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ÓSCAR CALVÉ
Domingo, 5 de marzo 2017, 00:35
Seguro que recuerdan el mayor reclamo de la mascletà vertical con la que comenzaron oficiosamente las fallas. El efímero espolín sobre el cielo valenciano. El espolín refiere tanto a la lanzadera que teje aparte las flores que se mezclan y entretejen en las telas de seda, como al resultado obtenido, es decir, la propia tela de seda con flores esparcidas. En el caso que nos ocupa, el espolín pirotécnico emulaba el estampado floral que luce este año uno de los trajes de la fallera mayor de Valencia, Raquel Alario. Si no les resultaba excesivamente familiar el término no se sorprendan. En realidad, forma parte de un oficio artesanal abocado a una dramática extinción. Tanto, que uno de los encargados de encender la mecha del citado espectáculo, Vicente Enguídanos, es considerado el último 'velluter', el último artesano capaz de tejer a mano el terciopelo de la indumentaria valenciana. La protagonista de esta semana, la fábrica de seda Garín, también estuvo muy presente en aquella cita pirotécnica. De hecho, fue entre sus maltrechas paredes donde se creó el espolín de la fallera mayor que inspiró al pirotécnico. Resulta sorprendente que justo cuando las Fallas son declaradas patrimonio de la humanidad y cuando Valencia apuesta por su revalorización como Ciudad de la Seda, el emblema señero de la creación de brocados y espolines valencianos, la fábrica Garín, sea menospreciada por la autoridad competente, el Ayuntamiento de Moncada. Máxime cuando se presenta como casi la última vía para mantener un oficio propio de nuestra cultura que, dicho sea de paso, trascendió la práctica de la confección fallera. Sirva de ejemplo que desde hace casi tres siglos ha surtido los atuendos religiosos que orgullosamente exponen todavía hoy museos catedralicios y conventuales de toda España, o que históricamente haya sido una empresa cuya difusión exportadora haya alcanzado a medio mundo. A la fábrica de seda Garín le avalan 290 años de producción ininterrumpida, y lo que es más relevante, el haberse convertido en el último aliento de un inigualable bien material (la fábrica y la colección que alberga) e inmaterial (como elemento transmisor de una práctica casi desaparecida). Su valor patrimonial etnológico e industrial es único.
Los datos que siguen han sido proporcionados por integrantes del Círculo por la Defensa y Difusión del Patrimonio Cultural y por diversos especialistas en patrimonio industrial, quienes han explicado la situación. Comprenderán el sinsentido: 'Valencia, Ciudad de la Seda', una de las apuestas más arriesgadas de un nuevo planteamiento turístico, sólo cuenta con una verdadera colección que, por su valor y volumen, debería abanderar ese proyecto estrella. Esos fondos, compuestos por miles de objetos -y faltan muchos por inventariar-, se hallan en la fábrica Garín. Más de 3.000 piezas de tejido con terciopelos labrados, espolines, cartonajes preparatorios, bocetos, dibujos, etc. Algunos de ellos se remontan al siglo XVIII. También posee un amplio archivo histórico. Por si fuera poco, la misma fábrica conserva once telares Jacquard (los más representativos de la tejeduría en Edad Contemporánea y de complejo mecanismo) del siglo XIX, ¡y en funcionamiento! Esta característica confiere al futurible espacio expositivo una particularidad única en toda España, pues sería el único museo textil vivo en territorio nacional. En voz de los expertos, se trata de una colección sin igual en todo el continente europeo. No piensen en visitarla. Ya lo han intentado decenas de operadores turísticos. Y más que lo harán. La Fábrica de Seda Garín está lógicamente incluida en la reciente guía publicada por la Generalitat Valenciana sobre "Valencia Ciudad de Seda". Sin embargo, y esto es lo que denuncian los defensores patrimoniales, la colección no es visitable, está cerrada. Al no estar declarado como colección museográfica no puede visitarse en horario regulado. Todavía peor, se desconoce si el conjunto está debidamente protegido.
