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El Padre Tosca, el Capellà de les ratlletes

El Padre Tosca, el Capellà de les ratlletes

Se cumplen 365 años del nacimiento de una figura trascendental en la historia de Valencia

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 18 de diciembre 2016, 00:12

¿Quién no ha visto alguna vez alumnos de arquitectura o de bellas artes sentados en alguna calle de Valencia con la intención de mejorar su destreza en la representación de espacios, paisajes o edificios? Este ejercicio también era habitual tres siglos atrás. Hasta ahí nada extraño. Otra cosa bien distinta sería que día sí, día también, viéramos un sacerdote de avanzada edad tomando medidas y dibujando, rincón a rincón, toda la ciudad. Como si no hubiera un mañana. Totalmente absorto en su ocupación. A buen seguro que pronto sería la comidilla del correspondiente barrio donde se hallase el religioso, al menos hasta que se trasladase de zona, cuando generaría más rumores en ese nuevo distrito. El sacerdote iría ampliando la curiosidad de propios y extraños hasta hacerse un hueco como personaje popular en el seno de la sociedad.

Algo parecido ocurrió a principios del siglo XVIII con un personaje tan real como el incomparable legado histórico-artístico que nos cedió. A grandes rasgos, la hipotética historia expuesta fue uno de los pasajes de la vida del Padre Tosca, conocido en la época como el Capellà de les ratlletes. Aquellas ratlletes eran, ni más ni menos, que los esbozos preparatorios de un plano en perspectiva caballera de la ciudad de Valencia en 1703-1704. En otras palabras, uno de los documentos gráficos más valiosos para conocer la Capital del Turia en el período. Ese plano se conserva en el Museo Histórico Municipal y, entre otros méritos, nos permite conocer la antigua Casa de la Ciudad (el viejo ayuntamiento), iglesias, parroquias y edificios públicos hoy desaparecidos, así como comprobar el trazado urbano de Valencia en aquella época. Para los aficionados a estas cuestiones, es ineludible la visita al citado museo valenciano. En una de sus salas puede contemplarse la evolución de la ciudad a través de diversos planos históricos. Pero volvamos al Padre Tosca. El aniversario de su nacimiento bien merece un homenaje. Fue uno de los hombres más eruditos que han recorrido las calles de Valencia, aquellas que él mismo dibujo.

Tomás Vicente Tosca nació el 21 de diciembre de 1651 en la calle Serranos de Valencia, a la altura del actual número 27. Con evidentes transformaciones, su casa natalicia sigue todavía en pie, y la fachada conserva una placa ubicada en 1878 conmemorando la celebridad que allí nació. Su padre, Calixto Tosca de los Ares, fue doctor en medicina y catedrático del Estudio General de la Universidad de Valencia. Su madre, Francisca Mascó, enviudó cuando nuestro protagonista apenas contaba con un año, y se volvió a casar con un notario de sueldo modesto. Tomás Vicente Tosca fue un reputado matemático, arquitecto, filósofo y teólogo. Como en toda búsqueda hacia la excelencia, el camino fue arduo. Estudió Gramática, Filosofía y Teología en la misma Universidad de Valencia. Su instrucción en lenguas ilustra el tipo de persona que fue. Además del indispensable latín (que haría las veces del actual inglés), dominaba perfectamente griego, hebreo, italiano y francés.

El saber por bandera

Algunos autores indican que compaginó su formación con una profunda creencia religiosa. Otros señalan que fue un atajo para evitar las penurias económicas. Lo indudable es que durante su adolescencia ingresó en el 'Oratorii Parvi Fraternitas'. Se trataba de una fraternidad bastante restringida bajo la advocación de San Felipe Neri, orientada a conocidas prácticas de piedad: reuniones para orar, visitas a enfermos, etc. Construyó el portal del Puente del Real y la iglesia de la Congregación. La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri tiene como rasgo definitorio su libertad. Los oratorianos no se atan por voto o promesa a compromiso alguno, además, cada oratorio (o sede de la congregación) es autónoma del resto. El dato resulta interesante porque concuerda con la personalidad de un científico que también alcanzó el doctorado en teología y cuyas teorías no siempre armonizarían en los dos campos. Por cierto, la primitiva sede valenciana de la Congregación se hallaba en el mismo espacio que en la actualidad, en un edificio que fue sustituido por la Iglesia de Santo Tomás y San Felipe Neri. Esta será diseñada años más tarde (1725-1736), por el mismo Padre Tosca, quien llegó a ostentar el cargo de mayor rango dentro de la Congregación. Seguro que conocen la iglesia ubicada en la plaza de San Vicente Ferrer, o más popularmente, plaza de los Patos.

