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Puig comparece acompañado de Such, Botella y Ábalos. :: juan j. monzó
Un exceso de cortesía

Un exceso de cortesía

El mal resultado de Puig le deja sin margen para pedir la cabeza de Pedro Sánchez y le obliga a mover ficha en el Gobierno valenciano

J. C. F.

Lunes, 27 de junio 2016, 23:41

La bandera blanca de Ximo Puig con sus socios del tripartito, el pacto de no agresión que trató de certificarse a través de la coalición para el Senado que Ferraz no permitió, ha convertido en invisibles a los socialistas valencianos. La orden que el jefe del Consell trasladó a los cuadros de su partido para no molestar a Compromís ni a Podemos -Puig depende del apoyo parlamentario de estas dos formaciones- obligó, una y otra vez, a centrar las críticas en el PP y en la gestión de Mariano Rajoy. La hoja de ruta no se vio alterada ni tan siquiera por el riesgo de sorpasso que anticipaban las encuestas, y que en el ámbito de la Comunitat ya se hizo realidad en los comicios del 20D. ¿La consecuencia? El discurso propio de los socialistas valencianos brilló por su ausencia. Esa circunstancia, unida a una campaña de perfil bajo en la que la cuarta planta de Blanquerías se ha limitado a cubrir el expediente, han influido en un resultado que Puig ni siquiera puede aprovechar en clave orgánica.

El líder valenciano señaló ayer que la decisión sobre si Pedro Sánchez debe seguir al frente del partido corresponde al propio Sánchez y al conjunto del PSOE. Las declaraciones, en la Cadena SER, habrían sido mucho más duras, probablemente, si el resultado hubiera dejado algo más de margen a los socialistas en la Comunitat y sobre todo, si el anunciado sorpasso de Unidos Podemos sobre el PSOE a nivel nacional se hubiera producido. Los datos del PSPV -un diputado menos en el Congreso y sin representación en el Senado- no permiten exigir responsabilidades a voz en grito a Sánchez, que ha logrado evitar la sombra de ser tercera fuerza política. La derrota de Susana Díaz en Andalucía hará, previsiblemente, el resto.

Puig paga con estos resultados el pacto de no agresión con sus socios. Y también la gestión de un Consell, el que preside, cuya presidencia no rentabiliza. Como presidente de la Generalitat, Puig ha permitido e impulsado políticas de carácter radical -la guerra de la concertada es un ejemplo, pero no el único caso- que desdibujan la tradicional imagen de moderación atribuida a los socialistas. El enfrentamiento con el cardenal Cañizares, al que llegó a señalar públicamente por «fomentar el odio entre las personas» o la defensa del cartel en el que aparece la 'Geperudeta' besando a la 'Moreneta' -con una posición que ni Compromís llegó a defender- han acabado reforzando la idea un Consell más obsesionado por la provocación que por la política real. La polémica de la concertada -trasladada incluso al debate político nacional- ha acabado por trasladar una imagen de radicalidad a la imagen del Consell que se ha pagado en las urnas.

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