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Los héroes del incendio

Cinco de los personajes que lucharon contra el fuego relatan su actuación

FERNANDO MIÑANA

Lunes, 9 de julio 2012, 13:39

El alcalde de Andilla tiene mil preocupaciones en la cabeza. El fuego ha arrasado el término y es duro mirar al frente y ver, no ya el futuro, sino el presente, totalemente oscuro. Pero le queda un punto de orgullo, esas aldeas intactas, reductos con los que no pudieron las llamas. «La defensa de Artaj fue heróica. No puedo contar los detalles, pero allí abajo (al fondo de un barranco) se llegó al límite y, en algunos casos, se traspasó para salvar la aldea. Cuando ya no pueden más, se tira la manguera y escapan como pueden. Allí se quedaron muchas mangueras...».

No ha habido poblaciones seriamente dañadas, ni vecinos en apuros. Y eso ha sido gracias a los héroes del fuego. Andilla es sólo una muestra. Lo mismo ha pasado en otros términos por los que ha pasado toda suerte de cuerpos especializados en la extinción de incendios. Este periódico cuenta algunas de las historias, particulares, de cinco de esas personas que se pusieron al servicio de las gentes afectadas por los dos incendios: el de Corte de Pallás y el de Andilla.

Tan importante como el trabajo de los profesionales, los únicos autorizados a echarle un pulso al fuego, es la experiencia y el conocimiento del terreno de los vecinos. Siguiendo con la referencia de Andilla, su técnico forestal, recuerda la importancia de aportar lo que desconocen las brigadas recién aterrizadas. «Ellos no saben cuál es la orografía de Andilla, su vegetación característica, el viento dominante, que aquí le llamamos el regañón. Eso sólo lo saben los que se han criado en este medio rural». Un frente común contra el monstruo.

Jorge Gargallo: «El camión se nos quedó atrapado»

Jorge Gargallo y su equipo, de la Brigada de Emergencias de la Generalitat, descansan en el paellero de Andilla. Hasta allí llegó el fuego. No avanzó más y devoró la aldea porque alguna brigada se opuso. Como en Osset. O Artaj. O Dos Aguas, donde Jorge y los suyos (Carlos Escamilla, Cristian Ballester, David Sánchez y César Bou) se adelantaron para atacar el frente y provocar que pasara rodeando el pueblo. Y si las llamas llegan por delante, pasan por los lados y siguen por detrás, ¿dónde quedan ellos? «Siempre hay un punto de seguridad, y en Dos Aguas era la plaza del pueblo».

Siempre hay algún momento de riesgo y más en un incendio que cumple «la regla del 30 (vientos de más de 30 km/h, más de 30 grados de temperatura y menos del 30% de humedad)» y coincide con otro enorme no muy lejos de allí. «Lo prioritario es que no afecte a las poblaciones», advierte este joven de 26 años que con 18 ya se introdujo en este oficio. Pero un fuego de estas dimensiones complica mucho el trabajo. «Para que te hagas una idea, un día tardamos una hora y media en llegar a Cortes de Pallás, que, por el camino, está a 10 o 15 minutos».

Este problema en el transporte, el fuego que de repente te rodea y te deja incomunicado, es de los más arriesgado. «Mientras tengas una vía de escape sigues; si no, es el momento de decir vámonos». Y hubo un día de decir «vámonos», cuando el fuego se enroscó y atrapó el camión muy cerca de Bodega de Pardanchinos. «Encendimos la autoprotección y salimos. Mira cómo quedó el pobre», explica mientras señala el chasis fundido.

Hay momentos peores. La llegada el primer día al incendio. «Suele ser de noche y no sabes muy bien dónde estás. O el tránsito de lo verde a lo quemado, donde ya no te puede pasar nada». Aunque no menos temibles son los regresos. «A veces, después de una día durísimo, hecho polvo, te quedan dos horas de vuelta en coche a Chelva. Es un suplicio».

Juan Carlos Villanueva: «Estás defendiendo un patrimonio vivo»

Juan Carlos Villanueva agarra la mochila y la ofrece. «Coge, coge». El brazo se tensa. Más de 20 kilos de material que cada miembro de la Brigada Helitransportada de Siete Aguas (Gabriel Zahonero, Daniel Villalba, Tomás Ferrer, Eduardo Ferrer, Antonio Fuentes y Rafael Asensio) ha acarreado a la espalda durante varios días. Del orto al ocaso.

No se lamenta. Juan Carlos está encantado con su trabajo a pesar del riesgo y una dureza extrema. «Esto te tiene que llamar. Estás defendiendo un patrimonio vivo y eso te toca la fibra. Por eso hacemos todo lo que está en nuestras manos. Por eso y porque te gusta estar en contacto con el fuego, la adrenalina».

A sus 40 años acaba de enfrentarse a otro incendio descomunal. Su misión es aparentemente simple. «Llegar lo antes posible al fuego y poner un pie en lo quemado y otro en lo verde». El helicóptero, un Bell 412, les deja lo más cerca posible del perímetro y trabajan desde la cola hacia la cabeza. Su equipo ha estado en los dos grandes incendios. Artaj, Dos Aguas, las crestas de la sierra de Martés... A buscarse la vida. «En medio de la nada, sin caminos».

