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ÓSCAR CALVÉ
Domingo, 25 de septiembre 2016, 00:14
La gran riada de 1957 sigue instalada en el marco más triste del imaginario colectivo valenciano. No es de extrañar. Las devastadoras consecuencias de aquella inundación del cap i casal fueron sufridas en las carnes de nuestros antepasados más directos. Incluso por muchos de ustedes. Con justicia debe ser la más recordada. Quizá entre los más de 80 fallecidos que causó había algún familiar, algún conocido. Argumento más que suficiente para no olvidar, para no banalizar. Dicho esto, existen dos aspectos que explican el porqué la inundación de octubre de 1957 -que no fue en absoluto la más mortífera-, haya pasado a la historia como la 'Gran riada'. El primero responde lógicamente al impacto social de unos medios de comunicación inexistentes en épocas pretéritas. El segundo elemento a considerar es que aquella inundación fue la última antes de la elaboración y ejecución del Plan Sur que desvió el cauce del Turia por la parte meridional de la ciudad. Hemos de confiar en que la riada de 1957 fue y será la última que asoló Valencia al trágico nivel expuesto. En todo caso, no es preciso ser un lince para intuir lo que ha de venir. Hace algunos días la ciudad sufrió un aviso. No hay otoño sin lluvias torrenciales, sin gota fría, sin que toda el agua que parece negarnos el cielo durante meses se concentre en pocas horas, en pocos días. Así es nuestra tierra. Desde el siglo XIV tenemos documentadas cerca de 70 riadas o avenidas. Más llamativo si cabe es que desde la citada centuria y hasta el siglo XX, se han promediado cuatro terribles inundaciones en Valencia.
La que se antoja como una de las riadas más virulenta a tenor de las noticias disponibles aconteció el 17 de agosto de 1358. Las aguas del Turia, desbocadas por el exceso de una lluvia que daba fin a una penosa sequía, penetraron en diversas partes de la ciudad. El barrio más sacudido por la tragedia fue el de los curtidores. Gran parte del nuevo recinto amurallado que se estaba llevando a cabo desde 1356 se vino abajo. Sucumbieron la mayoría de los puentes de la ciudad y más de mil casas. Pese a todo, los ingentes daños materiales fueron menores que los personales. Fallecieron entre 400 y 500 personas. Aquella desventura influyó particularmente en la ciudad. La historia está repleta de paralelismos. Si la célebre riada de 1957 fue uno de los detonantes para la muy posterior elaboración del Plan Sur, seis siglos antes, la riada de 1358 activó el sentido de la responsabilidad civil de las autoridades. Sólo una semana después de aquella inundación, el 24 de agosto de 1358, Pedro el Ceremonioso creaba la 'Fàbrica de murs i valls'. Esta institución fue responsable de mantener en óptimo estado la infraestructura urbana de Valencia, que en aquellos belicosos años no podía permitirse respiro alguno.
Otra inundación terriblemente mortífera y quizá la más célebre (con permiso de la Gran riada del pasado siglo) ocurrió el 27 de septiembre de 1517. Nos detenemos definitivamente en ella por varios aspectos. El primero es que el próximo martes se cumplirá su efeméride y merece protagonizar esta sección de fechas históricas. Por otro lado, según algunos cronistas, aquellas lluvias y avenidas fueron interpretadas por los valencianos como un nuevo diluvio universal de dimensiones bíblicas. Todavía hay más motivos para el recuerdo de esta inundación: aquél día se engendró una fascinante leyenda que poco ha trascendido pese a haber sido recogida por reconocidos cronistas: 'El león de la víspera de San Miguel'.
