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NOELIA CAMACHO
Viernes, 29 de septiembre 2017, 00:23
valencia. Una misiva firmada por Josefina Manresa, viuda del poeta alicantino Miguel Hernández, informaba al sacerdote valenciano Alfons Roig de la tranquilidad que le había supuesto a la familia el hecho de tener luz en casa. En otra carta, la filósofa y ensayista María Zambrano enumeraba las gestiones que iba a realizar para que el religioso pudiera conocer al pintor Pablo Picasso. En otro documento, Roig le pide al poeta y crítico José Luis Cano, fundador de la revista 'Ínsula' -una publicación que se caracterizó por dar voz a los intelectuales exiliados tras la Guerra Civil- la dirección en Brasil de la escritora Rosa Chacel.
Estas revelaciones son las que ha sacado la luz una investigación sobre los archivos de Alfons Roig, que pertenecen al MuVIM, y en la que se demuestra que el sacerdote valenciano tejió una importante red de contactos para «dar consuelo» a los miembros de la Generación del 27. Comisariada por Rosa Mascarell, 'Alfons Roig y la Generación del 27. Querido amigo' reúne decenas de documentos, cartas y volúmenes en los que se reflejan las relaciones que, desde la ermita de la localidad de Llutxent, estableció 'el pare Roig' quien, incluso, llegó a ofrecer refugio en España para que regresaran del exilio. Como reza uno de los textos, Roig le pidió perdón a la propia Zambrano al considerar que la Iglesia había dado la espalda a este grupo de intelectuales.
La mayor parte de los volúmenes que se exhiben forman parte de la biblioteca personal del profesor custodiada en el MuVIM y entre ellos destaca la primera edición de 'El rayo que no cesa', de Miguel Hernández, firmada y dedicada a Juan Gil-Albert y que este, debido a su estrecha amistad, regaló al religioso. Cabe destacar que hay pocas misivas entre Roig y el escritor alicantino, ya que su entrañable amistad hacía que se vieran muy a menudo. También se pueden leer ejemplares de la revista republicana 'Hora de España', una publicación en la que coincidieron los textos de los literatos de la Generación del 27.
Fotografías, diarios íntimos y libros no sólo literarios sino también de artistas de la época, reproducen la preocupación del valenciano por el exilio de los intelectuales durante la dictadura. Por ello, Roig también mantuvo contactos con Emilio Prados, exiliado en México y quien le pidió al religioso sus consejos ante el desamparo que vivía. El premio Nobel Vicente Aleixandre -quien tenía fuertes vínculos familiares en Valencia- también fue uno de los literatos con los que el valenciano se carteó de manera continua. Quizás, según los responsables de la muestra, el fusilamiento de Peset Aleixandre por orden de Franco fue lo que hizo que Alfons Roig llegara incluso a enfrentarse con la institución a la que pertenecía, como era la Iglesia, para ir en búsqueda de esta Generación del 27 que se había visto obligada a exiliarse. «Roig llegó a tener una licencia para leer libros que, en aquel momento, estaban prohibidos», aseguró Mascarell. Su rebeldía, afirmó la comisaria, le impidió ascender en la carrera eclesiástica. No obstante, el religioso también tomó sus precauciones. No se conservan pruebas del contacto del 'pare Roig' con el escritor comunista José Bergamín para que el sacerdote no pudiera verse comprometido.
Para Mascarell, el carácter «entrañable y próximo» del 'pare Roig', hizo que diera consuelo a personas que lo necesitaban en ese momento. Además, desempeñó un papel crucial en el panorama cultural del país. Otro ejemplo de 'amistad' con esta corriente fue que el propio Roig fue el encargado de hacer llegar a José Luis L. Aranguren un texto de Zambrano. Este hecho fue crucial para que Aranguren se animara a recuperar la obra de la autora. Igualmente, el sacerdote, preocupado por la situación en la que había quedado la familia de Miguel Hernández tras la muerte del poeta oriolano, se prestó a buscar trabajo a los hijos del escritor. Es más, la última foto que se conserva de su persona es una instantánea en la que se le ve visitando la tumba de Hernández.
La exhibición, que se podrá visitar hasta el 12 de noviembre, también recuerda que la ermita de Llutxent, el centro neurálgico de Alfons Roig, tenía previsto convertir se en un centro de creación. La muestra, al final, se erige como un homenaje a la figura de un Roig «catalizador, comprometido y amigo».
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