Crecimiento
La historia de los Garín como artesanos sederos comienza a mediados del siglo XVIII, aunque sería en 1820 cuando Mariano Garín constituyó la empresa en la calle Quart nº. 26 de Valencia. Su crecimiento fue espectacular: clientes exclusivos, premios internacionales, ampliación de personal. Así se explica que abrieran una tienda en la prestigiosa calle de la Paz, una dependencia en Madrid, o que a comienzos del pasado siglo instalaran una segunda fábrica, en Moncada, sobre unas antiguas bodegas que configuran el bien material que las asociaciones culturales desean proteger. Primero la Guerra Civil y luego los nuevos tiempos, obligaron a la diversificación del producto. En la década de los 60 del pasado siglo, cierra la fábrica de Valencia y resiste la de Moncada, que recibe encargos tan significativos como los de la casa real española o los del Teatro Bolshoi de Moscú. En 2005 un E.R.E. advierte del peligro inminente, hasta que en el 2013, el edificio fue comprado por el Ayuntamiento de Moncada a través de una permuta, garantizando la musealización con ayuda del Consell y la Diputación.
Tras aquella adquisición, la fábrica sedera Garín contó con subvenciones precedentes de las dos últimas instituciones citadas, pero el Ayuntamiento no ha cumplido el compromiso que todavía sigue pendiente: anunciaron que muy pronto estaría operativo el único museo de la seda vivo en España. Para ello, el primer paso era declarar sus fondos como 'colección museográfica'. Un paso que sigue sin hacerse. Se comunicaba que la gran baza de la supuestamente remozada instalación sería continuar la producción, mantener el pulso de un quehacer indisolublemente ligado a nuestra cultura. Lo único que consta, y de manera oficiosa, es la intención de colocar paneles informativos y vídeos que recuerden como se trabajaba antes: un planteamiento diametralmente opuesto al original, que se sustentaba en el mantenimiento de la particular producción sedera. Nos explican los especialistas que ya han reclamado la mediación del Síndic de Greuges de la Comunitat Valenciana ante lo que evalúan como uno de los casos más flagrantes de infravaloración de un recurso turístico-cultural. La colección permanece abandonada en un edificio que precisa reformas inmediatas para revalorizar tanto el continente como el contenido. A día de hoy, no hay noticias concretas sobre las medidas de protección de algo que si desaparece, será irrecuperable.
No piensen que es una pataleta de corte localista o politizada. La necesidad de su puesta en valor viene avalada por importantes instituciones a nivel internacional: Universitat de València, Universidad Autónoma de Madrid, Patrimonio Nacional, Universidad de Nápoles, Museo del Tejido de Prato (Italia), Museo Victoria & Albert de Londres, etc. Pero el actual Ayuntamiento de Moncada no responde. Bueno, finalmente, tras un eterno silencio administrativo, la alcaldesa se pronunció hace unos días sobre su predisposición a «trabajar el museo desde la esencia industrial del mismo, no dándole tanto valor a las piezas ni a los bienes en telas que hay, sino a la imagen de lo que ha representado la fábrica de la seda para las mujeres en nuestra ciudad». Su intervención ha avivado el malestar de los defensores del patrimonio valenciano. Está muy bien que el futuro museo dedique una parte al impacto de esta profesión entre las moncadensas de antaño, pero es imperdonable obviar lo más relevante: la colección, el edificio y la conservación de un oficio artesanal. Causa sonrojo que mientras una conocida marca de cervezas esté impulsando el renacimiento de los artesanos de la seda, una institución permita su ocaso.
La Lonja, el barrio de Velluters, las buhardillas de las casas donde se criaban los gusanos, las moreras en el paisaje valenciano anteriores a los naranjos. Son todo reflejos de la identidad de un oficio autóctono extraordinariamente conservado en la fábrica Garín. ¿Podremos observarlo 'in situ'?
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