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Yolanda Veiga
Lunes, 11 de marzo 2013, 04:20
La virgen de Lourdes vigila el sueño delicado de Paca, pero ella siempre le tuvo más devoción a San Antonio, a quien atribuyen el milagro de encontrar buenos mozos a las casaderas. Claro que lo de Paca y Antonio de divino nada. Cien por cien terrenal. «Le conocí cogiendo aceituna, se enamoró de mí y nos hicimos novios. Era hortelano, y antes que él tuve otro, pero el que no trae a cuenta, se deja». Y regresa a ese ensimismamiento aparente que no es tal. Es que está sorda del oído izquierdo y ya ve poco con esos ojillos hundidos detrás de unas gafas gruesas que le rejuvenecen. Hasta el año pasado caminaba, pero ya no le sujetan las piernas, cansadas de tanto hincar las rodillas en el campo y fregar suelos. Porque San Pancracio nunca recompensó las ofrendas con ramitas de perejil que le hacía Paca. Nada, ni un pellizquito de lotería que le aliviara el bolsillo.
Francisca García Torres (Baeza, Jaén, 1901), 'la abuela Paca', es la mujer más anciana de España. 111 años cumplidos el 13 de septiembre. Los celebró en la residencia Landazábal de Burlada (Navarra), donde vive desde 2007, con una misa en su honor en la que actuó el coro rociero. Su biznieta Ainara, 5 añitos, junta su rostro blanco, terso y tibio con la mejilla apergaminada, y aligera así la carga de esta mujer menuda y encogida que ha sobrevivido a la guerra, al hambre... y a cuatro hijos (dos murieron de niños de escarlatina). «La muerte de mi hermano Antonio fue el palo más duro de su vida. No la quisimos llevar al entierro». Paqui García (Baeza, 68 años), es la única hija viva de Paca, madre de Alfonsi Martos (Pamplona, 40 años) y abuela de Ainara (5) y Lorena (9). Cuatro generaciones de mujeres repasan en el ocaso de esta tarde casi de primavera la historia familiar, que arranca recién estrenado el siglo XX en Jaén, tierra de olivares...
La aceituna le dio a Paca el sustento, pero también le privó de aprender a escribir. Consiguió leer un poco porque de cría la mandaban un rato donde una profesora particular, aunque más que una alumna quería una criada. «En vez de enseñarle, la subía a un cajón y la obligaba a fregar. Un día se le rompió un plató y volvió a casa con el brazo morado, así que se acabó la escuela». Se lo ha oído contar su hija Paqui decenas de veces. Tiene 43 años menos que su madre, pero una infancia parecida. «Yo fui poco tiempo a clase porque había que ayudar con el campo y los animales. Así que cuando mi novio se fue a la mili me escribía cartas, pero como yo no sabía escribir copiaba lo que ponía él y se las mandaba ¡con todo repetido!».
Lorena, que esa tarde no ha traído deberes de la escuela (estudia en euskera, en una ikastola), se ríe con las historietas de la abuela. Quiere ser médico «porque es divertido curar a la gente». No sabe que todos los pacientes no son como su bisabuela, que hasta los 100 no tuvo ni tos. Después le quitaron unas piedras de la vesícula, le operaron de la cadera por una caída, de cataratas... «Con 105 años cogió bronconeumonía y del hospital ya no la mandaron a casa, sino a una residencia, pero reservaron cama solo para dos meses. Yo me extrañé, pero el médico me dijo: ¿qué cree, que su madre va durar más? Sé que un día se tiene que ir, pero... últimamente ha estado unos días malita y yo ya lloraba más que Jeremías».
Paqui se quedó viuda a los 40 -«Dios se llevó a mi marido de un infarto cuando más lo necesitaba, con un hijo de 16 y una hija de 14»- y su madre Paca, que ya estaba sola entonces porque su marido había fallecido de leucemia, se instaló con ella en Pamplona. «Siempre fue muy chiquillera, jugaba al escondite con mi prima y conmigo. Nos juntaba la cabeza en el regazo, nos cantaba una canción y luego corríamos a escondernos», recuerda Alfonsi.
