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NACHO RUIZ CODIRECTOR DE T20
Martes, 12 de enero 2016, 00:42
Hay gente tan grande que, en vida, adquiere talla mítica y cuando muere sigue siendo un mito. Otros pasan a la mitología y uno de ellos es Bowie.
Una imagen de los 70 reúne, de izquierda a derecha, a Bowie, un Iggy Pop pasado de vueltas y al hierático Lou Reed; la trinidad de la cultura popular contemporánea en una instantánea que con los años va adquiriendo un relieve casi escultórico. Todos pensábamos que el primero en caer sería Iggy pero va a acabar demostrando que los excesos no matan tanto como el caprichoso destino. Muy coherente, la iguana es un monumento andante a las máximas más perniciosas del rock. Y un espécimen humano a estudiar.
Conocí a dos de los tres. A Reed nos lo encontramos Carolina y yo en NY por azar y se dignó a firmarnos un papelito de hotel en el que pone 'Lou' como podría poner cualquier otra cosa. No le gustaba firmar autógrafos. Iggy me firmó hasta los calzoncillos en el memorable concierto que dio en Santomera a principios de los 90. Mi amigo Juan Carlos Caval y yo saltamos al escenario y lo seguimos hasta el backstage, que era la puerta trasera de la Límite. A la luz de los camiones que pasaban observábamos su pecho, un mapa de cordilleras cicatrizadas: las huellas del exceso, la topografía de los 70, la placa conmemorativa que afirmaba 'de aquí nació el punk'.
Bowie no me gustaba en los 90 pero era uno de esos raros casos en que los extremistas respetamos a alguien que se lo ha ganado. Hizo de todo pero nunca cayó en el error de hacer un disco de Bowie. Detesto a los creadores que encuentran una fórmula y la exprimen. Bowie pudo morir de éxito con Ziggy y quedarse en una página gloriosa, otra foto en blanco y negro en las historias de la música popular, pero no servía para eso. Estuvo en todos los bailes y compuso la melodía, una melodía nueva en cada ocasión. Hizo las más grandes canciones y grabó con Jagger el peor vídeo de la historia con una canción que debe estar entre las peores: 'Dancing in the street', que hizo de lo 'gayer' una categoría banal.
Y volvió a hacer lo que quiso. Hace mucho Bowie se ha ido colando en mis listas, aprendí a entender lo difícil de su propuesta, basada en la genialidad a través de un trabajo inagotable, de no escuchar nunca a los demás, de lograr que sean los demás los que esperen tus discos para saber 'qué hay que hacer'. A ninguna estrella se le ha permitido ponerse traje y corbata sin convertirlo en un Robert Palmer. A ninguna estrella se le ha permitido fracasar en el cine, ni a Elvis. Pero Bowie siempre volvía para hacer otra cosa que si no era valorada en el momento volvería para ser redescubierta. Como los grandes libros, sus canciones reaparecen en las citas de los nuevos con sentidos diferentes. Todos los que en algún momento hemos hecho música hemos buceado en esas citas.
Sobrevivir a un fracaso es posible pero la grandeza está en sobrevivir a un éxito y así construyó su carrera Bowie, sin escuchar los halagos que lo hubieran hecho permanecer demasiado tiempo en un mismo sitio. Trabajó cada hora y murió trabajando, como hacen aquellos que entienden que el trabajo es un proyecto de vida muy por encima de lo alimenticio y, por supuesto, de lo lucrativo. Construyó una leyenda de forma muy consciente, tanto que no se dejó fotografiar en los malos tiempos probablemente no por vanidad: estaba trabajando en un disco que debía proyectar su última imagen, la que perduraría. Y lo dejó entregado, como no podía ser de otra forma. Eligió conscientemente su despedida con 'Lazarus', un videoclip que ahora se entiende a la perfección, porque ya ha resucitado. La muerte a veces es una noticia en un periódico. Nada más.
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