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Ximo Puig, ayer, por la tarde, después de ser investido presidente. :: jesús signes
Puig se presenta  como un presidente moderado para rebajar el temor al tripartito

Puig se presenta como un presidente moderado para rebajar el temor al tripartito

El socialista se convierte en el sexto jefe del Consell de la historia con los 50 votos de PSPV y Compromís y parte de los de Podemos

MARTA HORTELANO

Jueves, 25 de junio 2015, 23:52

Arranca la era Puig. El líder de los socialistas valencianos es desde ayer a las 18:31 de la tarde el nuevo presidente de la Generalitat, a falta de que su nombre sea publicado en las próximas horas en el Boletín Oficial del Estado (BOE) y tome posesión de su cargo, el domingo. Ximo Puig (Morella, 1959) culmina así una carrera política de fondo en la que, además, cierra el círculo que un día empezó en el Palau de la Generalitat, como jefe del gabinete del expresidente socialista Joan Lerma. Pero, treinta años después, el nuevo inquilino de la planta noble será el hijo político de quien sirve de referente al PSPV. Un Lerma que ayer ocupó el centro de la tribuna de invitados, en el gallinero, frente a la trona desde la que Ximo Puig hizo su proposición de gobierno, a modo de brújula.

El nuevo presidente se presentó a sí mismo como una persona «cercana y humilde» que llega al poder «para cambiar las vidas de otros y no la de uno mismo». Un nuevo jefe del Consell que enarboló ayer la bandera de la moderación como cabeza visible de un gobierno de coalición y ahuyentar así el fantasma del miedo al tripartito. Puig exhibió ante Les Corts un amplio programa de medidas con las que pretende sentar las bases de la recuperación social, ante la imposibilidad de lograr, a priori, la recuperación económica de las maltrechas arcas de la Generalitat. Y lo hará gracias a los 50 votos que conforman el apoyo de los 23 diputados del PSPV, de los 19 de Compromís y de sólo 8 de los 13 de Podemos. Un préstamo fraguado alrededor de un programa de gobierno común que ayer el propio Puig explicitó en su discurso.

El socialista gobernará con Compromís, con una Mónica Oltra como vicepresidenta con plenos poderes, pero ayer fue investido como jefe del Consell gracias a parte de los votos de Podemos, que si bien no entrará en el gobierno bipartito, sí resultó fundamental para la votación y para suscribir el acuñado como Pacto del Botánico. Aunque el líder de Podemos se cobró ayer la pieza e hizo pagar al PSPV la deslealtad que, bajo el punto de vista de su líder, Antonio Montiel, evidenciaron los socialistas en la conformación de la Mesa de Les Corts, cuando dieron sus votos a Ciudadanos y no a Podemos para la secretaría primera. Pero, sobre todo, para hacer ver a Puig que el apoyo de los de Iglesias es limitado. De hecho, los diputados de la formación podemista dieron ayer los votos justos para que Puig pudiera salir del Palau dels Borja con la chaqueta presidencial en un día en el que las puertas de Les Corts anunciaron un cambio de era. Y parte de ese escarmiento fue el síndic y uno de los firmantes del pacto del Botánico, Antonio Montiel, que se abstuvo en la votación aunque no dudó en posar sonriente para la foto final, con el propio presidente y Oltra.

Con su discurso de investidura Ximo Puig pone fin a veinte años de sucesivos gobiernos del PP, pero también hace borrón y cuenta nueva con la hoja de ruta que ahora servirá de guía al nuevo Consell. Para el socialista, los objetivos ahora, son otros. Y para ello, echó mano de un completo paquete de medidas sociales que permitirán «rescatar personas», aunque sin cuantificar ni cuánto costará el salvavidas ni con qué dinero se pagará la cuenta. Un compendio de promesas entre las que se incluyen peticiones que son poco más que el esqueleto que sujeta los programas electorales de sus socios. Es decir, constantes guiños en una proposición de gobierno hecha en tres partes. Por una lado, las peticiones de Podemos para dar el sí, ayer, a la investidura. Que exista un escaño número cien, una auditoría de la Generalitat y una renta de ciudadanía. Pero Puig también recogió el guante de Compromís, la otra pata del gobierno bipartito. Con términos como rescate ciudadano, amenazas de llevar la infrafinanciación a los tribunales o la supresión del copago, arrancaron los aplausos del grupo que lidera Mónica Oltra.

