![Masters de Augusta, la pasión verde](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/pre2017/multimedia/noticias/201704/02/media/110573740.jpg)
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JAVIER MUÑOZ
Domingo, 2 de abril 2017, 20:59
Era el día que se iniciaba la temporada después del largo invierno, y una considerable muchedumbre se había congregado en el primer 'tee'. Los trajes de golf lucían en el sol, y el aire estaba cargado de expectación». Así arranca el primer relato del libro 'Dieciocho hoyos', de P. G. Wodehouse, escritor inglés que utilizó como narrador de sus historias al 'socio veterano' de un imaginario club de golf; uno poblado de millonarios e individuos excéntricos donde se daban cita todos los tópicos sobre el juego y sus fervorosos aficionados. Si hay en el mundo un lugar que responde a ese patrón es el Augusta National Club, la hiperelitista institución del Estado norteamericano de Georgia famosa por dos cosas. Porque desde 1934, en plena Depresión, organiza en la segunda semana de abril el Masters que lleva su nombre, el primero de los cuatro 'majors' del circuito profesional. Y porque el ganador de la competición elige el año siguiente el menú de la cena de gala, a la que sólo dejan entrar a los triunfadores.
Primer ganador
El primer ganador del Masters fue Horton Smith, en 1934. Jack Nicklaus tiene el mayor número de triunfos (6) y Tiger Woods fue el más joven en obtener la victoria, con 21 años.
Los puentes
En el recorrido de Augusta hay tres puentes dedicados. El Sarazen, en el hoyo 15, en recuerdo de un 'eagle' de Gene Sarazen (1935). El Hogan, en el 12, por Ben Hogan y sus 271 golpes de aquel mismo año; y el Nelson, en el 13, en memoria del juego de Byron Nelson en 1937.
1,68
millones de euros (1,8 millones de dólares) es la bolsa que se lleva el ganador del Masters de Augusta. Se calcula que el torneo genera a los organizadores unos 9,3 millones de euros (10 millones de dólares) cada día.
6,8
kilómetros (7.435 yardas) es la longitud del campo de Augusta. En los últimos años fue alargado en unos 500 metros. Prima el pegador, pero es necesario patear con precisión y manejar bien los hierros.
Los hoyos
Cada uno tiene el nombre de una planta, árbol o arbusto predominante en su zona. El número 5 ha sido bautizado como Magnolia, el número 10 es Camelia, el 13 Azalea. Ese rasgo contribuye a la atmósfera especial que a los novatos del torneo les hace temblar las rodillas.
LA GRAN ESPERANZA
El vizcaíno Jon Rahm, el novato de la temporada, ha conseguido en su primer año completo como profesional meterse en Augusta, donde encara el primero de los grandes retos de una carrera prometedora, pero aún por escribir.
«No me pierdo esa cena por nada del mundo. Es el momento cumbre», confiesa Txema Olazabal, que regresa a Augusta tras una larga lesión, para lucir su chaqueta verde de ganador en 1994 y 1999, una prenda que los poseedores deben guardar en el club (tienen derecho a vestirla fuera sólo el primer año). «Nos juntaremos alrededor de 35 personas. Echaremos de menos a Arnold Palmer; falleció en septiembre».
El ágape lo decidirá esta vez Danny Willet, el británico que se impuso en 2016 y que por ello tiene derecho a competir en Augusta cuando quiera. Quién sabe si en el futuro ese honor recaerá en el gran novato de esta temporada, 'the new kid in town', un meteorito de 22 años llamado Jon Rahm Rodríguez -Jon sin hache, como él mismo no se cansa de subrayar-. Este muchacho de Barrika (Bizkaia) va a caminar por vez primera a la sombra de las 61 magnolias que flanquean el acceso al Augusta National Club, plantadas en 1850, antes de la Guerra de Secesión. Bajo el sol de Dixie, el viejo sur del general Lee, brillará desde el jueves al domingo próximos otro diamante con ganas de hacer historia, uno pulido en la Universidad de Arizona, donde atemperó su carácter subiendo y bajando escaleras a las órdenes del 'sargento entrenador' Tim Mickelson. En su primera temporada completa como profesional, a Rahm le han bastado tres meses para auparse al puesto 14 del golf mundial, con actuaciones entre notables y sobresalientes en el Mundial de México y el Match Play, y sobre todo con un comienzo estratosférico en el Farmers Insurance (donde Rahm ganó el trofeo y su primer millón de dólares de una sola vez).
