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El cólera asoló  la ciudad durante  el siglo XIX

El cólera asoló la ciudad durante el siglo XIX

Valencia fue pionera en el mundo en utilizar una vacuna contra la enfermedad

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 13 de diciembre 2014, 23:58

valencia. Esta misma semana la prestigiosa revista 'Time' ha declarado 'personaje del año' a los 'luchadores contra el ébola'. Parece que el primer mundo será capaz de atajar la temida epidemia, algo que no logró en su lucha contra el cólera en el siglo XIX. Millones de personas sucumbieron ante una enfermedad cuyo remedio científico se descubrió a finales de esa centuria. Valencia no fue una excepción. Hace 160 años la Junta Municipal de Sanidad de Valencia elaboró una memoria sobre el devenir de esta enfermedad en la capital del Turia. En su introducción puede percibirse el terror que suscitaba: «Tratándose de una enfermedad que se anuncia con espanto, que se espera con temor, que se presenta con traición, que horroriza con su aspecto, que atormenta con sus padeceres, que repele con sus miserias, que intimida con el contagio y amenaza con la muerte; enfermedad que marcha con rapidez asombrosa, y que exige prontos, eficaces y complicados auxilios.».

Por desgracia, los auxilios que emplearon las autoridades sanitarias carecían de los recursos científicos necesarios, todavía por revelar. Diversos brotes asolaron la capital y toda nuestra comunidad, pero los datos más concretos los ofrece esta 'Memoria sobre la invasión y curso del cólera morbo asiático en la ciudad de Valencia', centrada en lo acontecido en 1854, entre los meses de agosto y noviembre. Pese a pretender lo contrario, el texto estremece por el carácter implacable de la epidemia descrito. El 18 de agosto aparece la primera víctima, la niña Enriqueta Charques, vecina del número 111 de la calle San Vicente. Familiares y vecinos de la calle fallecen en pocos días. Pronto surge un nuevo núcleo en la calle Corredores. La enfermedad es imparable. En menos de tres meses mueren cerca de 2.000 personas, promediándose más de 20 defunciones diarias. Esto en la capital. Otros lugares de la comunidad como Alicante, Requena o Castellón sufrían estragos similares. Era usual que al primer síntoma de un enfermo los familiares decidieran abandonarlo a su suerte, temerosos de acompañar al colérico a su probable destino fatal.

La primera medida de las autoridades sanitarias de la capital fue habilitar para tal desastre el antiguo y hoy desaparecido hospital de En-Bou, que se hallaba en el cruce de las actuales calle Ruzafa y Colón. Se asignó material y un equipo médico de casi 20 personas, reforzado con la colaboración de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Recibió 70 ingresos y se firmaron 49 defunciones. El centro se mostró limitado en recursos y el 27 de septiembre ya estaba operativo el Hospital del Refugio: un primitivo emplazamiento militar ubicado en los aledaños del entonces Hospital General de Valencia, cuya enfermería es la actual sede de la Biblioteca Pública del Estado General. La inexistencia de un tratamiento eficaz justificó que los médicos más vanguardistas propusieran procesos curativos tan voluntariosos como improductivos. Se probó el uso de la electricidad y la aspiración de oxígeno contra la temida enfermedad, técnicas entonces experimentales. Las sangrías tampoco daban frutos.

El doctor Casañ fue uno de los médicos más comprometidos con la causa y publicó, también en 1854, 'Consejos populares sobre la curación y preservación del cólera morbo asiático'. Se impulsaron profilácticos como el sulfato de quinina y el alcanfor. Incluso se repartió agua del 'Pouet de Sant Vicent' por sus posibles beneficios. Los esfuerzos fueron baldíos y muchos valencianos se afanaron en surtirse de tratamientos milagrosos más inútiles que los métodos médicos. Curanderos y adivinos aprovecharon la oportunidad que brindaba una sociedad despavorida y en transformación a causa de la mortandad. Fue general la supresión de los usuales toques de campanas que anunciaban el fallecimiento de un vecino, con objeto de no alarmar aún más a la población. Aunque no es el caso del cementerio de Valencia, muchos de los camposantos de nuestra comunidad se erigieron fuera de sus correspondientes cascos urbanos siguiendo una orden real de finales del siglo XVIII, sólo efectiva por las necesidades sanitarias que provocó el cólera, causante también de importantes cambios en la organización de la higiene pública valenciana. La solución llegaría a partir de 1885 con la invención de una polémica vacuna administrada por el doctor Ferrán en la calle Pascual y Genís de Valencia. La dicha era buena, aunque tarde para miles de valencianos y para Santa María Micaela, derrotada por el mal que vino a combatir en 1865.

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