Joan Ignasi Pla
La puñalada recibida por el dirigente socialista desembocó en dimisión
PPLL
Domingo, 21 de octubre 2007, 04:14
texto: ramón palomar ilustración: e. hormigos
Un escalofrío me recorrió la nuca cuando vi al singular Pepiño Blanco, ojos de reptil hambriento amparados por los cristales de sus gafas, comentar desde un tono gélido que, primero Pla debía pagar la dichosa reforma de su hogar y luego ya analizarían su caso.
Uf, qué miedo mamá, ahí entendimos todos que Pla estaba sentenciado y que lo acababan de guillotinar empleando una crueldad innecesaria. No había salida posible. Desde luego, le arreaban una patada traicionera justo cuando se suponía que el líder de los socialistas valencianos aguantaría en el cargo hasta las elecciones. Porque claro, tras la contundente derrota se cerraron las filas y se pensó que mejor no remover las heridas para no proseguir con la debacle, con el clima de socialismo inseguro en nuestra Comunitat.
Pepiño ya dijo bien clarito que hasta las elecciones generales no se movían las fichas por si las moscas pues no convenía marear al personal, pero la política, nuestra política doméstica es así de cochina, así de malsana, insalubre como un pantano fétido.
A Pla se lo han fundido en un suspiro mediante la técnica del chivatazo atroz gracias a la coartada tontiloca pero eficaz y letal de una reforma casera, lo cual revela un tono cutre, como de mesa camilla y brasero de la abuela, muy en la onda de los sainetes de Arniches. Uno hubiese preferido un asunto de bragas a lo Bill Clinton, o unos refulgentes diamantes de Bokassa como los que recibió Giscard DEstaing, o una disparatada aventura laosiana como la de Roldán, o una operación Malaya como la de Julián Muñoz, o unos millones de euros desaparecidos como los de Gescartera con un comparsa bobo como Jaime Morey, porque en todas estas trapisondas existe una poderosa fuerza corrupta capaz de doblegar voluntades y de cambiar destinos... Pero, ¿una reforma en el pisito sin pasar por taquilla porque existía una sospechosa confianza con la empresa del ramo? Hombre, esto es un escandalito de tercera división...
A Joan Ignasi Pla buena parte de los suyos ya le tenía ganas desde antes incluso de las últimas elecciones autonómicas, pero tras el pobre, decepcionante, resultado de éstas, los cuchillos afilados aguardan el momento oportuno para cercenarle el gaznate.
Y por fin las navajas han entrado en acción, sólo que no esperábamos que de esta manera tan innoble, chunga, grosera y zafia. Por supuesto, cuando alguien fallece, y lo de Pla es como si lo hubiesen defuncionado para la vida política, lo suyo es hablar derramando cariño hacia el finado. Así, ya se escuchan voces que opinan lo de "Era un buen tipo", o "Siempre le tuve por una persona decente".
Y sí, es cierto, tal vez ahí residía su debilidad, quizá en esa falta suya de carácter para enfrentarse a sus jefes de Madrid en asuntos clave de la vida valenciana. He entrevistado varias veces a Pla para la radio y el periódico, y precisamente en estas últimas elecciones autonómicas le encontré fuerte como nunca, seguro de sí mismo y con un aplomo y una cintura que no le había detectado en anteriores ocasiones.
En efecto, pensaba, como la mayoría de sus correligionarios, que se iba a producir un vuelco electoral, y esta sospecha le otorgaba alas, peso, consistencia. Yo me olía que se iban a estrellar no porque sea un tipo listo, sino porque mi atalaya en la radio de todos los días me facilitaba una percepción directísima de lo que sucede en la calle, y la calle andaba quemada con los desprecios del gobierno central en trasvases hídricos y otras infraestructuras; la calle, en definitiva, deducía que en la filas socialistas no existía un evidente amor hacia nuestra Comunitat, y la calle, claro, no perdona.
Cuando se dieron la gran toña durante la noche electoral, les pilló por sorpresa la hecatombe y el dolor se leía en sus caras. Ya, ¿pero qué esperaban? ¿Por qué les iba a votar el personal si lo primero que hizo Zapatero al llegar al poder fue anular el trasvase para contentar a Carod?
Mal resultado
Pla no dispuso de armas para defenderse en la pelea electoral porque le maniataban sus superiores; Pla, en definitiva, es culpable de asumir el "sí señor" de los tiempos de Lerma. No le regalaron munición para combatir desde Madrid, pero él tampoco supo ponerse chulo y funcionar por libre. Un drama, vamos.
Sin embargo, ahí debería haber presentado su dimisión, en ese instante de la suprema derrota fue cuando echamos en falta que entonase el "adiós amigos". Nunca comprendimos los motivos que le arrastraron a incrustarse en su puesto de una forma tan pertinaz. Pla tenía las horas contadas y la muerte en los talones, prefirió atornillarse y entonces circularon los rumores maledicentes, las cuchufletas y los chascarrillos. Sus compañeros torcían el gesto a su paso y, la siguiente carambola, fue la de preparar en plan maquiavelín de pueblo su fusilamiento.
Al estallar el asunto de la reforma, durante su primera rueda de prensa, confesó con faz de candor que tal vez su gran defecto consistía en confiar en el prójimo y en ser demasiado buena persona. Igual exageraba, porque liderar un partido político y navegar por las aguas políticas como un espíritu puro o un alma inocente no se lleva, no procede, no existe.
De todas formas, impresionaba su semblante asombrado, su gesto sincero, sus ademanes de persona desbordada por una situación que no habría previsto ni en sus peores pesadillas. Joan Ignasi Pla, supongo, no merecía un final tan rastrero ni una lapidación tan ladina por parte de sus amigos. Su historia rezuma melancolía de principio a fin. Nunca triunfó en las urnas, chupó oposición a tutiplén y, finalmente, le apiolaron desde su bando.
Si algún día tengo hijos, espero que ninguno de ellos se dedique a la política. El canibalismo en la política segrega una baja estofa y un odio inadmisible. A Pla le han devorado los suyos y me temo que Pepiño Blanco, el hombre que se traga la "p" con su parla atropellada, ha ejercido de Hannibal Lecter. Descanse en paz.
de frente y de perfil
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