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Las inundaciones que cambiaron Valencia

Las inundaciones que cambiaron Valencia

Las riadas forman parte de la mentalidad colectiva, como lo demuestra el recuerdo aún vivo de la acontecida en el año 1957

DANIEL MUÑOZ

Sábado, 28 de marzo 2015, 23:49

Es evidente que nunca llueve a gusto de todos, como demuestra el temporal de lluvias que se produjo hace pocos días en todo el territorio valenciano, el cual, por un lado, supuso un alivio generalizado para los campos, mientras que, por otro, causó numerosos daños humanos y materiales.

En cualquier caso, para bien o para mal, las inundaciones forman parte de la mentalidad colectiva valenciana, como lo demuestran el recuerdo todavía vivo de la gran riada de Valencia de 1957 o, más recientemente, la pantanada de Tous de 1982. Sin embargo, la presencia de inundaciones y riadas se remonta al mismo momento en que comenzaron a asentarse poblaciones próximas a los cursos fluviales valencianos. Así lo demuestran los archivos valencianos, que conservan referencias a innumerables inundaciones históricas, como la gran riada de 1864 en Alzira o las dramáticas inundaciones del otoño de 1776 en Valencia, descritas por Cavanilles, entre otros, y que arruinaron el puente del Mar.

«Si plou poc és la sequera, si plou massa és un desastre». Estos breves versos resumen a grandes rasgos el problema del agua en el espacio geográfico valenciano a lo largo de la historia, como han analizado diferentes historiadores valencianos, como Tomás Peris Albentosa, Joan Mateu o Armando Alberola. La Comunitat Valenciana ha tenido (y tiene) que convivir con esta realidad, tratando de aprovechar al máximo todos los recursos hídricos disponibles y, al mismo tiempo, reducir el impacto de las inundaciones, lo que ineludiblemente provoca intereses contrapuestos.

Fenómeno generalizado

Las avenidas fluviales son un fenómeno generalizado en las regiones mediterráneas, siendo especialmente intensas en algunas zonas como el Reino de Valencia. Sin embargo, la frecuencia con la que se produjeron lluvias torrenciales durante el Antiguo Régimen se incrementó significativamente a partir de 1740. No por casualidad, entre 1740 y 1810, es decir durante una fase de 70 años, en 30 de ellos se constata la presencia de desbordamientos.

Varios condicionantes agravaban los efectos de las inundaciones en tierras valencianas, distinguiendo entre factores naturales (como la escasa pendiente del terreno, el gran tamaño de las cuencas fluviales que vierten sus aguas al mar, especialmente la del Júcar y la del Turia, el régimen pluviométrico propio de un clima mediterráneo.) y los factores humanos, que si bien no eran elementos causales de las riadas, agravaban los efectos de las mismas. La intervención del hombre sobre los ríos alteraba su curso natural y, por lo general, contribuía a frenar el drenaje de las aguas, a través de la construcción de infraestructuras hidráulicas, como azudes o motas, y debido a la frecuente conducción de maderadas, que además incrementaba los daños producidos en los puentes que encontraban a su paso.

Respuestas técnicas

Las sociedades no permanecieron inermes ante los efectos de las inundaciones y trataron de combatirlos a través de todos los medios a su alcance, terrenales y divinos. Sin embargo, destaca la tranquilidad con que las riadas eran asumidas por los vecinos de las poblaciones ribereñas, especialmente de Alzira, debido a su carácter recurrente y a que formaban parte de su vida cotidiana. En cuanto a las respuestas técnicas aplicadas tras una inundación, su alcance fue más bien limitado hasta fechas relativamente recientes, debido a la división de pareceres entre diferentes poblaciones y al conflicto recurrente entre aguas arriba y aguas abajo. Las muestras de solidaridad en los momentos dramáticos, se transformaban en un individualismo feroz, contrario a una política conjunta de gestión del agua y defensa frente a las riadas. La construcción o derribo de estructuras hídricas (motas o diques, azudes, molinos.) a fin de facilitar el drenaje de las aguas en momento de crecidas chocaba con los intereses contrapuestos de regantes y molineros, cuyo objetivo principal y a largo plazo era aprovechar las aguas del río, una vez pasada la riada.

En las sociedades actuales, las tormentas generan el colapso de las comunicaciones y daños en las infraestructuras viarias. Sin embargo, en el Antiguo Régimen a estas consecuencias perniciosas habría que sumar una de vital importancia: la ruina de las cosechas y, por consiguiente, el incremento de los precios de los productos de primera necesidad y el hambre. La llegada de temporales de lluvia (o granizo ocasionalmente) amenazaba el ciclo agrario y la vida de las sociedades que se asentaban en los márgenes de los ríos valencianos (del Sènia al Segura, pasando por el Turia, el Júcar o el Serpis).

Sin embargo, existe un efecto positivo de las riadas e inundaciones que, en palabras de Tomás Peris, ha sido tan crucial como olvidado. Las inundaciones son desastres puntuales que, paradójicamente, contribuyen a mantener la fertilidad de los campos a largo plazo, gracias a las aportaciones de sedimentos que las acompañan. La enorme fertilidad de determinadas regiones como la Ribera del Júcar o L'Horta de Valencia no es comprensible sin estas aportaciones de fango y limo durante todo el Antiguo Régimen; un periodo especialmente marcado por la aridez crónica y el déficit constante de abonos. Este hecho no pasaba desapercibido para los afectados, como lo demuestra un informe de 1860, que argumenta que «las avenidas del Júcar son un bien grande [.] y poco importa que en las mayores crecientes desbarate algún pedazo de ribera [.] que esto vale poco, muy poco, comparado con los inmensos beneficios que esas fecundantes y ambicionadas aguas nos traen».

En cualquier caso, la historia nos enseña que los valencianos tendrán que seguir conviviendo con las inundaciones porque, como canta Raimon, en Valencia «la pluja no sap ploure».

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