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Grabado de la plaza del Mercado de Valencia. :: vicenticoaa.blogspot.com
El fuego que arrasó el corazón de la Valencia medieval

El fuego que arrasó el corazón de la Valencia medieval

La ciudad sufrió un gran número de incendios, que afectaron a distintos barrios y a todo tipo de edificios, tanto civiles como religiosos

DANIEL MUÑOZ

Sábado, 26 de marzo 2016, 23:22

La relación entre Valencia y el fuego es innegable. Pocos días después de que las llamas hayan recorrido toda la ciudad durante la Nit de la Cremà, todavía puede percibirse el ambiente fallero y el olor a pólvora y ceniza. Sin embargo, el carácter controlado y festivo que se deriva de esta simbiosis entre fuego y ciudad no siempre fue así, como lo demuestran las frecuentes y trágicas noticias de incendios que salpican las crónicas y relatos de la historia del Cap i Casal, especialmente en el periodo medieval y moderno.

Durante todo el Antiguo Régimen, la mayor parte de ciudades europeas eran recurrentemente devastadas (al menos parcialmente) por incendios, sin que las medidas adoptadas sirviesen para poner fin a esta realidad. Sin duda, el gran incendio que arrasó el centro urbano de Londres a comienzos del mes de septiembre de 1666 fue el que mayor impacto tuvo en la mentalidad colectiva europea, narrado en primera persona en prensa periódica, relatos literarios, crónicas, e incluso representado a través de la pintura. Pero hubo muchos otros, y Valencia no fue la excepción a la norma de las grandes urbes europeas.

Sin alcanzar la virulencia del incendio londinense, nuestra ciudad sufrió un gran número de fuegos a lo largo de los siglos, afectando a distintos barrios y a todo tipo de edificios, tanto civiles como religiosos. Entre los diferentes barrios que componían la Valencia medieval, uno de los más vulnerables era el de la «Fusteria», por razones obvias. ¿Pero cuáles eran los factores que motivaban esta exposición al efecto de las llamas? Conviene poner el acento en diferentes causas que motivaban este hecho, entre las que destacan la gran cantidad de madera empleada en la construcción y la estrechez de la red urbana, en su mayor parte herencia de la ciudad islámica. También contribuía a ello el uso de velas y lámparas de aceite para la iluminación de los hogares durante las noches, así como el almacenamiento de madera, carbón o paja, como fuentes de calor con las que combatir el frío. Pero solían ser los talleres y obradores de los artesanos urbanos los lugares en los que con mayor frecuencia se declaraban los incendios, debido al uso de materiales inflamables, como la madera, la pólvora, los tintes, la pintura o los barnices que se almacenaban en los talleres de los artesanos valencianos.

Ciertas actividades implicaban un riesgo acentuado de incendio, por lo que las autoridades se veían obligadas a regularlas, a fin de prevenir los desastres. Una de las que mayor riesgo conllevaba era la producción de trementina (aguarrás) y barnices. No en vano, el 27 de julio de 1345, el Consell General de la ciudad prohibía su elaboración en el espacio intramuros. Mucho más difícil de controlar era la actividad de los oficios relacionados con el fuego y los numerosos hornos que se repartían por todos los barrios de la ciudad representaban una amenaza constante. A pesar de que la legislación establecía que los horneros eran los responsables directos de los daños causados en caso de incendio, era frecuentes los descuidos, especialmente durante las noches, contribuyendo a la propagación del fuego el mal estado de los hornos y los escasos mecanismos de prevención de los incendios.

No podemos obviar el gusto de los valencianos hacia la pirotecnia y los fuegos artificiales, empleados con frecuencia en todo tipo de celebraciones festivas, ya desde el periodo medieval. Nuevamente, las prohibiciones establecidas por la ley eran frecuentemente desoídas, siendo estas imprudencias la causa de no pocos sucesos trágicos en la ciudad. El ajetreado ritmo cotidiano de una gran urbe industrial, como es el caso de la Valencia medieval, hacía que las prevenciones de las autoridades fuesen infructuosas y el temor al fuego se desvanecía o difuminaba ante las necesidades productivas de la sociedad valenciana.

