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ÓSCAR CALVÉ
Sábado, 5 de noviembre 2016, 23:34
En las postrimerías del siglo XV un gran erudito de origen alemán recorrió buena parte del Occidente europeo. Jerónimo Münzer -así se llamaba este humanista, médico y cartógrafo- describió multitud de detalles de los lugares por él visitados, entre ellos Valencia. Su testimonio es un referente esencial para los historiadores de la ciudad, pues lejos del lógico patriotismo de los cronistas locales de la época, Münzer narraba objetivamente cuanto veía en la capital del Turia. Ni le importaba criticar los excesos de los escotes femeninos de la moda valenciana de la época, ni ocultaba su fascinación por el horario de los colmados valencianos, abiertos hasta medianoche. Münzer no tenía por qué rendir cuentas a nadie, y nos legó un testimonio directo y objetivo. Así que, quien mejor que él para presentarnos el tema de hoy: «La contratación y comercio principal de toda España estaba hace cincuenta años en Barcelona, lo mismo que actualmente el comercio de toda la Alta Alemania está en Nuremberg. Pero después de las sediciones y las guerras intestinas, los mercaderes se refugiaron en Valencia, cabeza hoy del comercio. En la actualidad están edificando allí una casa magnífica, que llaman Lonja, donde se reúnen todos los mercaderes para tratar de sus asuntos. Es una casa alta, construida de piedra cortada y de esbeltas columnas... Será mucho más airosa y más bella que la Lonja de Barcelona».
Durante el siglo XV Valencia se transformó en una de las principales capitales culturales europeas por diversos méritos. Por si fuera poco, una guerra civil desarrollada en Barcelona en la segunda mitad de esa centuria allanó el camino para que Valencia también se convirtiera en gran referente económico internacional. Ese nuevo estatus requería de una sede a la altura de las recientes circunstancias, un edificio que hiciera gala del orgullo cívico que implicaba ser una potencia mundial y en el que no se escatimara en recursos pecuniarios y humanos. En ese contexto nació la Lonja de los Mercaderes, el único edificio que ha sido distinguido como Patrimonio de la Humanidad en la Comunidad Valenciana. Su primera piedra fue colocada el 7 de noviembre de 1482, tal día como mañana, pero hace 534 años.
Algunos años atrás, en 1469, un acuerdo del Consell de la Ciutat establecía la necesidad de construir un suntuoso edificio que reuniese las condiciones y comodidades apetecibles para el objeto a que se destinaba, es decir un nuevo lugar idóneo donde desarrollar las crecientes transacciones comerciales. La esperada Lonja debía presentarse «magnifica e bella a tota honor e decoratio de la dita ciutat». Tardarían más de una década en establecer el lugar donde debía erigirse. En 1481 el Consell expropiaba los terrenos y las casas allí ubicadas para la demolición y posterior preparación de los solares. Los primeros encargados en levantar la obra fueron Pere Compte y Joan Ybarra, reputados maestros que dejaron su impronta en los mejores edificios del gótico valenciano. Aunque la primera piedra de la Lonja se colocó el 7 de noviembre de 1482, las obras tardarían algunos meses en ser acometidas con decisión, como lo atestigua el fantástico escudo de la ciudad ubicado en la esquina recayente a la Plaza del Doctor Collado, donde con paciencia y práctica pueden leer: «La noble ciutat hi leal de Valencia ab cor de acabar la mia excellencia me ha començat a cinch de febrer del any que corrent es compta en ver MCCCCLXXXIII», algo así como La noble y leal ciudad de Valencia acordó mi excelente fábrica a 5 de febrero de 1483. Como otros grandes conjuntos, la obra se ejecutó en diversas fases. La primera de ellas abarcó entre 1383 y 1498 y atendió a la Sala de Contratación (el conocido Salón Columnario de la Lonja) y la contigua torre, obra de los arquitectos mencionados.