Inocencio Font fue uno de los grandes especialistas de la meteorología en nuestro país. Autor de múltiples obras sobre el clima en España, aseveraba en una de ellas que «la inundación de Valencia de 1517 fue consecuencia de una de las mayores riadas registradas en los últimos mil años». Esta sentencia parece indiscutible si atendemos a lo que expuso el famoso cronista valenciano Gaspar Joan Escolano en la 'Segunda parte de la década primera de la historia de la insigne y coronada ciudad y reyno de Valencia'. Escolano elaboró el texto en 1611 y para cuando él nacía (1560) ya habían transcurrido 43 años desde la catástrofe. De todas formas, dispondría de testimonios más recientes de los que podemos contar ahora. Repleto de detalles urbanísticos que nos trasladan a la Valencia de otro tiempo, su relato evidencia algunos de los motivos por los que se consideró que aquél diluvio era similar al advertido a Noé. El más llamativo era la duración, pues Escolano aseguraba que llovió cerca de cuarenta días seguidos. El libro del Génesis indica que Dios hizo llover sobre la tierra 40 días y 40 noches. El paralelismo estaba servido. Valencia se preparaba en aquellos días para la visita del nuevo rey de España Carlos I, quien acababa de llegar a suelo español pocas jornadas antes. Pero aquel domingo 27 de septiembre de 1517, 'día de los médicos' -en clara referencia al santoral que celebra los santos Cosme y Damián-, «Dios convirtió, por castigo del pueblo, la alegría de la venida del monarca en el pesar de la avenida del río». La riada se llevó por delante cuatro puentes y centenares de casas. Escolano indica como los barcos navegaban frente los conventos de Santo Domingo y San Francisco, sin perder ocasión para establecer los paralelismos bíblicos: «Estaba la ciudad hecha una babilonia de llantos y voces, nacidas de los que morían ahogados en las aguas, y debajo de las casas que se iban cayendo (que fueron cincuenta), y las más del barrio de los curtidores; y no menos aumentaban esta tragedia los clamores de los demás ciudadanos, que aguardando otro tanto de sí, rompían el cielo pidiendo misericordia a Dios». Murieron por centenares. El arrabal de Murviedro -en los alrededores de la calle Sagunto- fue otra de las zonas más afectadas, al ser derribadas más de 60 casas. Tanto las monjas del desaparecido monasterio de la Zaidía, como las del monasterio de la Trinidad tuvieron que ser evacuadas de urgencia. Precisamente, en este último monasterio, en una de sus esquinas que mira al río, el ayuntamiento ubicó una piedra marmórea con una inscripción en latín con este contenido traducido al castellano de la época: «Aquí llegó creciente el bravo Turia, salido de los limites usados: e hizo inmenso estrago con su furia en la ciudad, en campos y poblados. En año mil, nos hizo tanta injuria, sobre quinientos diez y siete andados, a veinte y siete de septiembre, dadas tres horas de la tarde, mal hadadas». No busquen la lápida, fue removida a finales del siglo XIX.
En pleno caos a causa de la inundación nace la leyenda del león de la víspera de San Miguel. Escolano narra: «A esta calamidad del agua, se juntó en Valencia otra no menos espantosa, y fue, que aquella noche misma del diluvio (o la siguiente, según las memorias de aquel tiempo), fue visto andar bramando un león por las calles, que realzaba el horror en los corazones de los miserables ciudadanos. Al principio se entendió que se habría soltado alguno de los que de ordinario hay en la leonera del palacio real. Pero desengañáronse presto, porque apenas le veían unos en una calle, cuando se les hacía invisible, y se sentían gritos en otra muy apartada, donde se aparecía de nuevo; y a este tono en un instante se mostraba en diferentes cabos, y al acometerle se desaparecía: y como lo contaban a voces y atónitos, los que le habían visto a los que no, decían estos que aquellos tenían dañada la imaginación, y el corazón tan perdido de la pasada fortuna, que se les antojaban leones las sombras. Más los que realmente le habían visto, se enfurecían contra los incrédulos y venían a las manos sobre ello. Yo he creído siempre que aquel era el ángel percutiente, comisario de la justicia de Dios, a quien se había cometido el castigo de nuestra ciudad. Pero quien quiera que él fuese, le quedó nombre de león de la Germanía». Aquella supuesta bestia provocó el temor de los valencianos, tanto que las autoridades se vieron obligadas a organizar patrullas en su búsqueda durante tres meses. Nunca más se supo de ella. Lo que sí es seguro es que volverá la lluvia. Ojalá que lo haga de manera más pacífica que hace 499 años.
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