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Holocausto verde

Holocausto verde

Los elevados niveles de polución que asfixian a Singapur y Malasia son una evidencia del genocidio natural en Indonesia

Zigor Aldama

Martes, 2 de julio 2013, 03:29

Que un jefe de Estado se disculpe oficialmente ante sus vecinos sin haber cometido antes genocidio alguno es inusual. Pero es lo que hace unos días se vio obligado a hacer el presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, después de que los niveles de polución en Singapur y Malasia se disparasen hasta niveles jamás conocidos por culpa de los 800 fuegos provocados en las islas de Sumatra y Borneo. La concentración de partículas nocivas superó por primera vez el listón de los 400 puntos -a partir de 200 el aire es «insalubre» y superados los 300 está considerado muy peligroso para la salud- en esta pequeña ciudad estado, y las autoridades tuvieron que pedir a los ciudadanos que evitasen salir a la calle. En la capital malasia, Kuala Lumpur, la situación todavía fue peor: el índice de contaminación se disparó hasta superar los 700 puntos. Una mujer que sufría asma se convirtió la pasada semana en la primera víctima mortal de la contaminación por el humo de Indonesia.

«Por lo que está sucediendo, como presidente, pido perdón a nuestros hermanos de Singapur y Malasia», dijo un compungido Yudhoyono durante una rueda de prensa. El mandatario se comprometió a combatir el fuego, generalmente provocado por agricultores y empresas que calcinan la jungla para ganar tierra cultivable, y aseguró que en la situación actual confluyen «factores humanos y naturales». Pero en Indonesia casi todos saben que la naturaleza solo contribuye a lo que muchos consideran ya un 'holocausto verde'. En verano las precipitaciones escasean y los incendios provocados se multiplican, así que Singapur y Malasia se seguirán asfixiando hasta septiembre.

La falta de transparencia del Gobierno dificulta el control independiente sobre lo que sucede. Los mapas de las concesiones -para la plantación de palma, la deforestación, y el caucho- están incompletos. «Solo está delineado el 14% del territorio forestal y no se implementan las leyes medioambientales», denuncia Yuyun Indradi, responsable de Campañas de Bosques de Greenpeace en el sudeste asiático. A pesar de estos obstáculos, organizaciones ecologistas han analizado imágenes tomadas por satélite y apuntan a dos grandes conglomerados empresariales como culpables, al menos, del 50% de los incendios: Sinar Mas y Raja Garuda Mas. Ambos proveen derivados de madera y de palma -entre ellos biodiesel- a varias multinacionales.

Aunque la atención mediática se centra ahora en los incendios, la destrucción del Medio Ambiente en Indonesia comenzó hace décadas. Y el fuego es solo uno de sus enemigos. Quizá no el más peligroso. De hecho, la maniobra de aproximación al aeropuerto de Balikpapan, una de las principales ciudades de Borneo, deja al descubierto otros más brutales. El Boeing 737 de Garuda Indonesia tiene que dar un rodeo antes de enfilar la pista, y el aparato sobrevuela las heridas del gran pulmón de Asia, cuya función medioambiental es comparable a la de la Amazonía.

Las cicatrices son amplios claros ocres producto de la rapiña de la industria maderera, gigantescos socavones producidos por la minería del carbón, y humeantes complejos industriales de las grandes petroleras que succionan el jugo de la isla. Pero la mayor tragedia es de color verde: las plantaciones de palma, un monocultivo que está arrasando la diversidad de la tercera isla más grande del planeta, cuya extensión es 1,5 veces la de España. Poco parece importar que Yudhoyono decidiera en mayo ampliar dos años más la moratoria que prohíbe la deforestación.

La ONG ecologista WWF hace un balance demoledor de las consecuencias del genocidio natural en Borneo: hasta 1950, el 96% de la isla estaba cubierta por bosque primario. Hoy se ha reducido al 44%. Más del 25% de la superficie selvática ha desaparecido desde 1980. Una velocidad de vértigo si se compara con la del Amazonas, donde se han tardado 50 años para destrozar un 17%.

La ley de la jungla

En el conjunto de Indonesia, la deforestación se sucede a un ritmo de dos millones de hectáreas anuales, equivalentes al territorio de Holanda. El hambre de recursos de China se nota. De hecho, por si el negocio legal no hiciese suficiente mella, el Banco Mundial estima que cada año se exportan ilegalmente materias primas por un valor de más de 3.000 millones de euros. La mayoría acaba en el gigante asiático.

Mucha de esa mercancía surca las aguas del río Sungai Mahakam. Por eso este periódico ha viajado hasta allí en un 'kapal biasa', un perezoso taxi de río, que tarda 30 horas en conectar Balikpapan y el pueblo de Long Iram. Es uno de los centros más importantes de la minería del oro, situado en la frontera natural que los monstruos de acero tienen todavía dificultades para cruzar. A bordo no hay mucho que hacer, así que los pasajeros duermen sobre las delgadas colchonetas, y teclean en sus ordenadores.

Muchos son trabajadores de multinacionales que expolian la isla. Señalan los barcos que van vacíos y vuelven cargados de madera o de carbón. «Aquí no hay más leyes que la de la jungla. No hay nada que no solucione un sobre lleno de dinero. A veces bastan unas botellas de whisky para que hagan la vista gorda». El sistema actual, que no contempla el cotejo de información sobre permisos entre diferentes agencias gubernamentales, alienta el soborno. Y, además, los hechos consumados apenas se pagan. «Aunque alguien denuncie un caso concreto, sigue siendo rentable pagar las multas que se imponen».

A ninguno de los pasajeros le importa que Borneo albergue una diversidad animal similar a la de todo el continente africano. Ni que en la isla todavía vivan miembros de la etnia dayak que apenas han tenido contacto con el mundo exterior. Lo relevante son las cuentas de resultados. Si es necesario quemar la tierra para conseguir los objetivos anuales, se hace. «Ese no es problema nuestro», se desentiende un francés subcontratado por Total. El problema es que los incendios no solo afectan a la tierra quemada.

«El bosque primario es un ecosistema frágil y complejo en el que un pequeño cambio puede tener consecuencias catastróficas. La deforestación a la que está sometida Borneo es irreversible», explica Sundai Rajul analista medioambiental del Parque Nacional de Bukit Baka-Bukit Raya. «Es como el efecto dominó. En cuanto cae una ficha es imposible detener la cadena». Rajul no cita empresas por temor a represalias, «muchas se comportan con el código ético de la mafia».

Pero no todo es apocalipsis. Aunque el viaje hasta Long Iram presenta un panorama desolador, la presión que ejercen ONGs y consumidores parece estar dando sus primeros frutos. En febrero, la compañía papelera Asia Pulp & Paper (APP), una de las más criticadas por su falta de conciencia medioambiental, respondió a una agresiva campaña de Greenpeace con el anuncio de una nueva política que incluye la deforestación cero en sus actividades. «Tomamos esta decisión por la sostenibilidad de nuestro negocio y para beneficio de la sociedad», aseguró su presidente, Teguh Ganda Wijaya. La ONG ya ha cancelado las acciones contra la empresa, pero no baja la guardia. «Analizaremos su progreso. Si APP pone en práctica todas las políticas que ha anunciado, supondrá un dramático cambio de rumbo para las junglas de Indonesia», respondió Bustar Maitar, de Greenpeace.

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