El gran fuego de 1447

Resultaría imposible (a la par que tedioso) realizar un listado de todos los incendios que afectaron a la ciudad de Valencia a lo largo de su historia. Sin embargo, entre todos ellos, hay uno que sobresale sobre el resto, por su alcance, las misteriosas causas del mismo, y por el impacto que tuvo sobre la regeneración de una parte de la trama urbana de Valencia. Nos referimos al gran incendio que se desencadenó en las inmediaciones de la plaza del Mercado de Valencia, concretamente en el ya mencionado barrio de la Fusteria, el cual calcinó el corazón de la ciudad durante el mes de marzo de 1447. Un luctuoso episodio que han rescatado del olvido los investigadores de la Universitat de València, Carmel Ferragud y Juan Vicente García Marsilla.

El hecho se recoge en diferentes crónicas (como la «Crònica i dietari del Capellà d'Alfons el Magnànim» de Melchor Miralles o la «Memoria Valentina» de Juan de Timoneda) y documentos históricos de la época (los sucesos quedaron reflejados en los registros de los notarios Berenguer Cardona y Jaume Vinader), las cuales nos ofrecen una ventana abierta al pasado. Los mencionados relatos coinciden en relacionar el gran incendio con un hecho dramático que había acontecido pocos días antes: el asesinato de una mujer, Caterina, y tres de sus hijos, que residían en una alquería en el término de Paiporta. A pesar de que se desconocen las causas por la que se perpetró el crimen, sí se detalla que en ellos participó activamente la mujer de Genís Ferrer, el cual había ejercido el cargo de Jurado en la ciudad el año precedente, acentuando aún más el escándalo y revuelo generado por el sangriento crimen.

La Justicia y Jurados de la ciudad actuaron con una celeridad poco frecuente, a fin de evitar las revanchas y vendettas privadas, y los culpables (la ya mencionada esposa de Ferrer, su esclavo y dos de sus sirvientes) fueron apresados, juzgados y ejecutados en poco más de dos semanas. Este suceso, aparentemente ajeno al incendio que se desencadenó en el distrito artesanal de la ciudad, parece que tuvo mucho que ver con él. No por casualidad, el incendio comenzó a pocos metros del cadalso, construido ex profeso para la ocasión, en el que los asesinos múltiples fueron ejecutados y sus cuerpos expuestos públicamente, como marcaba el uso y costumbre de la época. El carácter ejemplarizante de la justicia durante el Antiguo Régimen hacía necesario este tipo de espectáculos, que se convertían en eventos públicos en los que participaban prácticamente todos los habitantes de la ciudad.

El fuego desatado el día 16 de marzo de 1447, cuando los cuerpos todavía estaban expuestos al público en la plaza del Mercado, se desencadenó a escasos metros de dicha plaza, en una casa situada en la esquina de la Mercé, arrasando todo el barrio de la Fusteria y las calles colindantes, extendiéndose hacia el barrio de la Draperia, a pesar de los intentos vanos de los vecinos para frenar su avance. Pese a que la vinculación entre ambos hechos no puede darse por cierta, el historiador valenciano Salvador Carreres Zacarés afirmó en su «Libre de memòries», que el fuego había sido intencionado y que Genís Ferrer había sido el artífice del mismo, tratando de vengarse de este modo de la ciudad por el ajusticiamiento de su esposa.

Implicación vecinal

El incendio, que estuvo activo durante toda la noche, fue controlado gracias a la intervención divina, que permitió sofocar las llamas y evitar males mayores, según relatan las crónicas. No obstante, todos los habitantes de la ciudad se implicaron en las tareas de extinción, especialmente los canteros, ya que ante la ausencia de sistemas más eficaces, el mecanismo principal para luchar contra el fuego era el derribo de casas, a fin de crear un cortafuego que frenase el avance de las llamas.

Al alba y una vez sofocado el incendio que arrasó el corazón de la ciudad, se iniciaba la tarea más difícil, la de desescombro, reconstrucción y asistencia a las víctimas en un área vital para la vida cotidiana de la ciudad. El incendio destruyó numerosas casas, pero sus consecuencias, económicas y urbanísticas, fueron mucho más allá, dando lugar a un mayor esfuerzo de las autoridades locales por la racionalización urbana a raíz del incendio, renovando el tejido urbano del área afectada por las llamas y de otras zonas de la ciudad, frente al abigarrado trazado islámico heredado.

En las semanas y meses posteriores, Valencia comenzó a resurgir de sus cenizas, cual ave fénix, gracias al esfuerzo de sus vecinos y a la política municipal, en la que jugó un papel primordial la Junta de Murs i Valls, una institución clave en la lenta modernización urbanística de la ciudad.

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