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J. C. FERRIOL
Lunes, 26 de enero 2015, 07:58
Alberto Fabra sufrió el pasado 12 de diciembre uno de los revolcones políticos más dolorosos desde que llegó a la presidencia del PP valenciano. Ese día comprobó que los barones de su partido no estaban dispuestos a prestarle su apoyo para que fuera el candidato a la presidencia de la Generalitat. Tras almorzar con Javier Moliner, José Císcar y Alfonso Rus, Fabra salió del restaurante en el que se habían reunido con una foto, una imagen que certificaba el no de los presidentes provinciales de cara al 24 de mayo. Asumió que su candidatura dependería única y exclusivamente de la dirección nacional, sin el aval de un partido unido en torno a su liderazgo.
La quiebra en el seno del PP de la Comunitat era conocida por la calle Génova. Mariano Rajoy, Dolores de Cospedal o Carlos Floriano ya eran conscientes. Así se lo habían trasladado los barones del partido. No obstante, han podido constatar en Madrid, en vivo y en directo, que el presidente de la Generalitat apenas cuenta con incondicionales. Va y viene solo, sin apenas séquito de altos cargos con peso.
No ha habido uno solo de los tres días de la convención sin exhibición de esa quiebra de la sintonía entre el presidente regional y el resto de barones -los presidentes provinciales y la alcaldesa Rita Barberá-. Uno de los hechos más significativos fueron las cuatro cenas en las que se dividió la delegación valenciana a su llegada a la capital: la de Fabra junto a su Consell; la de las delegaciones de Alicante y Castellón; y la que organizó Alfonso Rus, que no convocó a la delegación de la provincia de Valencia, pero que sí reunió a su equipo más cercano. Y además, en la del jefe del Consell no estuvo su vicepresidente, José Císcar, que prefirió acompañar al ministro García Margallo en la cena alicantina.
Un día después, se celebró una comida a la que sí estaba convocada toda la delegación popular de la Comunitat, casi 300 personas. El encuentro también debía tener una foto de familia, un retrato con valor, con simbolismo, en Madrid. Pero no hubo una, sino dos. Por un lado, Fabra, con prisas para hacerse esa foto y así acudir a un almuerzo con Rajoy y el resto de la cúpula del PP. Por el otro, Rita Barberá, que no pudo abandonar el plenario de la convención en los tiempos contemplados por Fabra. ¿El resultado? Dos fotos. Todo un simbolismo ante los ojos de Génova.
Ayer, el número de los que siguieron la intervención de clausura de Rajoy apenas alcanzó la mitad de los compromisarios de la Comunitat, según miembros de la delegación.
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