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Vicente Lladró
Jueves, 28 de febrero 2013, 09:52
Era el 5 de marzo de 1978. Domingo y primer día del calendario oficial de las Fallas. Por la tarde-noche, la Cridà, que entonces todavía llevaba el acento. Pero ya empezaban a hacerse notorios los esfuerzos de quienes preferían la ortodoxia de la Crida, sin acento.
Como suele ocurrir en estos casos, y más por entonces, el asunto se polarizó entre valencianistas de distinto signo. Lo de Cridà la defendieron con mayor rigor los del valenciano-valenciano y la Senyera con franja azul, mientras que la Crida encuadró a los partidarios del valenciano-catalán y la bandera sin azul.
Los primeros eran gran mayoría en el mundo fallero y en el contexto de Valencia ciudad lo siguen siendo y llamaban y llaman catalanistas y cuatribarrados a los segundos, quienes, a pesar de su minoritaria presencia, tenían y tienen mayor presencia en círculos más intelectuales y universitarios y llamaban y llaman a los primeros blaveros, así como los integraban también en el búnquer barraqueta, un término que cobró gran presencia y que hoy casi ha desaparecido de la escena, salvo reductos aislados.
Lo de búnker era una expresión que se había acuñado en Madrid para englobar a los políticos residuales del franquismo que resistían en sus viejos modos y a personalidades de la derechona más recalcitrante que intentaban subirse al carro de la democracia que empezaba a andar, aunque mantenían o se les achacaban estilos del antiguo régimen. Y, en consonancia, por búnquer barraqueta se conocía la versión valenciana del búnker general, pero ensanchada con los matices de las eternas disputas valencianistas sobre lengua, bandera, territorio y denominación. Los blaveros hablaban de Reino y los catalanistas de País. Luego triunfaría la tercera vía salomónica, aunque más impersonal, de la Comunitat.
Para los cuatribarrados, gran parte del mundo fallero suponía y alimentaba las más rancias esencias del búnquer barraqueta y los dirigentes de la Junta Central Fallera, íntimamente ligada al propio Ayuntamiento, eran fieles ejemplos.
Todavía estaba al frente de Valencia y lo estuvo hasta la primavera del año siguiente, tras las primeras elecciones municipales la última corporación municipal del franquismo y era alcalde Miguel Ramón Izquierdo, que, si bien fue designado a dedo en un principio, quedó elegido por el mini proceso democrático del llamado espíritu del 12 de febrero de 1974, cuando se permitió que pudieran presentarse candidatos a las alcaldías, aunque sólo podían votar los concejales que ya lo eran. Posteriormente, Miguel Ramón sería cofundador de Unión Valenciana y diputado en Madrid.
En aquel 1978, y desde años atrás, la Junta Central Fallera estaba presidida por Ramón Pascual Lainosa, muy beligerante contra los cuatribarrados, y el gobernador civil de Valencia era el alcoyano Enrique Oltra Moltó, quien venía distinguiéndose por su dureza en reprimir manifestaciones de las fuerzas políticas o culturales de oposición.
Como Oltra Moltó también fue prolijo en multar a quienes hacían declaraciones o promovían reuniones que se intuían contrarias, le llamaron Altra Multa, por deformación popular de sus apellidos.
Aquella tarde de la Crida o Cridà, hubo movida en la plaza dels Furs. Entonces el acto se realizaba en la parte posterior de las Torres de Serranos. Grupos de cuatribarrados y de izquierdas aprovecharon el acto para hacer patentes sus consignas, con lo que empezaron las carreras policiales, de los grises (por el color del uniforme de entonces).
En Mestalla jugaban el Valencia y el Sevilla. Partido televisado que ganó el primero 3-0. En el descanso se escuchó por los altavoces este aviso: Se ruega a don Policarpio Armedo se presente en la puerta de autoridades. Se levantaron los agentes de la Policía Armada y salieron. Era la consigna. Les requerían porque seguían las carreras por el centro de la ciudad.
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