![El toque 'trans'](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/pre2017/multimedia/noticias/201604/02/media/96613880.jpg)
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JULIA FERNÁNDEZ
Lunes, 4 de abril 2016, 21:23
A la altura de Colindres (Cantabria), la autopista A-8 parece una carretera arrancada de la orilla de algún fiordo noruego. Si vas en dirección a Bilbao, a la derecha asistes al húmedo encuentro de las rías de Rada y Limpias, separadas en ese punto por una suave colina en la que pasta el ganado y el tren de Feve pasa de vez en cuando. Al fondo, en los días claros, se atisban la Montaña Oriental y los Collados del Asón, uno de los grandes reclamos turísticos de la región. Es un paisaje bucólico, como el que dibujaría un niño, y poético.
Para Izaro Antxia también es el punto donde tocó fondo. «Iba conduciendo, rápido, y noté que la furgoneta se me iba. La controlé y no pasó nada», explica. Nada de nada. A esta informática de 35 años, que entonces lucía una barba tupida y trabajaba de repartidora en Cantabria, ni se le subieron los pulsos por el susto. «Fue en ese momento cuando me di cuenta de que no podía seguir así». Ocurrió hace dos años y hoy se define como una persona «intensa y emocional», muy alejada de aquella que estuvo a punto de desear que el mundo se le fuera a negro. Izaro es transexual. Y futbolista, la primera jugadora 'trans' federada de España. El día 10 está previsto que juegue su primer partido de fútbol sala con su identidad real. Será con la camiseta del Leioa Maia, un equipo de categoría Territorial Femenina (algo así como tercera división), ante el Bilbo B, uno de los 'cocos' en la tabla.
¿Nerviosa ante el debut?
Estoy más emocionada que nerviosa. Aunque yo no lo llamaría debut. No es el primer partido que juego con ficha de la federación.
Es 'solo' el primer choque federada como mujer. Hasta esta misma semana, para la Federación Vizcaína de Fútbol, Izaro era Gorka, el nombre con el que la bautizaron sus padres, Segun y Julia, en 1981. «Estoy cumpliendo un sueño», resume. Aunque para llegar a él ha tenido que derramar más de una lágrima.
Desde muy pequeña sintió su cuerpo de hombre como una cárcel. Notaba que no encajaba, «aunque obviamente no sabes lo que te está pasando». El colegio fue una etapa oscura: «Sufrí 'bullying', pero no por cuestiones de identidad sexual, y un entrenador me dijo que jamás podría jugar a fútbol por mala», precisa con la asepsia que proporciona la lejanía en el tiempo. Con los chicos no encajaba y deseaba buscar refugio entre sus compañeras, pero no lo hacía «por vergüenza». También «por supervivencia». Fue la primera fase.
La segunda llegó en la adolescencia, viendo un documental sobre transexualidad durante unas vacaciones en la casa de sus abuelos en el municipio cántabro de Guriezo.
¿Le sirvió para ponerle nombre a lo que sentía?
No exactamente. Me sirvió para negarlo. En el reportaje decían que a las mujeres 'trans' les gustaban los hombres y a mí no, me gustaban las chicas. Fue la excusa perfecta para seguir ocultándolo.
A partir de ese momento, tomó la decisión de intentar «hacer una vida normal» hasta las últimas consecuencias. Empezó a salir con chicas, se enamoró y se casó. Cuando le dio el 'sí, quiero' a Santa, se veía «cerca de conseguirlo».
¿Pudo mantener una relación normal con ella?
Sí. Creo que ha sido la primera persona de la que me he enamorado. Mi vida sentimental ha sido siempre muy tranquila. También disfrutaba del sexo.
Sin embargo, la negrura iba creciéndole dentro y asfixiándola poco a poco, como una boa constrictor. Hasta ese día de hace dos años en la autopista.
¿Cómo le dijo a su mujer que no era Gorka sino Izaro?
Le propuse ver un documental, 'El sexo sentido'. Al terminar me preguntó: '¿Tienes algo que decirme?'.
Se sinceró y eso le llenó los pulmones de aire limpio.
¿No sospechaba nada?
Había visto algún mensaje de Facebook, pero nada concluyente.
¿Y cómo se lo tomó?
