EL ENIGMA DE JIMMY ELLIOTT

La oscura trayectoria del segundo entrenador del Valencia es uno de los misterios de nuestra historia

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 20 de noviembre 2017, 09:48

He de confesar que la preparación de ese auténtico tour de force que suponen los artículos de 'Una historia del Valencia' que publico en estas páginas (y cuya buena aceptación aprovecho para agradecer) suele ponerme a prueba. Aunque generalmente escribo basándome en las lecturas e investigaciones previas, la confirmación de un detalle o la resolución de un asunto poco claro me conducen irremisiblemente a la hemeroteca.

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Uno de esos enigmas es el que envuelve al segundo entrenador del Valencia. Sabíamos más bien poco acerca de él: que se llamaba James Herriot (o Herriott, Erriott, Erriot o Hellion), que llegó a Valencia para sustituir a Anton Fiverb, uno de los personajes más importantes en nuestra historia (ojalá el futuro museo cuente con un espacio en el que se reconozca su papel decisivo en el crecimiento del Valencia); que no hablaba castellano («ni torta», explica gráficamente Jaime Hernández Perpiñá); que entrenó al equipo entre 1927 y 1929 y que bajo su mandato el Valencia llegó por primera vez a las semifinales de la Copa tras eliminar al Madrid. De su decisión de prescindir de los dos primeros mitos de nuestra historia, Cubells y Montes, podíamos deducir su carácter fuerte y resuelto.

A pesar de estos datos, la historia del inglés quedaba algo desdibujada, sobre todo si la comparamos con la abundante información de que disponemos de técnicos coetáneos como Fiverb o Greenwell. Sincerátor, autor del primer libro sobre la historia del Valencia ('Historial del Valencia FC', de 1941, cuya consulta agradezco a Pepelu Aguilar), ni siquiera lo nombra en su texto. Y cuando uno se trata de buscar su rastro en la abundante bibliografía sobre el fútbol inglés no encuentra dato alguno. ¿Qué ocurre con el tal Herriot? ¿Quién fue en realidad?

El segundo entrenador en la historia del Valencia era, efectivamente, inglés. Pero no se llamaba Herriot como el ministro francés de la época (de ahí, quizá, la confusión), sino Elliott. Había nacido en Peterborough, al norte de Londres, en 1891. Entre 1911 y 1927 desarrolló su carrera como futbolista en Inglaterra, donde jugó como delantero y mediocentro en el Tottenham y el Brentford. Llegó a Valencia en agosto de 1927 y puso tres condiciones para firmar su contrato: que se le concedieran «poderes absolutos» y que se pagara semanalmente tanto a él (diez libras) como a su plantilla, ya que «a los jugadores que no se les paga con puntualidad no se les puede exigir mucho». La primera visita a Mestalla lo dejó impresionado y, de hecho, al observar la nueva tribuna explicó que le parecía una de las mejores de Europa.

Elliott, que llegaba del exigente fútbol inglés y vivía en el Valencia su primera experiencia como técnico, se encontró aquí un ambiente relajado que no le satisfizo. Poco tiempo después de su llegada explicaba en El Pueblo que los principales defectos que había encontrado en la plantilla eran «la vida poco disciplinada y la deficiente higiene». Planteó los entrenamientos como un desafío físico para convertir a los futbolistas en atletas: los jugadores se ejercitaban duramente todos los días desde las siete hasta las diez de la mañana. Pronto, claro, se las tuvo tiesas con el grupo, una relación tormentosa que no tardó en trascender. En noviembre de 1927, LAS PROVINCIAS publicaba que «algunos elementos disgustados o quejosos de la férrea disciplina a que se han visto sometidos por parte del nuevo entrenador, habían exteriorizado este disgusto» y que el técnico había sancionado a Molina y Cubells, dos de las estrellas del equipo. La directiva hubo de desmentir la información, argumentando que no existía problema alguno. Pero era evidente que algo no funcionaba. Una nota similar se emitió en marzo de 1928. Y en diciembre la prensa recogía el rumor de posibles plantes de los jugadores, mientras crecía la contestación a los métodos de Elliott en las tribunas de opinión.

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La gota que colmó el vaso llegó con la eliminación copera en enero de 1929 a manos del Racing de Madrid tras, dijo la prensa, «decisiones absurdas» del entrenador. Semanas después, la directiva y el capitán Amorós tomaron el mando y pasaron a decidir las alineaciones. Por fin, en marzo de 1929, el club suspendió de empleo a Elliott, dos meses antes de la finalización de su contrato, y expuso su intención de volver a contratar a Fiverb. El rotundo éxito logrado por Jimmy apenas unos meses atrás había caído rápidamente en el olvido.

Tras la agridulce experiencia en Valencia, Elliott entrenó al AIK sueco (1932-1935) y a la selección de Guatemala (1935). A partir de ese momento su rastro se desvanece, como un fantasma, de la historia. Ojalá su peripecia vital pueda ser completada algún día.

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