Mucho antes de sus trabajos arquitectónicos, cabe reseñar su trayectoria como pensador y transmisor de conocimiento, que redundan en su especial ingenio. Tosca fue uno de los fundadores en Valencia de la peyorativamente llamada corriente de los 'Novatores'. ¿Quiénes eran y qué hacían estos novatores? En principio sólo era una tertulia desarrollada en la academia matemática de Baltasar Íñigo a partir de 1686. A ella acudían en calidad de discípulos Tosca y Juan Bautista Corachán. Los tres eran teólogos. Poco a poco aquellas conversaciones fueron mostrando interés por otros campos como física, mecánica, arquitectura civil y militar, balística, óptica e ingeniería. Los novatores fueron un grupo de pensadores que se anticiparon al deseo de los eruditos del siglo XVIII de evaporar las oscuridades de la humanidad bajo el amparo de la Ilustración. Fueron la vanguardia científica previa al llamado Siglo de las Luces. Los tres teólogos valencianos se impusieron como objetivo la renovación de las ideas y prácticas científicas preestablecidas. Este afán por el nuevo conocimiento hizo que los más reaccionarios emplearan el término novator (refiriéndose a innovador) para repudiar a todos aquellos científicos europeos que presentaban cierto carácter transgresor. Por supuesto con tintes despectivos. No sin cierta dosis de romanticismo, los tres novatores protagonistas en Valencia, emplearon nombres en clave: Baltasar Íñigo era Didascalus, Juan Bautista Corachán era Euphyander y Tomás Vicente Tosca Phylomusus. Este último fue quien gozó de mayor prestigio.

Apasionado de la sabiduría y de la promoción de esta, Tosca instituyó en 1697 una escuela de matemáticas en las dependencias de la Congregación, donde acudían los jóvenes nobles de la ciudad anhelosos de nuevos conocimientos. Su academia mostró sensibilidad hacia otros campos por los que el valenciano se había interesado y funcionó hasta que la guerra de sucesión la hizo insostenible. El Capellà de les ratlletes daría clase de matemáticas en la Universidad de Valencia, y llegó a ocupar el cargo de vicerrector entre 1717 y 1720. El rectorado no lo alcanzó por cuestiones exclusivamente políticas. Según algunos estudiosos, otra huella de su arquitectura es la hermosa traza del Paraninfo universitario.

Inés de Benigànim

Su excepcionalidad científica también está presente en obra escrita. Elaboró un vasto Compendio filosófico y en el momento de su muerte estaba en plena redacción de otro amplio Compendio teológico. Entre los escritos religiosos elaboró una biografía de uno de los personajes más representativos de la Iglesia valenciana, la primera beata de nuestro territorio. Con título 'Vida, virtudes y milagros de la venerable Madre Josepha María de Santa Inés de Benigánim', este informe realizado por Tosca en Valencia tuvo como finalidad impulsar la beatificación de Inés de Benigànim. No obstante, fue entre 1707 y 1715 cuando realizó su obra más laureada, que, todavía hoy, tiene cabida en algunas disciplinas universitarias. Se trata de un Compendio matemático que constaba de nueve volúmenes. Fue editado íntegramente hasta en 4 ocasiones durante el siglo XVIII, además de otras ediciones parciales que mostraron la gran acogida de sus textos.

Tosca puso todos sus conocimientos al servicio público en diversas ocasiones: mejoras estructurales del puerto del Grao, diseños para el puerto de Cullera, planificaciones de canales navegables en el Júcar, o la ejecución del portal del Puente del Real son algunos ejemplos. Aunque el más significativo fue el conocido plano, un encargo municipal por el que cobró 150 libras. El Capellà de les ratlletes estaría fascinado si supiera que, más de trescientos años después, la esencia de su plano ha sido trasladada a tres dimensiones y continúa levantando gran admiración. Su agudeza nos permite disfrutar de un excepcional paseo por la Valencia de 1700.

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