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Valencia a través  de los ojos de los viajeros extranjeros

Valencia a través de los ojos de los viajeros extranjeros

Los primeros testimonios se remontan a poetas hispanoárabes del siglo XI y reflejan una ciudad bella, noble y rica

DANIEL MUÑOZ

Sábado, 11 de julio 2015, 23:52

La inquietud por lo desconocido forma parte de la condición humana. Tanto es así que la literatura de viajes representa un importante género literario ya desde la Antigüedad. Los viajeros extranjeros no sólo se adentraban en territorios inhóspitos o desconocidos, sino que también recorrían países y regiones más próximas, reflejando sus experiencias en diarios de viaje y guías de caminos. Mucho antes de que el turismo de masas abarrotase las costas, Valencia ya era un polo de atracción para los viajeros extranjeros (y también autóctonos). Una pequeña parte de aquellos que transitaron por esta región y su capital, dejaron huella escrita de su viaje, reflejando las peculiaridades de este territorio y de sus gentes. Necesidades de comunicación, acciones diplomáticas o militares, devociones religiosas o aspiraciones intelectuales fueron algunos de los motivos que promovieron estos viajes. Mirando a través de los ojos de los viajeros extranjeros, podemos aproximarnos al imaginario colectivo y a la realidad pretérita de nuestra ciudad, la cual, como capital del reino y gran urbe mediterránea, atrajo la atención de propios y extraños; como puso de relieve el profesor Josep Vicent Boira.

La mayoría de testimonios (desde los poetas hispanoárabes del siglo XI hasta los viajeros del siglo XIX) arrojan una imagen positiva de Valencia, como una ciudad bella, noble, rica, con un clima benigno; en definitiva, un jardín urbano, complementado por la hermosa y fértil huerta que lo circunda. A comienzos del siglo XIX, el viajero francés A. Laborde así lo refleja, afirmando que «toda la circunferencia de la ciudad se ve llena de jardines y huertas continuadas, las cuales amenizan de tal modo aquel terreno, que lo convierten en una perpetua primavera».

Otros viajeros, en cambio, no pasaban por alto alguno de los inconvenientes con los que toparon durante su estancia en la capital del Turia, remarcando los rigores del clima valenciano (tanto por el frío como por el calor) y poniendo en entredicho el idílico entorno urbano descrito en diferentes relatos. Hans Christian Andersen señalaba que «el aire era tan caliente como para abrasarnos. Poco importaba que sobre los balcones abiertos colgasen persianas de caña para evitar que pasase el sol; el sol era quien mandaba». El célebre escritor y viajero danés, tras visitar Valencia a mediados del mes de septiembre de 1862, se preguntaba «¿cómo sería esto en pleno verano?».

Otro aspecto que llamó la atención de los extranjeros que transitaron por Valencia fue la opulencia de la ciudad. Especialmente, se remarcaba su condición de gran ciudad mediterránea, en contraste con otros núcleos urbanos. En este sentido, el viajero alemán Jerónimo Munzer señalaba a finales del siglo de oro valenciano que «Valencia es una ciudad mucho mayor que Barcelona [.] cabeza comercial del Reino». También se incidía en la riqueza y elegancia en el vestir de sus gentes, especialmente de aquellos pertenecientes al estamento nobiliario, así como el carácter valenciano, siendo este un tema de debate. A comienzos del siglo XVII, el viajero francés Bartolomé Joly, afirmaba que «no hay en toda España tanto esmero en vestirse, con tanto lujo y fausto, como en Valencia. En ellos, la elegancia y el buen gusto son casi innatos, e incluso todas las gentes de los oficios van vestidas de seda».

Las descripciones y relatos también reflejan la monumentalidad de la ciudad, remarcando la presencia de obras de arte, reliquias y edificios de noble factura, que atraían frecuentemente el interés de los viajeros. Las citas serían prácticamente innumerables, destacando entre ellas las referencias a la Catedral, la plaza del mercado, el edificio de la lonja, las murallas y puertas, los puentes del Turia, o los jardines y la Alameda. Pero durante su estancia los viajeros también solían recorres los alrededores de la ciudad, destacando las referencias a paisajes tan singulares del entorno urbano de Valencia, como el Grao, L'Horta o La Albufera, representados magníficamente por el grabador holandés Anton van de Wyjngaerde a mediados del siglo XVI.

Sin embargo, hay un espacio urbano peculiar, que ofrecía una imagen bien distinta de la ciudad. Nos estamos refiriendo al burdel de la ciudad, también conocido como la «pobla de les fembres pecadrius», el cual se mantuvo vivo hasta bien entrado el siglo XVII. Este barrio, por el cual transitaron buena parte de los viajeros extranjeros que llegaban a la ciudad, fue alabado en diversas ocasiones, tanto por su tamaño como por el orden y buen servicio que ofrecía a sus clientes. No en vano, en 1501, el viajero francés Antonio de Lalaing, buen conocedor de este espacio, lo describía «como un pueblo pequeño y cerrado todo alrededor con muros y una sola puerta [.] Y habrá doscientas o trescientas mujeres [.] sentadas en sus entradas, con una hermosa lámpara colgada encima para verlas con facilidad».

En los relatos de los viajeros extranjeros conviven percepción y realidad, siendo difícil en ocasiones discernir entre una y otra. En cualquier caso, a través de ellos se tiene acceso al proceso de construcción de la ciudad imaginada, una representación ideal que vivía en el imaginario colectivo de los viajeros europeos que visitaron la capital del Turia a lo largo de su historia. Conviene resaltar la clarividencia de las palabras del poeta andalusí Al Sumaysir de Elvira, quien allá por el siglo XI afirmó que «Valencia es una ciudad paraíso, pero cuando se conoce bien se ven sus defectos. Por fuera todo son flores, más por dentro todo son charcas de inmundicia». Esperemos que esta imagen se modifique en un futuro no muy lejano.

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