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Sociedad

El banco de los que tienen hambre

Altos ejecutivos, constructores y hasta algún delincuente, todos voluntarios, dan de comer a 1,5 millones de españoles al año. Esta semana la van a armar

Zuriñe Ortiz de Latierro

Lunes, 25 de noviembre 2013, 02:48

En el banco de Badajoz creen en los milagros por la leche condensada. Una asociación benéfica les reclamaba el dulce blanco para niños desnutridos, a un paso del abismo. Los voluntarios, derrumbados en cajas tan verdes como vacías, aguardaban callados sin saber qué hacer, dónde pedir más. No les quedaba un garbanzo. «Se había acabado todo. En eso llegó un camión de Nestlé con 10.000 litros de leche condensada. No nos habíamos puesto en contacto con la empresa y jamás nos habían traído este tipo de cargamento. Seguido se presentó otro repleto de café Bonka. Llamé por si era una equivocación, pero no». Jesús Reynolds -perito agrónomo, 61 años, cabeza cuadriculada en la multinacional Novartis hasta su jubilación- ha empezado a cuestionarse algunas convicciones en el banco de alimentos pacense.

«Aquí ves cosas increíbles. Badajoz es la reina de la conserva de tomate, las empresas nos dan salsa para todo el país. Pero embutido, ni uno. Hay días que me las veo negras para conseguir comida. Las empresas ajustan, no tienen stocks, mientras la demanda crece». A Jesús lo ficharon al entrar por la puerta. Su experiencia en márketing internacional es impagable a la hora de derrochar imaginación para buscar lo que otros echan a la basura. Porque los 55 bancos de alimentos de España no compran ni venden. Reciben excedentes de grandes cadenas y de la UE, luego los reparten gratis a través de una extensa red de asociaciones. 104 millones de kilos el año pasado. Parece más o menos sencillo. Parece.

A Juan Ignacio Cuartero, general de división de intendencia de la Armada, se le planteó el siguiente problemón táctico. Canarias donaba toneladas de plátanos... allí. Había que traerlos y repartirlos con rapidez por la península. ¿Lo coges o lo dejas? Encargado de logística en la central de Madrid, buscó un flete gratis de Las Palmas a Cádiz y aprovechó los retornos de diferentes camiones para distribuir bananas a coste cero. «Tengo 75 años y no me da vergüenza pedir. A mis hijos -9 y 26 nietos- les da un corte tremendo. A mí no».

Ayuda su último destino, cinco años subdirector general de gestión económica de Defensa: iba a lidiar a la ONU y controlaba el presupuesto, la gestión y las compras del ministerio. En 2006, un amigo le enseñó el banco de alimentos de Madrid, donde necesitaban un experto para organizar el transporte. Lo hizo tan bien que el presidente de la federación española de los bancos (Fesbal) se lo llevó a sus oficinas para cuadrar cuentas y coordinar grandes operaciones. La del 29 y 30 de noviembre va a ser gigantesca.

«Hemos gastado 300.000 euros en cajas de cartón, petos y más cosas para poder posibilitarla», repasa el general. Sus dimensiones la hacen única: buscan a 60.000 voluntarios en todo el país para que tomen 5.000 supermercados, recojan los alimentos donados por clientes -hacen falta productos infantiles- y los transporten a los 55 almacenes. Clasificándolos tendrán trabajo hasta navidades. Aunque el grueso de la operación lo llevarán las 2.000 personas que de una manera gratuita, profesional y discreta acuden cada mañana a estos hangares: se echan cajas al hombro y exprimen a empresas e instituciones. Juan Ignacio Cuartero se ha reconciliado aquí con la sociedad: «Ves cosas increíbles, los españoles somos buenos, no todo es malo. Nuestra labor fundamental es sensibilizar, hay que ayudar a la gente más necesitada».

El constructor que pinchó

Millón y medio de españoles esperan con la boca abierta a que les caiga algo de estos 55 bancos. No les importa que el brick de leche esté abollado o que las alcachofas tengan sarampión negro. Es mucho más duro hacer cola en el centro de tu pueblo y extender la mano. Otra manera de contar la pobreza porque parece que las cifras no acaban de entrar: tres millones de personas viven con menos de 307 euros al mes, según los últimos datos de Cáritas. En Barcelona, donde se abrió el primer banco de alimentos en 1987, ya hay niños que hurgan en la basura de la escuela. En el último y penoso año de dolor social, el 40% de la población andaluza merodea la pobreza. 36.000 vecinos del Bilbao del Guggenheim han comido lentejas gracias al banco de alimentos. En Valencia 500 tipos barbudos y sin techo deambulan por el Turia. Gente que ha agotado todos los subsidios, que no tiene 17,53 euros para la bombona de gas, sin luz porque les arrancan el contador por falta de pago, con niños pequeños sin ropa ni agua caliente para lavarlos.

