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HÉCTOR ESTEBAN
Martes, 2 de octubre 2012, 14:35
La mixomatosis es la gran amenaza para los conejos. Una enfermedad vírica que durante los últimos años se ha convertido en una plaga mundial que afecta a estos mamíferos roedores. Una vez el virus afecta al conejo, el animal se vuelve apático, pierde el apetito y desarrolla fiebre. Si el conejo no tiene resistencia, en unos 13 días le sobreviene la muerte.
A Rafael Blasco, todavía portavoz del PP en Les Corts pero sin atribuciones, le apodaban «el conejo» varios de los imputados en la trama de ayudas a las ONG, según consta en el sumario que instruye la juez Nieves Molina. El escándalo de Cooperación se ha convertido en la particular mixomatosis del dirigente popular. Un animal político cuyo vocabulario gira en torno a un solo vocablo: resistir. Blasco sabe que, como le ocurre a los conejos, flaquear será su sentencia judicial. La carrera política, por otro lado, ya está finiquitada.
La Justicia decidirá si Rafael Blasco (Alzira, 9 de febrero de 1945), que ha sido finalmente imputado, es culpable o inocente. Si el portavoz popular inicia el paseíllo bajo los majestuosos portones del Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana se prevé un proceso farragoso, intenso y nada estético. Se incline la balanza a un lado o a otro, de lo que no hay discusión es que ha puesto final a su peculiar carrera política. En la intimidad, históricos socialistas brindarán con cava si ven caer al personaje más odiado por el puño y la rosa.
La de Blasco es la historia política más contada de la Comunitat. Gobierno y oposición se la saben de memoria. Pero estos últimos días, en el filo de la imputación, se han convertido en la radiografía exacta de lo que es, para lo bueno y para lo malo, Rafael Blasco.
Desde hace semanas, su aliento en el cogote del presidente del Consell, Alberto Fabra, en cada sesión de control en Les Corts incomodaba más de la cuenta. El jefe del Consell sin encontrar en el escaño la postura que le diera sosiego mientras Blasco, con solvencia, aguantando chuzos de punta con una irritante sonrisa. Ni la reproducción a voz en grito de las partes más zafias de las conversaciones contenidas en las grabaciones del sumario provocaron ni el más mínimo estímulo en la cara del portavoz popular.
El joven Blasco se curtió a la izquierda de la izquierda. Con el marxismo como fuente de inspiración se labró un futuro a golpe de escisiones de partidos matriz para crearse poco a poco su propia historia. Desafiando al franquismo en la última etapa de la dictadura como miembro del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP). Blasco pisó la cárcel, la Modelo de Barcelona en concreto, tras volver de una reunión clandestina más allá de los Pirineos.
Con el autonomismo, entró en el equipo de Lerma. En la Universidad, mientras estudiaba la licenciatura de Derecho conoció a Ciprià Ciscar, a la postre su cuñado, ya que se casó con su hermana Consuelo. Batalló duro en el Sindicato Democrático Universitario. A finales de los ochenta, llegó su primer escándalo. La reclasificación de unos terrenos con conexiones en Paterna y Calp le llevaron al banquillo de los acusados. Fue absuelto. Lerma ya le había dado boleto de la conselleria de Obras Públicas y del PSOE.
Juró odio eterno a los socialistas valencianos. Vendió sus conocimientos y dossiers al mejor postor y Eduardo Zaplana, largo como ninguno, lo fichó para ganar la presidencia de la Generalitat. Blasco lo llevó en volandas. Conseller sin afiliación, firmó su carné de militante del PP en Castellón el mismo día en el que Carmina Ordoñez sumía al mundo rosa en un paño de lágrimas por su muerte tan prematura y el PSPV reelegía a Pla líder.
Las espaldas de Blasco cargaron la acometida de la oposición por el asunto Lonerson(le afectó en su etapa en Bienestar Social, sin llegar al juzgado) en plena transición de Zaplana a Camps con Olivas como presidente. Un asunto raro en el que ya pululaban algunos de los que se han hecho famosos con la trama de Cooperación.
Blasco mantuvo puesto fijo en el Gobierno valenciano. Con Camps anduvo por las áreas de Sanidad y Territorio para terminar en una conselleria menor que él mismo se encargó de darle realce. Movilizó al partido desde el área de Participación Ciudadana pero conservó una parte para mover dinero a golpe de subvención solidaria. El dirigente popular, que conservará el puesto de portavoz sin atribuciones hasta que se aclare el tema de su imputación, fue el primer cargo de la Comunitat capaz de hacer doblete en Consell y como síndico del grupo.
Camps, que lo sacó de su último Gobierno, lo mantuvo como síndico en Les Corts y le brindó sillón en las reuniones del pleno del Consell. Una de las excentricidades que fulminó Fabra al instante. Blasco, que animó a sus diputados en horas bajas con películas como 'Invictus', ya no es invencible. Hace días que su letrado de confianza, Javier Boix, el mismo que le salvó hace veinte años y que dio una lección en la causa de los trajes, estudia el sumario de cooperación. Quizá su historia sirva para hacer un remake de 'Sopa de Ganso', con la que también instruyó a la bancada popular.
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