Dinero saliendo de la pared
Para Paca la vida de la ciudad fue como mudarse de planeta. Y para sus nietos, la llegada de la abuela también fue como recibir casi a un extraterrestre. «La primera vez que vio un cajero automático alucinaba, no entendía cómo podía salir dinero de un agujero de la pared. Y de la lavadora no se fió nunca. Solo nos dejaba meter las sábanas, su ropa la seguía lavando ella a mano porque decía que para que quedara limpia había que frotar bien». Paca sigue sin comprender el misterio de las bolsas de palomitas, «cómo una bolsa de papel aplastada se hincha en el microondas», y también le quedará la duda de si la gente que sale en las novelas tiene en realidad esa vida tan atribulada o es todo mentira. «A ella le habría gustado salir por la tele para que le viera la familia de Linares. Y fíjate que la han sacado mucho con eso de que es la abuela de España, pero como ya no está para verse...», se lamenta su hija.
La longevidad de Paca es un misterio -«hace poco vinieron de un laboratorio porque estaban haciendo un estudio sobre gente centenaria, pero no hemos sabido más»-, aunque su hermana de Valencia sigue también su camino. Tiene 93 años, y ella sí que disfruta todavía con la televisión. «Un día salió Manolo Escobar y se levantó a darle besos a la pantalla».
- ¿Y a usted, Paca, también le gusta Manolo Escobar?
- Ese canta, pero a mí me da igual que cante o que no.
E igual de taxativa se muestra con otras cuestiones. No falta un domingo a tomar la comunión en misa, en una capilla anexa al edificio de la residencia, y no le han querido contar que su biznieta Lorena no va a hacer la comunión.
Alfonsi: Yo soy religiosa y me casé por la iglesia, pero las niñas no están bautizadas. Mi abuela siempre decía: '¡Qué pena, con lo guapas que son y sin bautizar!'.
Paqui: A mí eso también me parece mal. Soy muy religiosa, como mi madre, aunque en viernes santo pongo carne. Ella no, siempre hacía albóndigas de pescado.
- ¿Era buena cocinera?
Paca: Hacía patatas guisadas, aunque yo siempre las llamé patatas con caldo. Les echaba cebolla, boquerones si tenía, y un cuarto de kilo de almejas. Y también preparaba cocido de garbanzos con una peseta de sustancia, un poco de tocino para el caldo.
Camisones remendados
Verduras tenían de sobra, cultivaban más de las que podían comer. «Mi padre era hortelano y mi madre vendía la verdura. Era muy buena vendedora, hacía manojos de rábano y los despachaba a un céntimo». Y vuelta a casa a las tareas domésticas, que entonces eso no se cuestionaba. Tampoco lo ha puesto en duda nunca su hija Paqui, que repitió con sus dos hijos el mismo esquema que vio en casa. «Mi hijo jamás hizo la cama. Hubo un tiempo en que trabajaba de panadero y se marchaba a las 3 de la mañana. ¿Pues te quieres creer que mi madre se levantaba para hacerle la cama de madrugada?».
Alfonsi: A mí me daba mucha rabia que mi hermano no tuviera que hacer nada y yo sí. Yo tenía que aprender a guisar, a planchar, a coser... Solo porque soy mujer.
Paqui: Bueno, vosotros habéis tenido todo hecho, ¿eh? Pero es cierto que no os he tratado igual. Os he enseñado igual que mi madre me enseñó a mí. Ella era muy apañada. Le hacía las blusas a mi padre y como los cuellos de los camisones se rozaban, cogía un trozo del faldón y cosía un cuello nuevo.
Alfonsi: Yo a mis hijas lo que les digo es que el hombre no tiene que ser más que ellas.
- Pero todavía estamos lejos de una igualdad real.
Alfonsi: Sí, todavía se puede mejorar mucho. Yo hice FP y trabajo como técnico de laboratorio. Mi marido es autónomo y echa una mano en casa en lo que puede.
- ¿Qué futuro ve para sus hijas?
Alfonsi: Malo. A mí me parecía que teníamos todo muy estable y ahora veo que se tambalea. Yo lo he tenido más fácil que mi madre... y que mis hijas. Me da miedo que se hagan mayores y que no tengan trabajo. ¿De qué van a vivir entonces?