Si los datos siguen sin conmover, no hay como charlar con el fundador del banco valenciano, Jaime Sierra, constructor y promotor más pinchado que la burbuja. «Tenía más de 60 empleados, me quedé en la ruina total». De vender ladrillo a precio de oro, a regalar lo que pilla. «Yo salgo por la noche y me encuentro con personas con la barra de pan que les hemos dado antes vacía, pidiendo algo para poner dentro. Se me rompe el alma». Aquí mueven 6 millones de kilos al año. En Murcia, cinco menos, pero con el mismo esfuerzo. Este banco ha sido el último en abrir y parece que lo tiene todo en contra.

El Ayuntamiento no les ha cedido un pabellón, a diferencia de otras muchas ciudades. Se han arreglado en una nave prestada por un colaborador, en el centro de Murcia, donde las calles son demasiado estrechas para los trailers. Para la 'Gran Recogida' se han visto obligados a alquilar un hangar a las afueras. En su primer año y medio de vida han ayudado a 138 entidades benéficas que han repartido comida entre 38.000 murcianos.

La base de su 'militancia', como en el resto de bancos, son jubilados con un perfil profesional cualificado, gente del campo muy eficaz para el almacén y jóvenes que se asoman a través de las redes sociales. Al frente de la organización, personas como Antonio Sánchez, exdirector de la oficina principal en Murcia de Caja Rural Central. Las cifras vuelan en su cabeza: «En España se desperdician 8 millones de toneladas al año. De ellas, las empresas tiran a la basura un 36%, que es aprovechable. Ahí entramos nosotros».

Antonio -casado, dos hijas- enfermó, tuvo que dejar el trabajo. Con 52 años invierte muchas horas en su nuevo banco donde se encuentra más cómodo: «Es totalmente diferente buscar clientes como directivo de una caja que ir con el corazón y la verdad a pedir alimentos. Tocas la puerta de otra manera».

Cuadros y gulas

A la santanderina Ana de la Hoz se la ocurrido llamar a un timbre diferente. Una veintena de pintores, escultores y fotógrafos cántabros, incluido el cotizado Juan Uslé, cederán una obra para una exposición. Dar de comer a tantos miles de personas requiere algunas toneladas de garbanzos y muchas ideas. A esta voluntaria, profesora de inglés, le sobran. «Como no podemos cobrar la entrada como tal, repartiremos bonos para el banco. Hay que recaudar lo que sea y comprar alimentos que nos faltan».

Estas asociaciones apenas manejan presupuesto. Pero la solidaridad está llena de excepciones. Por ejemplo, cuando el guipuzcoano Jesús Albisu se topa con alguna familia que envían los servicios sociales de las instituciones al banco -la inmensa mayoría son atendidas por otras agrupaciones benéficas- no le suele dar el lote convencional. «Me vienen con críos en los brazos, y les doy más. Sí, les doy más. Soy partidario de dar más a menos gente». Licenciado en Empresariales, torero, olímpico con la selección de balonmano en los Juegos de Moscú, empresario en Venezuela «cuando aquí estaba de moda lo del tiro en la pierna si no pagabas», surfero, viajero impenitente por África, Albisu maneja una escala de la pobreza más amplia que la media. «Esta es una tierra privilegiada. ¡Pero sí nos regalan hasta gulas de Aguinaga! Aquí no hay hambre, eso pasa en Kenia o Uganda, pero sí hay necesidad».

Jesús, 1,90 centímetros de bondad y guasa, va todas las mañanas al banco de San Sebastián a mover los 1.500 kilos de fruta y verdura que salvan a diario del vertedero. «He hecho el cursillo de carretillero». Ahora anda dándole vueltas a cómo sacar los cuartos a las instituciones. La idea se la dio una concejala de Legorreta, también voluntaria. «Yo vivo en Fuenterrabía, donde acaban de restaurar unas campanas, ¿y no hay para comida?». Jefe de logística de la 'Gran Recogida' en Guipúzcoa, será el maestro de ceremonias en el pabellón que les han cedido en Hernani durante tres meses. Trabajarán 600 voluntarios.