La magnitud del fuego le retrotajo al incendio del 93. Condiciones terribles, miles de hectáreas ardiendo, temperaturas de 50 o 60 grados en los barrancos. Y momentos en los que el apoyo aéreo se tiene que marchar y les deja a su suerte, a trabajar «a pelo», contra la ley de Murphy también. «No falla: si bajas a un barranco, te cambia el viento seguro y todo se complica. Hay mucho peligro. Tienes que estar muy atento, despierto». Y concentrado. Ahí no puede pensar en sus tres hijas (de 8, 5 y 2 años). Ni en su mujer, a quien luego le ahorrará los detalles. Mejor así. Dos vidas: la familia y el fuego.

Belén Molina: «La gente desalojada estaba muy nerviosa»

Belén Molina no peleó contra las llamas, pero sofocó los miedos de los 1.300 vecinos que fueron alojados en los albergues. Esta joven de 26 años, que ingresó en Cruz Roja a la sorprendente edad de 13 años, estuvo todo el fin de semana en Turís. Dos sesiones de 12 horas en las que prestó «apoyo psicológico a la gente».

Es su tercera misión de envergadura. Hace unos años ya estuvo de apoyo en un incendio declarado en Ontinyent, y también colaboró en el terremoto de Lorca. Ahora, el incendio de Cortes de Pallás. «Allí me encontré de todo. Lo que más les preocupaba era la incertidumbre: no saber cuándo iban a volver al pueblo, qué había pasado con sus casas, con sus animales. La gente estaba muy nerviosa». Belén, vecina de Oliva, aplaude la solidaridad de los vecinos, la eficacia del Ayuntamiento de Turís. «Necesitabas toallas y en media hora tenías una habitación llena de toallas. Increíble. Se han volcado».

Su recompensa, el afecto. «Yo soy bastante fuerte y no me suelo emocionar, o me lo reservo para casa. Pero una matrimonio de ingleses vino a darme las gracias; les dije que la Cruz Roja está para ayudar, pero la mujer cogió y me abrazó. Fue emocionante».

José Luis García Verdés: «Mi hijo y yo salvamos la masía de Abanillas»

A José Luis García Verdés le cuesta moverse. Una faja amortigua el dolor que no evita que trabaje de sol a sol. Pero cuando comenzó a arder Alcublas, mandó la faena a freír espárraos y se fue a extinguir el fuego. Está prohibido, pero le da igual. «Es lo nuestro, tenía que salvarlo». Él, de 47 años, criado en Alcublas, no cree que haya cometido una temeridad, como cuando se subió a la retroexcavadora y le dijo a su hijo, de 17 años, que cogiera el coche y le acompañara a la masía de Abanillas, una joya antiquísima, donde trabaja esporádicamente.

«Le dije a las brigadas que tenía dos cubas de 6.000 litros que lanzan un abanico de 10 metros, pero no me hicieron ni caso. La descoordinación era total. Los Molinos se quemaban por donde estaba la UME, que estaba limpio. Alcublas es campo abierto. No es Andilla, que es un monte de pinares. No hay peligro y veía que las llamas iban a cruzar Los Molinos, que es lo bonito de allí.

Si se quemaba, ¿quién iba a volver?». Su siguiente objetivo, la masía de Abanillas, donde cultiva sus tierras. «Mi hijo y yo salvamos la masía». No fue fácil. «El fuego iba a escape. Las llamas subían por encima de la retroexcavadora. Allí me jugué el tipo, pero no soy ningún héroe. Mi hijo me dijo que no sabía ni cómo había atravesado con el coche. Hay que tener cojones para estar allí, en el fuego, pero la masía no se quemó». Ahora sólo le angustia una tromba de agua.

Robert Rubio: «En tres días no dormí más de hora y media»

Robert Rubio está tocado. Los montes de Andilla, sus montes, están tiznados, carbonizados. Pero también está satisfecho. «Sé que he dado todo lo que tengo». Su pesadilla, de vacaciones, comenzó con una llamada del alcalde que le informaba del incendio. Sin estar obligado, se fue a por el EPI (Equipo de Protección Individual) y se puso a disposición del Puesto de Mando Avanzado. «Creo que, como técnico forestal municipal de Andilla, tenía mucho que aportar.

No soy el que mejor conoce el término, pero sí sé quién es el que mejor lo conoce. Informé de los caminos, el tipo de vegetación, las infraestructuras, la red cortafuegos, dónde estaban los depósitos y las tomas de agua». Así un día y otro y otro. «En tres días no dormí más de hora y media».

Sus conocimientos brindaron algunos triunfos, como ese contrafuego en la rotonda de Osset, donde informó de que había mucho combustible y en pendiente. Era viernes y pensaban que aquello terminaba con 700 hectáreas quemadas. Una broma cruel. Robert siente que acudió de forma espontánea por compromiso. «Como muchos otros. Lo hemos dado todo durante días por amor a la naturaleza».

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