Alfonsi comparte el desafecto de muchos españoles hacia la política. «A mí no me va, no me decanto por nadie. Con todo lo que está pasando no puede haber un político del que me fie». Y su madre, Paqui, añora a Felipe González. «Yo le he votado siempre, me habría gustado que no lo quitaran». Paca votó hasta que pudo y hubo un tiempo en que era capaz de recitar «con nombre y apellidos» los nombres de todos los políticos.
Hoy ya no hace caso de ninguno, y se cansa un poco de la cháchara: «Vamos a acostarnos, que estoy cansadica». Con el Actimel de la merienda y los besos de las pequeñas aguanta otro rato -Ainara se entretiene escribiendo su nombre en la pizarra y Lorena no pierde el hilo de lo que hablan los mayores-. Las niñas van a verla una vez a la semana, pero Paqui se acerca todas las tardes a la residencia. Si un día falta por fuerza mayor, le hacen compañía las cuidadoras, encantadas con su célebre centenaria y con esas salidas que tiene: «A mí no me pesan los años, los llevo guardados en el bolsillo», suelta Paca reivindicando un carácter que forjaron años de guerra y escasez y unos hijos pequeños que criar.
El divorcio
Pero no fue nunca una madre demasiado severa. «Mi padre lo era más. Con 17 años, cuando estaba con mi marido de novio, me mandaba estar en casa a las diez, así que muchos días teníamos que salir del cine con la película a medias»
- ¿Eran más bonitos los romances de antes que los de ahora?
Paqui: Sí. Yo conocí a mi marido paseando por Baeza. Estaba con las amigas y él se acercó. Estuvimos siete años de novios. Hoy se conocen y al día siguiente ya van a acostarse juntos.
Alfonsi: Nosotros nos conocimos estando de voluntarios en la Cruz Roja y nos casamos a los cuatro.
Y deriva el debate hacia el asunto del divorcio, una ley (1981) que pilló a Paca ya viuda.
Paqui: A mí eso de que la gente se separe no me va. El matrimonio ya se sabe que no van a ser flores todo el tiempo, y que hay ratos en los que te peleas. Pero es que ahora la gente por menos de nada...
Alfonsi: Yo esto lo veo de forma diferente, porque a mi abuela lo del divorcio tampoco le ha gustado nunca. Pero siempre les digo que el matrimonio no tiene por qué ser para toda la vida.
- ¿Y Lorena, piensa ya en novios?
Alfonsi: ¡Su padre no quiere ni oír hablar de novios!
Y a Lorena tampoco se le ve muy interesada. Está muy alta para su edad, pero todavía se entretiene con los dibujos animados: «Me gustan 'Jessie' y las 'Monster High'. Y ver el fútbol con mi padre, somos del Osasuna y luego del Barça». «Yo el fútbol lo apago, a mí lo que me entretiene es 'Amar en tiempos revueltos'», replica Alfonsi. La más pequeña, Ainara, es incondicional de 'Hello Kitty' y de las muñecas de siempre. «Juega con los Pinypon, con la Nancy y con las barriguitas, como yo cuando era niña. No hay que tirar nada, que todo vuelve».
- ¿Y las maquinitas?
Alfonsi: Ya están de vuelta de la Play y de la Nintendo.
Ahora el juguete es el móvil. Lorena estudia cuarto de Primaria y está intentando convencer a sus padres de que le compren un teléfono cuando empiece sexto curso. Pero Alfonsi no cede un milímetro: «Hasta que no tenga 12 años y vaya al instituto, nada. No lo necesita. El problema es que hay chavales de su clase que ya lo tienen».
Paca sabe perfectamente lo que es un móvil, aunque no le ha dado tiempo de engancharse. «Nunca ha entendido cómo se puede hablar con un aparato sin cables. Antes lo usaba para hablar con mi prima de Madrid, pero no le gustaba mucho. Como oía mal se ponía nerviosa».
Ahora lo único que puede alterar su tranquila rutina en la residencia es que le acuesten más tarde de lo prometido. Y ya van a ser las siete... La cena se la servirán en media hora, ya en la cama. «Hoy no quiero puré, ¿eh?». Pero no le queda dentadura para comer nada sólido. Si no, no habría problema. No tiene ni azúcar, ni colesterol... Solo años, muchos años.
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