Esa noche muy muy bien. Me apoyó y me animó a seguir adelante. Aunque a la mañana siguiente, al levantarnos, se dio cuenta de que implicaba muchas cosas. Ella se había casado con un hombre y yo era una mujer.
Como en 'La chica danesa'
Su relación de pareja se quedó en ese momento en 'stand by', aunque siguen «casadas» y compartiendo el piso que compraron en Portugalete. Pese a que coinciden poco en casa, Santa está ahí para cuando la necesita: «Fuimos juntas a comprar mi primer maquillaje a finales del año pasado. Ella me aconsejó qué era lo mejor para tapar la sombra de la barba», desvela Izaro. El papel de su pareja recuerda al de la pintora danesa de los años 20 Gerda Wegener, que apoyó a su marido, Einar, cuando le confesó que se sentía mejor como mujer que como hombre. Su historia ha vuelto a nuestros días gracias al filme 'La chica danesa', que ha recaudado 50 millones de euros.
A la cita, Izaro acude con vaqueros y un jersey rosa encendido que le da luz al rostro. Las uñas se las ha pintado de un lila chillón y una sombra marrón chocolate enmarca su mirada de gacela. El viento le vuela el cabello y ella se lo atusa con un halo de coquetería. «Hace unas semanas me hice el alisado definitivo porque siempre lo he tenido muy rizado y no me atrevo a usar las planchas... todavía». Es una de las muchas cosas que tiene en su lista de pendientes, que es larga, pero de la que va tachando tareas al mismo ritmo que su imagen se transforma. «Me miro al espejo y por fin me siento yo. De cintura para arriba, claro».
Se ha hecho el láser en cara y torso, y con el tratamiento hormonal ha recuperado el optimismo y la confianza en sí misma. También le ha proporcionado anécdotas con las que se parte de risa cuando las cuenta, como la de la primera vez que notó que le estaban creciendo los pechos. «Había entrenado con mis compañeros del Iraultzialeak-2011 (un club de fútbol sala del que es fundadora) y llevaba mes y medio con las hormonas. Me noté los dos bultitos... ¡Y pensé que era cáncer, uno de los efectos secundarios del tratamiento! Se suponía que no notaría nada hasta los tres meses».
«Corro más lento»
Empezó con la medicación hace «año y pico», y con prisa: antes de que los servicios sociales la derivaran a la unidad de género de su hospital de referencia, Cruces, se buscó la vida por lo privado. «Me hice mis análisis y fui a un endocrino que me recetó lo que tenía que tomar». Se dejó un buen pico. «Las hormonas femeninas costaban unos 8 euros, pero las antimasculinas, 43». Tras su paso por Cruces, «con bronca incluida» por haberse adelantado, la factura se redujo a 24 céntimos y 8 euros, respectivamente.
¿Ha tenido muchos bajones emocionales por las hormonas?
Qué va. Lo llevo superbien. Salvo porque ahora corro más lento (Izaro es aficionada al 'running'). Antes, hacer diez kilómetros en menos de una hora lo conseguía sin problemas. En mi primera carrera después de tratarme, perdí más de un minuto por kilómetro.
Mayo va a ser un mes clave para Izaro. No solo porque su hermano va a hacerla tía, sino porque es probable que la endocrina que lleva su proceso de reasignación de sexo -«los 'trans' no nos cambiamos de sexo, yo siempre he sido mujer aunque mi cuerpo fuera de hombre»-, la derive por fin al cirujano. Con un poco de suerte, a finales de año pasará por quirófano. «Serán ocho o nueve horas. Y sí, me da un poco de miedo». Pero tiene ganas, para poder mirarse al espejo de los pies a la cabeza.
En la cancha del Leioa Maia, Izaro se mueve deprisa, como una lagartija. El fútbol sala le va muy bien a su carácter eléctrico. «Soy un terremoto». Por eso, fuera del campo se desespera con el ritmo lento de la «burrocracia». El miércoles obtuvo su nuevo DNI y ahora le queda por delante la ardua tarea de cambiar sus datos en el resto de papeles. «En el banco ya lo he conseguido. Osakidetza me ha dado una tarjeta provisional, la definitiva está pendiente de que arregle lo de la Seguridad Social. También tengo que cambiar el carné de conducir, las facturas de la luz, teléfono, agua... Y los títulos educativos, que tengo un montón».
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