Parecen librerías pero no lo son: los últimos locales culturales que han abierto en Valencia
Promotores de festivales de poesía, editoriales independientes y talleres de pintura abanderan nuevos espacios en los que los libros son protagonistas
Paloma Chen
Sábado, 14 de junio 2025, 00:50
Venden libros pero no son librerías. O son librerías, pero son mucho más. «Espacio de convivencia artística», se describe La Insomne. «Espacio cultural de ... carácter íntimo», dice La Llar. «Invernadero cultural», se define Lalenta. Tres espacios que han llegado para seguir activando el panorama cultural del cap i casal. Aunque los nombres son nuevos, sus rostros son viejos conocidos: los tres espacios están llevados por agentes culturales de larga trayectoria.
Lalenta, la gran sorpresa para el vecindario del barrio del Carmen cuando se inauguró el 31 de enero, está en un local que primero fue un supermercado Coaliment y después un albergue que ponía camas donde antes había una cámara frigorífica. Ahora el espacio tiene libros y exposiciones, un escenario, una barra para tomar algo, un almacén, y una estancia interior que sirve de oficina para el equipo. Porque Lalenta es también productora cultural: llevan 14 años organizando Vociferio, el festival de poesía más icónico de la terreta, y muchos otros en toda la península, como el Festival de Ecopoesía en el Valle del Jerte, Voces del Extremo en Moguer, o Poesía a Mares en Cabo de Palos. Su nuevo espacio en el centro de Valencia es lo suficientemente polivalente como para presentar libros, grabar discos, o convertirlo en plató.
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Por su parte, La Insomne nació hace 10 años como academia de pintura en las mentes y corazones de María Vañó Ferrer, escritora y poeta, y Miguel Fuster Pitarch, artista gráfico-plástico. La idea metamorfoseó en librería y hoy, lo uno no excluye lo otro, gracias a las múltiples posibilidades del local que inauguraron el 20 de febrero en pleno barrio de Ruzafa: libros en la entrada y un taller de elementos móviles que también alberga exposiciones y es adaptable a diversos eventos. Entre medias, un pequeño espacio con cocina y nevera, que sirve de transición entre las dos partes del local inaugurado el 20 de febrero.
«Creemos en los espacios de encuentro físico como formas políticas y barriales, en juntarnos a leer, hablar, pintar, crear. Amamos los híbridos, los cruces», exponen. Por eso, ofrecen principalmente talleres de dibujo, pintura y escritura, pero también encuentros de pensamiento, fotografía y cine, la otra disciplina a la que también se han dedicado profesionalmente (Miguel es pintor y atrezzista de rodaje). «Hemos creado esto con los ahorros de nuestra vida y préstamos. Mi trabajo profesional en producción audiovisual publicitaria no dejaba a la conciliación familiar. Ser madre de mellizos me hizo conectar con un deseo muy profundo de construir un espacio así», cuenta María. Respecto al catálogo de libros, los escoge «uno a uno» y los coloca en tres estanterías principales: una de novela, poesía y ensayo, otra de libros de arte, cine y fotografía, y una tercera infantil y de crianza, «que mucha gente no le hace caso pero que para mí es importantísima. De hecho, ante la falta de espacios de ocio para las infancias, ellas son protagonistas aquí».
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«Lentitud», «intimidad» y «calidad»
Lalenta tampoco es de esas librerías de catálogo infinito y mainstream, pero sí está muy vivo y en diálogo con el barrio: «Tenemos mucha poesía y pensamiento disidente, por lo que nos emparentamos con librerías como La Repartidora en el barrio de Benimaclet, con Traficantes de Sueños en Madrid, con Libros Traperos en Murcia, o con La Vorágine en Santander. Son espacios propios que no tienen que andar justificando todo el rato su razón de ser ante gente reaccionaria». Destacan los títulos de la editorial La Consentida, que llevan Espe Sanz y Natxo Lázaro, dos de los seis socios de Lalenta (Miki y Fran Garofalo, Pedro Verdejo y David Trashumante).
