra del portavoz parlamentario, Ángel Luna. La decisión de Ignasi Pla de no incluirle en las listas provocó esta bicefalia que tanto crtitcó el propio Alarte. Aunque lo cierto es que en la primera de sus decisiones importantes como líder del PSPV, la confección de listas autonómicas, eliminó cualquier posibilidad de rivalidad en los escaños socialistas que hoy lo dejan como el único aspirante al título con presencia en Les Corts. Aprobó unas candidaturas plagadas de afines, sin voces críticas ni representantes de las sensibilidades (o familias) que dan vida al socialismo valenciano. Lo mismo con las listas de las diputaciones provinciales o de los municipios más importantes.
La decisión le costó cara cuando las urnas le hicieron darse de bruces con la realidad. Alarte cosechó el pasado 22 de mayo el peor resultado de la historia del PSPV. Y para acallar las voces de dimisión y mantener la estabilidad que perdió en ese momento, hubo de suscribir un pacto con el sector lermista, liderado por Ximo Puig. Puestos en las listas al Congreso y la coordinación de las elecciones generales a cambio de mirar para otro lado.Los ecos de su promesa de abandonar el barco si no mejoraba los datos de Ignasi Pla le llegaban por todas partes. Alarte no cumplió y todavía sigue siendo secretario general «por responsabilidad».
Pero la paciencia del PSPV se agotó con los malísimos resultados de las elecciones generales. El principal problema del partido se convirtió en un verdadero puzle. Demasiada gente para pocos puestos. Es lo que tiene no gobernar en España, ni en la Comunitat. Los lermistas dijeron basta en el anterior comité nacional del PSPV. Retiraron el apoyo a Alarte y comenzaron a volar por libre. Al líder socialista le pedían integración, apertura del partido a la militancia y, sobre todo, recuperar la organización comarcal que tan bien le va al PSPV. Y Alarte dijo vale. El problema es que para ello hubo de enmendar a la totalidad su proyecto de partido. De hecho, ahora su hoja de ruta se ha desdibujado entre las guerras internas que nunca han dejado de sobrevolar Blanquerias.
El detonante ha llegado con el congreso del PSOE. El PSPV apostó en un 59% por Carme Chacón y en un 41% por Alfredo Pérez Rubalcaba. En el primer grupo, lermistas, pajinistas, ciscaristas y afines a la nueva corriente Esperanza Socialista. En el segundo, Alarte y su enemigo Francesc Romeu (que le vuelve a disputar la secretaría general). Y de la noche a la mañana, el frente chaconista se convirtió en un conglomerado anti-alartista. O lo que es lo mismo: un todos contra el secretario general.
En la última semana los dardos contra Alarte han llegado por todas partes. Joan Lerma recomendó trasladar la mayoría de delegados de Chacón a una nueva dirección del PSPV, Pajín habló de un «clamor» para cambiar al líder y apostar por «nuevos equipos», y los lermistas ya perfilan la presentación de su candidatura con un manifiesto que suscribirán todas las sensibilidades contrarias a Alarte. Y en esas, un nuevo G-4 de jóvenes alcaldes y portavoces que también han retirado su apoyo al secretario general y busca influir en el congreso.
¿Y ahora qué? se preguntan el PSPV. Lo cierto es que la historia del partido ha vuelto a repetirse con Jorge Alarte. Los mismos a los que buscó jubilación ya le buscan retiro a él.
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