En Bilbao han organizado «un equipo muy serio para que no nos pille el toro como el año pasado. Hicimos una campaña a nivel local y recogimos 250.000 kilos, desbordando las previsiones». Y es complicado que esto le pase a Miguel Ángel Fernandino, exdirector de Riesgos e Inversiones del BBVA. Abogado y economista, con la jubilación cambió de banco. «Vine por mi propio pie después de haber colaborado en otras asociaciones. Aquí, frente a un concepto más laxo del voluntariado, y pese a que no se trabaja ni por poder ni por dinero, la organización se ha imbricado de los mejores criterios de la empresa. Esto funciona de una manera muy seria. Si una persona dice que va a hacer una cosa, se hace. Es fundamental para responder a un crecimiento tan brutal de la demanda. Cuando empezó la crisis atendimos a 17.000 personas. El año pasado fueron 36.000».

Miguel Ángel Fernandino controlaba cualquier operación del BBVA en los sectores químico y textil mientras criaba a tres hijos. «Pero no era ciego, sabía que había pobreza y exclusión. Aunque lo de ahora es diferente con esta crisis de caballo». Que se lo digan a Rubén Venegas, 21 años, desde los 16 en la calle. Pasó tanta hambre en Soria que se llevó unas cuantas cosas de la tienda sin pasar por caja. El juez se apiadó y le impuso una pena social: dos años expiando en el banco de alimentos de Valladolid. Maneja la carretilla. Perfil de voluntario en las antípodas de Fernandino, pero con similar diagnóstico: «Estamos flipando todos de cómo está el panorama. En el banco trabaja gente formidable, personas sencillas y otros que han tenido puestazos. Me tratan como a uno más. Cuando acabe de cumplir mi pena, seguiré viniendo mientras me sale trabajo».

Nuria Espinosa, ingeniera de caminos, directora de obra de varios tramos del AVE, busca empleo como Rubén. Pero ella tiene un formidable currículo y 40 años. Como el país no está para carreteras ni trenes, esta granadina aguarda un contrato de Sudamérica. En su banco de alimentos confían en que no llegue demasiado pronto. Todoterrenos como ella, 24 horas volcadas en la causa, hay pocos. Nuria se ha propuesto llegar con la 'Gran Recogida' a 200 puntos repartidos por la capital y 120 pueblos de la provincia. En la Alpujarra, donde escasean los súper, ha buscado colegios, plazas. «Estamos tirando de familias enteras. Queremos que Granada entera respire solidaridad, juntando 3.000 voluntarios».

Cuando cumpla 61 años se parecerá a Carmen Balmaseda, riojana y exjefa de contabilidad de cinco empresas del sector químico. Sin la suficiente fuerza para cargar cajas, «pero toda para tirar de las páginas excel y de la gestión administrativa». La prejubilación le llevó al banco de Logroño y comprobó «lo que había. Hasta que no ves salir seis furgonetas diarias repletas de alimentos no eres consciente de la necesidad que hay». Javier Peña, fundador del banco de Málaga, jubilado de Telefónica, profesor mercantil y economista, tiene tomada muy bien la medida a la necesidad de su ciudad: «Cerca de 60.000 personas comen todos los días gracias a nosotros. La demanda no para de crecer. Nos salva la estrategia empresarial. No cambio mi primera vida profesional por ésta. Ahora el trabajo no es remunerado, pero las exigencias son del corazón».

La verdadera marginación es invisible. A las 600.000 familias con niños y sin ningún ingreso que este domingo quizás no desayunen caliente, se les ha agotado el aliento para protestar. Pero, a la vez, cada vez hay más gente acomodada que no pasa página. Juan Luis Núñez, prejubilado de la multinacional Bacardí -era el gerente de la zona norte del país-, es el corazón del banco asturiano, donde se han propuesto llegar esta semana a los 78 municipios del Principado con una caravana de furgonetas. Han movilizado ayuntamientos, colegios, sindicatos, centros de salud, cientos de tiendas. «Asturias tiene un millón de habitantes y este año vamos a dar dos millones de kilos de alimentos. El perfil del demandante ha cambiado mucho: es el vecino del portal de al lado y te entra miedo de que te pueda pasar. La crisis ha descubierto nuestra parte solidaria».

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