OCUPAR LA CALLE

Me decía un amigo que profesa odio visceral a las fallas que en ninguna ciudad de España pasa lo que aquí estos días, la ciudad «se abre de piernas», me dijo gráficamente, indignado porque desde hacía un par de semanas tenía dificultad para sacar el coche del garaje y acceder a su vivienda. Entiendo su cabreo, y sin embargo, es esa apropiación de la calle y los espacios públicos lo que a mí más me gusta de las Fallas. Supongo que porque no me toca sufrirlo de cerca. Los monumentos falleros han sido relegados casi al último puesto en lo que a ocupación del espacio se refiere. Las carpas, las zonas de fuegos, las casetas de churros, los mercadillos en torno a las zonas de más afluencia y los diferentes pasacalles se hacen dueños efímeros del entramado urbano.

Los falleros exhiben músculo con cada metro cuadrado de asfalto que conquistan cada año y vecinos y turistas pasean impunes por el medio de la calle Colón. A los que se aventuran estos días a coger el coche, se les mira perdonándoles la vida. El mismo fallero que se ha pasado los dos últimos meses lanzando críticas furibundas sobre el anillo ciclista, ahora se acuerda de las madres de todos los conductores. El que maldice cada vez que se cierra el tráfico por una carrera, hoy se queja del poco espacio que el ayuntamiento les ha dejado para hacer las paellas. La señora que censura la decisión de permitir que se celebre un festival de música cerca de su casa porque no le deja dormir, se olvida del centenar de vecinos que no pegarán ojo esta noche con la verbena de su falla. Su amiga, la que carga contra los carnavales y Halloween porque los jóvenes lo dejan todo perdido, no parece afectarle lo más mínimo la basura y los destrozos de estos días. Tolerancia, amigos falleros. La calle es de todos.