Esclavos del selfi

Día excelente de sol en una cala maravillosa. Cuatro chicas llegan a la orilla y observan entusiasmadas los alrededores. Cogen sus móviles como si fueran armas invencibles y se preparan para la sesión de fotos. Antes me piden que les haga una instantánea del grupo. Les cuesta un poco decidirse porque no se ponen de acuerdo sobre cuál es la postura más idónea para obtener la imagen perfecta. Luego siguen haciéndose fotografías individuales subidas en las rocas, tumbadas en la arena o lanzándose gotitas de agua por el cuerpo. Alguna de ellas corre un serio peligro porque se coloca en una roca como si fuera una sirena de anuncio. No es una modelo pero se comporta como tal y la sesión de fotos dura un buen rato. Lo asombroso es que esa cala tiene un agua transparente y es una de las mejores de Europa para bucear, pero después de las poses y los selfis las chicas recogen sus cosas y se marchan del lugar. Lo importante no era bañarse, disfrutar del agua cristalina, bucear rodeadas de peces, investigar el ecosistema, sino que lo decisivo era poner una sonrisa de oreja a oreja, sacar la foto y poder decir que habían estado allí.

Últimamente los expertos avisan de la obsesión por la imagen y la adicción a los 'likes', una respuesta rápida que causa satisfacción inmediata. Es la lucha por salir del anonimato, por ser aceptado y adquirir un poco de fama. Ese deseo de destacar hace que algunos se jueguen la vida por una fotografía única que llame la atención. Son los selfis antes de morir, fotos extremas en las situaciones más arriesgadas que terminaron en tragedia y que buscaban una escena viral con millones de visualizaciones. Perder la vida por una foto famosa puede parecer estúpido, pero se fundamenta en la popularización de un éxito efímero al alcance de cualquiera, una nueva esclavitud.