Abogan, desde su mismo nombre, por la filosofía slow: «Todas teníamos la sensación de agotamiento, de estar constantemente con la lengua fuera en la rueda que no para de girar de la industria cultural. Pero para producir cultura se necesita tiempo, cuidar los procesos, escucharnos mutuamente. Y le pedimos lo mismo al público: que vuelva a lo analógico, a lo presencial». Reivindicar la lentitud en los ritmos acelerados de la industria se puede considerar ir a contracorriente. Lo mismo con el titular que nos da el poeta David Trashumante: «Venimos a hacer el Carmen pequeño otra vez». Es decir, que frente a la insostenible turistificación del barrio, «convertido en parque temático», Lalenta tiene como ambición devolvérselo a un vecindario que ha sido expulsado por la gentrificación, «del que solo quedan quienes tenían propiedades en herencia». El barrio de Ruzafa también ha acogido con los brazos abiertos a La Insomne: durante el año que ha durado la reforma, el vecindario dejaba mensajes en su puerta que decían «menos mal que no sois otro Airbnb». Y a pesar de su reputación de barrio turistificado, «sigue habiendo mucha gente que lucha por el tejido barrial y los comercios locales». Han descubierto con alegría que «¡nos piden más libros en valenciano que en inglés!».
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De la lentitud que exigen las propuestas cuidadas también sabe Alberto Haller, de La Llar de Barlin Libros, cuando utiliza palabras como «intimidad» y «calidad». Otra buena sorpresa para el barrio de La Petxina, con su inauguración el 27 de marzo, es este espacio que funciona como cuartel general de la editorial Barlin Libros, pero que también ofrece variadas propuestas culturales. «No somos una librería, y no vamos a promocionarnos como tal, sino que somos la sede de Barlin, donde tenemos todos nuestros libros y donde ofreceremos cursos en relación a las temáticas que tratan nuestros títulos», explica Alberto, que lleva ya 8 años al pie del cañón como editor independiente. «Al principio, solo buscábamos un espacio por razones logísticas. Es decir, unas oficinas y un pequeño almacén, pero al encontrar un local bastante más grande, podemos desarrollar más actividades», añade.
En La Llar tampoco se pueden conseguir las novelas best-seller que colonizan todos los espacios comerciales. Está la amplia no ficción que edita Alberto, con formación en Historia y Ciencias Políticas, pero que él mismo desincentiva que se compre en La Llar: «Anunciarnos como librería me parecería competencia desleal. ¡A comprar los libros de Barlin a las librerías! Porque estoy en contra de que nos saltemos los eslabones de venta del libro, donde cada uno se tiene que llevar su porcentaje de venta», defiende. ¿Qué ofrece, entonces, La Llar? «Venimos a cubrir un vacío en cuanto a formación en ciencias sociales a través de cursos y talleres de los propios autores publicados en Barlin, aunque no solo de ellos. Así, daremos vida a los libros más allá del papel. En septiembre anunciaremos los primeros tres cursos del semestre, con sello de calidad, porque yo no quiero hacer cosas por hacer», afirma.
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Si María de La Insomne agradece que otras libreras y libreros con más bagaje le ayuden con su propio espacio, desde Lalenta, comentan que «tampoco venimos a competir, sino a complementar lo que ya hay, que es la Ramón Llull que trae a gente de primer nivel, o la Todos contentos y yo también, que es una librería de viejo aquí al lado. Pero nosotros cubrimos público que ellos no cubren». Las propuestas formativas, presentes en los tres espacios, en el caso de Lalenta, adelantan que incluirá una Academia de Creación Expandida de literatura que va más allá del papel. Dejan claro que son «personas de clase trabajadora, del rural, y emigrante de otros países, que estamos empezando ahora con un modelo asociativo que no por ser asociativo es menos profesional. En estos años de curro hemos aprendido a producir muy bien las cosas. Creo que aquí hay muchos artistas que se han sentido maltratados, acostumbrados al cutrerío, a la gratuidad y al 'pensat i fet'. Queremos un espacio digno para nosotras. A veces vas a esos festivales burgueses y dices '¡madre mía, qué pasada!'... pues esa calidad es la que queremos para nuestra gente».
Así, Lalenta quiere ser un nodo para cualquier poeta interesante del Estado español, «que si quiere venir a Valencia a presentar su proyecto, pueda encontrar un sitio». En ese sentido, Alberto Haller de La Llar cree que en Valencia hay un sentimiento de inferioridad «no solo en el mundo cultural sino en todos los ámbitos, y que no entiendo», por lo que, con Barlin Libros, siempre ha querido «ofrecer lo mismo que una editorial de Barcelona o de Madrid, que mis autores tengan el mismo alcance que los que están en una editorial de allí. Hay gente que se cree que no somos de Valencia. ¡Hay que instaurar la idea de que sí somos de aquí!». Para María y Miguel, que se conocieron en Valencia pero que estuvieron unos años en Madrid por trabajo, es una cuestión de «poder hacer donde uno es». Nunca imaginaron su espacio en otra ciudad que no fuera Valencia. Y hoy no imaginan Valencia sin su espacio.
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