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Carcaixent, el pueblo olvidado

Carcaixent, el pueblo olvidado

Andrés Valls, corresponsal de LAS PROVINCIAS en 1982, relata la tragedia y la falta de información que tuvo la localidad por parte de Gobierno Civil

lp

Lunes, 19 de octubre 2015, 18:31

Aquel 20 de octubre y sus consecuencias fueron una catástrofe de tal magnitud que cualquier ciudadano de la Ribera podría escribir un libro entero con sus vivencias.

En esa época yo era corresponsal de LAS PROVINCIAS. El periodista, aunque sea aficionado, como yo, debe ser objetivo, pero en aquella experiencia vivida el sentimiento le podía a la objetividad. Vaya pues, por delante que mi vivencia tal vez tenga más de personal que de objetiva.

Había llovido mucho en los últimos días, sobre todo en la cuenca alta del río Xúquer. La gente en Carcaixent andaba expectante yendo y viniendo para ver la crecida del río y del barranco de Barxeta; los más veteranos ya auguraban otra riada más en el pueblo.

Sobre el mediodía del día 20, el Ayuntamiento, enterado extraoficialmente de que la presa de Tous tenía problemas en las compuertas de evacuación, dio la alerta con megafonía por las calles de posible gran riada.

Pero mucha gente consideraba la noticia de exagerada y alarmista, toda vez que las noticias oficiales a través de la radio, durante toda la tarde, no mencionaban ningún problema en el pantano de Tous. Daba alerta en algunos pueblos pero nada de la localidad de Carcaixent.

Al atardecer la gente, curiosa y expectante veía en la calle Santa Ana llegar el agua lentamente desde la Glorieta de la Estación.

Mi amigo, Alfonso Rovira, a la sazón director de Radio Alzira SER, me recuerda a menudo que la última conexión desde la radio, antes de la catástrofe, fue conmigo, para saber cómo evolucionaba la amenaza en Carcaixent. Se cortó la comunicación, la emisora dejaba de funcionar. Una iluminación fulgurante se percibía por la zona de la estación de Alzira. La central eléctrica estaba en llamas. Era sobre las seis y media de la tarde.

El pueblo entero quedó sin luz al tiempo que oscurecía, el agua, ahora, ya invadía las calles de forma rápida y alarmante. Lo más desesperante eran los comunicados oficiales, que sólo podíamos oír en el transistor a pilas, informaba de una serie de pueblos que debían evacuar y alerta Alzira y Xàtiva, pero no mencionaba Carcaixent, cuando aquí ya teníamos 80 centímetros de agua, aun chirría en mi mente aquella repetida frase de Gobierno Civil: "Está todo controlado".

Con esta desinformación, totalmente a oscuras y la fuerza que llevaba el agua, se creó el caos en las calles y el pánico entre la gente que huía despavorida con mantas hacia el monte. Las noticias extraoficiales iban tomando tintes de tragedia. La presa de Tous hacía varias horas que se estaba desmoronando.

A los que nos quedamos en los pisos altos nos esperaba una larga noche de pesadilla e impotencia viendo cómo el nivel del agua subía sin cesar. A media noche el agua llegó a su máximo de altura, arrastrando con su fuerza por las calles objetos de toda clase, arrancados de comercios y plantas bajas.

Animales y coches flotando

A la luz de una pila veíamos pasar animales ahogándose y coches flotando dando bandazos contra las paredes. En la aterradora oscuridad se oía el paso del agua y a lo lejos gritos de socorro, eran los feriantes subidos a lo alto de sus carromatos pidiendo auxilio que nadie podía atender. En la casa de al lado golpes en la pared para abrir un boquete y pasar a la finca más alta.

A la vigilia de aquella interminable y trágica noche le sucedía la impotencia de un largo dia, aislados, con cuatro metros de agua y la incomunicación total, solo algún grito que se iba transmitiendo de balcón en balcón reclamando una lancha, que no venía, para trasladar a un enfermo.

Desde el amanecer podíamos ver desde las terrazas a los helicópteros rescatando a la gente atrapada en la feria, en el tejado de la estación y en alguna casa aislada en el campo, transportándolos al polideportivo, en la subida a San Blas. Al tercer día, disminuidas las aguas, quedaban al descubierto los destrozos causados por la corriente, puertas arrancadas, animales muertos, coches destrozados, enseres de toda clase, todo cubierto con una gruesa capa de barro, el pueblo entero era un lodazal…

Los vecinos, desesperados, limpiaban sus casas arrojando muebles y enseres destrozados en medio de la calle, bloqueando aún más el acceso. A los pocos días aquellos montones de basura empezaban a oler mal.

Varios días después empezaba la limpieza de algunas calles. La situación empeoraba después cuando regresaban los vecinos que habían huido del pueblo y volvían a bloquear las calles con más basura de sus casas.

Solidaridad e insolidarios

Con todo este caos, descoordinación entre instituciones y escasez de todo lo necesario, también es justo reconocer la solidaridad que nos llegó de todas partes: el Ejército, los scouts, entidades, particulares, pueblos de la comarca y de toda España.

Lógico también el abatimiento moral de los nativos. En medio de aquel caos me tropezaba con gente llorando, desesperada, que lo había perdido todo.

Pero también hubo quien regresó al cabo de varios días de su chalé o de un hotel de acogida para comunicar al Ayuntamiento su impotencia para limpiar las cámaras frigoríficas de su comercio con carne putrefacta, a la espera de que se lo limpiara los soldados.

El alcalde, Vicent Pla, hacía una drástica llamada a la ciudadanía para que se presentaran en el Ayuntamiento y proceder a la limpieza inmediata de las calles, de lo contrario -decía- nos veríamos obligados a abandonar la ciudad.

La llamada de Vicent Pla fue un fracaso, la gente que quedaba en el pueblo se ocupaba en la limpieza de su casa, lo cual también era comprensible, porque el lodo en las viviendas también era un foco de infección.

Los días siguientes fueron de desolación y por otra parte, de una gran solidaridad que aún recuerdan las gentes de Carcaixent.

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