Y eso que el ruido y el jolgorio fue ayer menor que en cualquier otro debate de investidura. En cierto modo, es lo que tiene que un político llegue a ser presidente de la Generalitat con un grupo parlamentario en el que sólo tienen asiento 23 diputados. El peor resultado en la historia del socialismo valenciano sirve de sordina a los aplausos, que resuenan menos en un hemiciclo más fragmentado que nunca.

Puig hiló un discurso de 49 minutos bien construido, pero al que le faltó alma y pasión. El mismo aderezo que sí le puso a la réplica en la que por primera vez él y el presidente saliente intercambiaron sus papeles. Puig se acomodó. Dejó los papeles a un lado y echó mano incluso de la ironía. Con cierta retranca desmontó a su hasta ayer rival y lo puso frente al espejo de su gestión. Minutos antes el propio Fabra le había afeado que el PP no gobierne a pesar de haber ganado las elecciones, que no hubiera mencionado ni palabra de agua o que sus socios de gobierno tiendan al radicalismo. Y ahí Puig se dio un paseo con esa inyección de adrenalina que da el saberse ganador.

Recordó a Fabra que el Ebro sigue estando donde estaba, sin trasvase, después de sus cuatro años de gobierno. Que le hubiera gustado tener más votos («a usted, qué le voy a contar», dijo con sorna), y que rehén no lo es más de sus socios de gobierno de lo que lo es de los 500.000 parados de la Comunitat. Eso sí, echó mano de su memoria televisiva, se puso nostálgico con su faceta periodística y se sacó una cita del Ala Oeste de la Casa Blanca para devolver a Fabra a la realidad. «A veces, presidente, también ganan los otros».

Después, en el turno de la que será la nueva vicepresidenta, Mónica Oltra, empleó un tono conciliador, casi poético. La líder de Compromís, eso sí, recordó a Puig que su apoyo para formar gobierno «no supone un cheque en blanco». Y el ya nuevo presidente, evitó incluso darle la réplica. Al fin y al cabo, van a gobernar juntos.

Sí lo hizo, sin embargo, con una polémica Carolina Punset, portavoz de Ciudadanos, con la que, además, mantiene una excelente relación. La nueva diputada mostró un tono amable, pero advirtió a Puig de que su partido puede acabar tomando la deriva nacionalista del PSC, y justificó su voto negativo en que desconfiaba del «populismo» de sus medidas. Aunque Punset se alegra del cambio, su enredo con el valenciano desdibujó su debate. «El valenciano no es cosa de indígenas folclóricos. El valencianismo que yo represento no es un peligro», avisó Puig.

Por su parte, el secretario general de Podemos en la Comunitat, Antonio Montiel, quiso dejar claro que su partido no formará parte de un Consell que será «bipartito» y trató de imprimir moderación. «No vamos a prenderle fuego a la barraca», avisó. Eso sí, recordó a Puig que tiene «una encomienda que cumplir y los ciudadanos no perdonarán que no esté a la altura». Minutos después, consumó su traición al pacto votando abstención.

El último en saltar a la tribuna fue el portavoz socialista, Manolo Mata, que afeó el gesto de Podemos y reconoció que Puig merecía tener el máximo apoyo. El mismo que tuvo Camps en su día.

Pero, aún así, los votos fueron suficientes para salvar el primer escollo. Con Puig ya presidente, el primero en cruzar el hemiciclo para felicitarlo fue Alberto Fabra. A Oltra y a Montiel, tuvo que ir Puig a buscarlos. Así será la legislatura.

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