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F. P. PUCHE
Lunes, 26 de septiembre 2016, 00:09
Cuando se va a cumplir un siglo de su hallazgo, la ciudad de Llíria sigue añorando la ausencia de una pieza de su historia romana de excepcional calidad, el mosaico de 'Los trabajos de Hércules'. La ciudad va a recibir hoy, en un ambiente de fiestas, al Consell Valencià de Cultura, que se desplaza para celebrar una sesión plenaria; y no será extraño que al menos se recuerde que el famoso hallazgo lleva décadas en el Museo Arqueológico Nacional y quizá sería bueno pensar en un préstamo temporal, como se ha hecho con otras piezas notables, como la Dama de Elche. La Ciudad de la Música, que en los últimos tiempos ha hecho un gran esfuerzo por potenciar su pasado, sin duda se lo merece.
El 12 de septiembre de 1917, LAS PROVINCIAS publicó una noticia cultural muy interesante: «En una finca que don Francisco Porcar posee en Liria, partida de Sensals, lindando con el Plá del Arc, y en la que está construyendo una casa, ha sido descubierto un mosaico romano», decía. La pieza, de más de cinco metros en su lado mayor, y de indudable interés, «representa los doce trabajos de Hércules en doce casillas que rodean otra central de mayor tamaño, en la que campea la escena en que el dios del valor y de la fuerza se rinde ante la belleza. Las piezas del mosaico son teselas de mármol blanco, negro, azul y gris».
Desde el primer momento hubo certeza sobre la importancia de un hallazgo del que se va a cumplir un siglo el año próximo: «La opinión de los eruditos en la materia -decía el periódico- es que el mosaico de Liria es una bella joya del arte romano-español de extraordinaria importancia arqueológica, que confirma el carácter clásico-latino de la antigua Laurona y que deben visitar y estudiar las corporaciones artísticas de Valencia para definir su tipo arqueológico y artístico e incluirlo en el catálogo oficial de las antigüedades españolas y del reino de Valencia».
El buen gusto del propietario del solar, que el periódico destacó, se unió a la erudición de varios estudiosos locales que seguían los pasos de Teodoro Izquierdo. Ellos llamaron la atención, sin duda, de Luis Tramoyeres Blasco, que en cuanto pudo se desplazó a la ciudad de la Música con el profesor Rubio, de la Escuela de San Carlos, y el fotógrafo Cabedo. De la visita, más allá de las primeras fotografías técnicas, salió un estudio completo que Tramoyeres envió al Servicio Nacional de Excavaciones y a las academias de la Historia y San Carlos, a las que pertenecía.
Con todo, eran otros tiempos, el turismo cultural estaba por inventar y solo algunos eruditos muy curiosos acudieron a Llíria esporádicamente a ver el mosaico, tras pedir permiso al señor Porcar, que no solo construyó en otro lado la casa proyectada sino que accedía a la visita. En 1925, LAS PROVINCIAS habló de la construcción de una cárcel en las inmediaciones del mosaico, pero nada vino a perturbar la integridad de una pieza que dormía a la intemperie.
Así pasó la dictadura de Primo de Rivera, la República y la Guerra Civil, en la que nadie se ocupó de mover el mosaico, protegerlo a través de las normas o trasladarlo a un museo. Hasta que en 1941, la pieza, repentinamente, fue trasladada y depositada en el Museo Arqueológico Nacional, después de una operación de compra. Ese año, curiosamente, fue el del regreso a España de la Dama de Elche junto con algunas otras piezas de interés «exiliadas» en Francia y devueltas a España a través de las gestiones que el general Franco hizo ante el gobierno del general Petain.
Desde Llíria se han hecho diversas gestiones en torno a la posibilidad de una cesión temporal del famoso mosaico que incrementaría un potencial cultural y turístico que ahora, en el siglo XXI, cien años después del hallazgo y cuando se cumplen los 75 años del viaje del mosaico a Madrid, sí que se aprecia y se está muy dispuesto a incrementar.
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