La duración de esta fase queda manifiesta en la inscripción que recorre todo el salón en su parte superior, y donde se establece un código ético para el comerciante que haría temblar al protagonista del film 'El lobo de Wall Street': «Inclita domus sum annis aedificata quindecim. Gustate et videte concives quoniam bona est negotiatio, quae non agit dolum in lingua, quae jurat próximo et non deficit, quae pecuniam non dedit ad usuram eius. Mercator sic agens divitiis redundabit, et tandem vita fructur aeterna». Comerciantes de diversas naciones leerían un mensaje en latín (con una funcionalidad similar al inglés actual) que presentaba el lugar y el proceder que se esperaba de ellos: «Casa famosa soy en quince años edificada. Probad y ved cuan bueno es el comercio que no usa fraude en la palabra, que jura al prójimo y no falta, que no da su dinero con usura. El mercader que vive de este modo rebosará de riquezas y gozará, por último, de la vida eterna». Toda esta impresionante sala diáfana está únicamente interrumpida por ocho columnas helicoidales que sustentan quince bóvedas de crucería. En esas bóvedas se ha producido una de las mayores transformaciones respecto al origen. Lo imaginan. En varias ocasiones les he advertido sobre una estereotipada visión gris de aquel periodo. El fondo del techo fue pintado en 1498, nada más acabar la obra, por el maestro Martí Girbes, con un recurso ornamental muy propio de la época: azul marino con estrellas doradas, emulando una bóveda celeste. Las claves y los nervios se pintaron de verde, pan de oro y rojo, si bien en 1506 la policromía de estos elementos fue sustituida por dorados, como permaneció durante siglos, hasta que en el siglo XIX se optó por desechar cualquier recuerdo pictórico de la Sala de Contratación, por la que se puede ingresar en el patio interno, arbolado y con fuente, a modo de claustro secularizado. Allí, en lugar de monjes meditando, estarían los comerciantes valorando la competitividad de la oferta y la demanda. Además de la famosa sala, en 1498 también estaba terminada la torre, el espacio de menor dimensión y que actúa como eje vertebrador de todo el conjunto. En la parte inferior de la torre se habilitó una capilla, mientras que los cuerpos superiores se convirtieron en calabozos para comerciantes morosos en el pago, quienes sólo podían recuperar la libertad tras saldar las deudas contraídas. Uno de las joyas de la Lonja es precisamente uno de los puntos de unión entre la Sala de Contratación y la torre. Si se fijan en la parte más elevada de esta torre verán la diferente tonalidad de la piedra, pues es una obra de finales del siglo XIX, relacionada con una restauración de entonces.
Mucho más dilatado fue el proceso de construcción del tercer bloque, que alojaría al tribunal mercantil llamado 'Consulado del Mar', dando nombre a la construcción. Lo empezó el propio Pere Compte en 1498, pero en ningún caso vería la obra avanzada. Fallecido en 1506, hasta tres maestros de obras le sucedieron en la dirección edificatoria, que sólo finalizó en el año 1548. Sabiendo esto se comprende mejor el lenguaje tan distinto presente en la fachada principal. Si la Sala de Contratación y la torre evocan formas y temas góticos en sus arcos y en su decoración escultórica, el Consulado del Mar presenta un estilo renacentista mucho más acorde a su período de ejecución, tanto en la arquitectura como en los medallones que representan emperadores romanos y personajes ilustres. En el Consulado del Mar se halla el semisótano del que hablamos hace algunas semanas al tratar la Valencia sepultada. Sobre este, tres alturas conforman el edificio, donde sobresale el salón principal, que alberga una increíble techumbre gótica procedente de la antigua y derribada Casa de la Ciudad, y que por sí sola ya es excusa de peso para visitar el monumento.
Se han escrito ríos de tinta acerca de este complejo pero poco sobre la necesidad de verlo con otros ojos. Miren las fantásticas bóvedas e imaginen los fuertes contrastes de color descritos. En lugar de japoneses con cámaras de fotos, figúrense a comerciantes de muchas naciones jugándose el negocio, con una próxima y amenazante cárcel para deudores y con una capilla para, en algunos casos, solicitar el perdón divino por contravenir las reglas dispuestas en lo alto del Salón de Contratación. La Lonja se ha conservado. Otra cosa es su espíritu. Recupérenlo. Vayan al Wall Street de medio milenio atrás.
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