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SALVEMOS EL METROPOL: A FAVOR Y EN CONTRA
Los arquitectos Miguel del Rey y Julián Esteban Chapapría dan sus argumentos sobre la problemática que afecta al cine de Valencia
Viernes, 27 de abril 2018, 12:01
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Viernes, 27 de abril 2018, 12:01
MIGUEL DEL REY. ARQUITECTO Y CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD
Mi amigo y compañero Julián Esteban construye un discurso interesante y culto en torno a la problemática del Metropol. Es una delicia viajar con él a unos de esos rincones tan atractivos de la obra de Javier Goerlich como es el caso de la intervención en el Puente del Mar: uno de los espacios del eclecticismo como modernidad, uno de los restos más importantes del paisaje urbano de la Segunda República. Son los suyos comentarios interesantes impregnados de valoraciones académicas.
Es evidente que la intervención de Javier Goerlich en el Metropol en los años 30 no es una intervención ortodoxa sobre un edificio academicista, incluso es posible que no saliera de las mismas manos del arquitecto la preciosa caligrafía del rótulo, como se atreve a decir mi amigo. Es conocido que el estudio del arquitecto era un hervidero donde, por razones que no vienen al caso y propias de aquellos tiempos convulsos, otros arquitectos de reconocido prestigio colaboraban. Pero la obra está firmada por J. Goerlich y él es el máximo responsable. Suya es la obra. Y lo vengo a decir porque desde la manera de intervenir, hasta el propio trabajo, están imbuidos de algo que en el artículo se califica un poco despectivamente como «obra menor», cuestión con la que no comulgo al expresar el término de manera categórica.
Desde mi punto de vista, su intervención en la escena pública, que es precisamente la cuestión a debatir en este caso, nos muestra una de las primeras intervenciones edilicias valientes, sin complejos, de una modernidad rabiosa próxima a la que poco tiempo más tarde vemos en los carteles de Renau, en la iconografía republicana del momento, mostrando el valor plástico de una imposición que participa tanto de la arquitectura como de la caligrafía, valores en los que años más insistirá una cierta estética 'pop'.
Pero si bien la Academia, la Escuela o el Colegio son instituciones relevantes, no hay que olvidar que están insertas en una realidad más compleja: la sociedad valenciana y en concreto la ciudad de Valencia. Ser ilustrado es necesario para conocer y valorar, pero no se puede solamente con ello construir la ciudad; una ciudad cuyo concepto ha cambiado desde la Ilustración y en la cual no es necesaria la coherencia absoluta entre la disciplina académica y el imaginario público para conservar un bien. Sí para analizarlo, para construir un discurso, pero no para con ello marcar el valor que puede tener, o le puede asignar, una sociedad.
El culto a la ruina es precisamente una de las bases de nuestra cultura a partir del romanticismo; nuestras ciudades se han ceñido a este dogma de manera palpable. La sociedad vive en los fragmentos, visita las ruinas, hace suyos los restos esparcidos en la ciudad de manera consciente, se reconoce en ellos como pueblo y valora su pasado. Las imágenes de los libros son otra cosa, y en caso necesario en ellas puede vivir la memoria una vida que no es vida, que es solo imagen de la vida; no es el caso, la ciudad aún posee el objeto.
Creo que el Metropol se merece permanecer entre nosotros con más o menos intensidad, quizás como fragmento, quizás como una pieza inserta sobre otra. Eso ya será labor de un buen arquitecto que sepa compaginar presente y pasado: ese bonito y difícil ejercicio de arquitectura donde en lo contemporáneo permanecen fragmentos de la memoria. Como fue en su momento la intervención de Javier Goerlich.
JULIÁN ESTEBAN CHAPAPRÍA. DOCTOR ARQUITECTO
Recuerdos y sentimientos pueblan nuestra memoria y forman nuestra identidad personal y social. Es una memoria que al cabo del tiempo comienza a palidecer si no introducimos algunos mecanismos de fijación: textos, imágenes... luego la memoria poco a poco se borra y, por otro camino, se construye la historia que nada tiene que ver con la memoria. El problema es cuando pretendemos hacerlas coincidir.
A una y otra los restos materiales les sirven para apoyar su reconstrucción, y de entre ellos la arquitectura es uno de los espejos más fieles en los que nos apoyamos, por eso se ha conferido a la arquitectura un carácter evocador.