Pero en Augusta esas demostraciones de alumno aventajado no impresionan a los socios. Son unos 300 y funcionan de otro modo. Alguno vendería todas sus acciones por una reliquia de Bobby Jones, el legendario golfista que fundó la institución con Clifford Brown y que diseñó el campo de juego de Augusta en 1933 con el escocés Alistair Mackenzie. El último en ser admitido en el National Club fue Bill Gates, y Tiger Woods generó bastantes murmullos en las reuniones sociales cuando era el número uno. Es más, de muy mala gana la institución aceptó a las mujeres en 2012, y solo abrió ligerísimamente la mano con la exsecretaria de Estado Condoleeza Rice y la empresaria Darla Moore.
Todo cambio lleva su tiempo en Georgia; y por supuesto en el Masters, que se sitúa en otra dimensión y se eleva un peldaño invisible sobre el circuito de la PGA, más alto que el premio de 1,6 millones de dólares (1,5 millones de euros) para el vencedor. La tradición es ley en Augusta, igual que los detalles, como esos delicados nombres de árboles y flores que lleva cada hoyo del campo, el mismo escenario todos los años (Rosa, Jazmín, Acebo, Azalea, Camelia). O el 'Amen Corner', un triángulo formado por los greens 11, 12 y 13 que lleva el título de una vieja canción de jazz. O la norma de que los caddies fueran obligatoriamente negros, que no se erradicó hasta 1959. En fin, la gloria deportiva de Augusta se erige sobre un turbulento pasado en evolución.
«En paz conmigo mismo»
«Recuerdo la primera vez que gané la chaqueta verde», relata Txema Olazabal. «No la pude apreciar todo lo que debía. Disfruté mucho más de la segunda, porque ya era consciente de lo que tenía alrededor. Allí estoy en paz conmigo mismo. Me siento feliz. Es lo que más me llena de satisfacción. Me siento respetado. Cuando jugadores como Tiger Woods y Phil Mickelson (hermano de Tim, el entrenador de Rahm) me dan la mano siento su respeto».
Es un sentimiento que también percibió el difunto Severiano Ballesteros (triunfador en Augusta en 1980 y 1983) y que intuyen, pero sin haberlo paladeado, el malagueño Miguel Ángel Jiménez, el castellonense Sergio García y el canario Rafael Cabrera-Bello, golfistas los dos últimos con quienes Jon Rahm coincidirá en Augusta.
A todos ellos, pero quizá más a Rahm, a quien tal vez está llamado a pasar el testigo, Txema Olazabal les tiene reservado un consejo. A sus 51 años va a competir sin presión, para enfundarse la chaqueta verde y disfrutar «de los momenos especiales que he vivido en este torneo». Él sabe más que nadie que debe estar preparado para la derrota. Se lo habrá repetido al de Barrika Tim Mickelson, y lo aprendió Bobby Jones en los años treinta, rodeado de una muchedumbre en el último hoyo que abruptamente guardaba silencio. «El golf te obliga a ser humilde», advierte el guipuzcoano. «Porque la mayoría de las veces fracasamos en nuestros objetivos. Es imposible conseguir la perfección y mantenerla durante mucho tiempo».
Jon Rahm no conoce aún esos momentos de frustración como profesional, pero el Masters de Augusta podría enseñárselos. En vísperas de la prueba, las expectativas son buenas. Con sus 1,88 metros, es capaz de enviar la bola de un condado a otro, o por lo menos de enfrentarse a las 570 yardas (520 metros) del hoyo 8, jazmín amarillo. Y esa pegada no es una mala cualidad en el campo de Augusta, que a lo largo de los últimos años ha sido alargado 500 metros aproximadamente hasta alcanzar 6,8 kilómetros (7.435 yardas). Pero siempre es una ayuda ser diestro en el putt, como diría el 'socio veterano' de P. G. Wodehouse, que describe un momento estelar del golf en su relato 'Las grandes apuestas': «George Parsloe puso la pelota en el 'tee'. En su rostro aparecía una sonrisa de tranquila satisfacción. Cogió el 'driver' y lo balanceó como preliminar. Esto, pensó George Parsloe, es el principio de un feliz término».
El Masters decidirá.
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