Sin duda el cine Metropol en Valencia vive en los recuerdos de mi generación, y como mucho en la de dos generaciones anteriores a la mía, pero cuando hablo de él a mis hijos no saben a que me refiero ni lo que significó para mi y tanta otra gente. Y estoy hablando de una forma de ocio, de los pocos que podíamos disfrutar, que estuvo muy arraigada en la ciudad y de un equipamiento de barrio que era indispensable en la ciudad hasta hace veinte años.
De todas esas arquitecturas del cine quedan ya pocas huellas construidas, y ello a veces a costa de duras transformaciones, como ha ocurrido con el cine Capitol, este sí un edificio de valor arquitectónico surgido de las manos del arquitecto Joaquín Rieta en el que se aplicó por primera vez en Valencia para la sala la curva de visibilidad y en el que trabajaron artistas plásticos como Amadeo Roca y los hermanos Boix, y ello en los mismos años 30 en la que se remodelaba el Metropol.
El Metropol era un cine de barrio, con una imagen urbana reconocible, ligada a una de sus remodelaciones de su fachada. Y poco más, su acceso, escaleras, la sala... no aportaban demasiado y solo cobraban sentido cuando se apagaban las luces y se iniciaba la proyección durante toda una tarde que no debía acabar. Pero hoy el cine Metropol perdió su magia y queda solo una caja vacía con el icono de su reclamo. Y para su recuerdo miramos a sus protagonistas: Vicent Miquel Carceller, editor de La Traca y su promotor, Javier Goerlich, el arquitecto que lo remodeló en 1930, y algún visitante ilustre que entró en él.
El que me interesa aquí es el arquitecto Javier Goerlich, autor de numerosas obras en la ciudad, unas en pie como el Banco de Valencia, otras transformadas, como la Escuela de Magisterio, y otras ya desaparecidas, el Club Náutico o el Frontón Valenciano. La trayectoria de este arquitecto es fácil de conocer ya que se le han dedicado diversas publicaciones. De su trabajo me gustaría referirme a una obra suya contemporánea del Metropol y que, en cierta manera, sitúa a este como un trabajo menor. Se trata de la actuación urbanística desde la plaza de América hasta Jacinto Benavente, con la peatonalización del puente del Mar y la prolongación de la Alameda. Fue un trabajo encargado por el ayuntamiento de la República cuando era arquitecto municipal. Con este trabajo dio forma a una parte de la ciudad, suturando tramos de especial relevancia además de poner en valor el puente del Mar, perdida su función de llevar hasta allí, con unas escalinatas adaptadas al espacio urbano donde recaen, y prolongar la Alameda desplazando la fuente y colocando balaustradas y pilonos en su final.
Goerlich era un ecléctico en el uso de lenguajes arquitectónicos, se movía bien con expresiones modernistas, decó, racionalistas o neobarrocas,. No cabe duda que trabajaban con él unos magníficos diseñadores que eran capaces de aportar los lenguajes más actuales. Este es el trabajo que hay en la fachada del Metropol, porque es dudoso que la iconografía allí empleada se deba a su mano. Lo cual, no resta valor a su presencia urbana, aunque quede alejada de los valores de la remodelación urbana mencionada. El papel secundario de esta obra ha hecho que no aparezca en las guías del Colegio de Arquitectos de 1996 y 2007 ni esté protegida con los mecanismos con que la sociedad se ha dotado para conservar las arquitecturas de valor. Así, sin valores objetivos reconocibles y reconocidos ni protección jurídica no parece en absoluto razonable exigir su permanencia.
Cada generación ha ido definiendo las arquitecturas que mejor representan su historia y su identidad. Tras la identificación de valores, que es el primer paso de la conservación, se han establecido otros mecanismos, de protección y conservación, con lo que comportan de coste social. Las reglas del juego están en una estricta correlación entre conocimiento, protección y conservación que todos respetamos. Modificar estas reglas significa la ausencia de rigor en el trabajo del patrimonio, de ahí a convertirlo en un problema hay una delgada línea roja que acabará invalidando la atención sobre él.
Dudo que para la conservación de los valores del Metropol deba recurrirse a los mismos mecanismos, existen otros, citados al inicio, y otro tipo de guiños más directos para mantener la atención sobre lo que nos acompañó durante años. Algo que puedan asumir los operadores públicos y privados implicados en esta operación, de manera que ellos sean también cómplices de mis recuerdos y de los de todos.
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