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José Luis Monzón.

¿Quién es José Luis Monzón?

El catedrático y presidente de la comisión científica de Ciriec es un adicto al trabajo que vive entre jóvenes

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Viernes, 24 de junio 2016, 11:06

Hasta los cuarenta años tomaba cañas con sus alumnos; ahora lo ven más como un padre o incluso un abuelo. «Así y todo, el noventa por ciento de los chicos me tutean, no está reñido con el respeto». José Luis Monzón es el alma y motor de Ciriec España, asociación científica de economía social donde ganar dinero no es el fin y tienen cabida desde una cooperativa hasta una asociación. Su afán por mejorar la sociedad le llevó a ser concejal socialista en Valencia, aunque su gran referente, José Barea, fue secretario de Estado con Aznar. «La defensa de la dignidad humana no entiende de ideologías».

-¿Cuándo se interesa por la economía social?

-Con 26 años, recién terminada la carrera, una empresa tuvo el atrevimiento de proponerme ser director. Era una cooperativa autogestionada por los trabajadores. Y como soy una persona muy afortunada en la vida me fue bien. Después tuve que hacer mi tesis doctoral y me interesé por esas formas empresariales donde el leitmotiv es dar un servicio a los socios.

-Y le fascinó.

-Totalmente. Me apasionó. Tienes que desarrollar todas las capacidades de liderazgo y persuasión, porque un trabajador es un voto.

-Esas otras formas de entender la empresa más allá de la búsqueda de un beneficio económico per se han triunfado con la crisis y los jóvenes.

-Sí, yo mismo he ido en Blablacar. Mi hija estuvo trabajando en Zaragoza y me ha convencido de que es una modalidad en la que todos ganan y encima se conoce gente. Cada uno tiene las metas que quiere proponerse, pero yo creo que la de todos es ser feliz. Hacen falta unas necesidades mínimas cubiertas para vivir con dignidad, y después poseer valores, además de la autoestima o la opinión que los demás tienen de ti.

-¿Se considera una persona coherente en ese sentido?

-Yo creo que tengo las mismas aspiraciones que con veinte años. Bueno, ahora hablo peor porque la juventud no duda nunca, es enérgica, es soberbia.

-¿Ha sido líder desde joven?

-En la universidad jugué un papel relevante durante el movimiento estudiantil. Los mejores momentos de mi vida están aquí. Los tres primeros cursos los pasé en el edificio de la Nave y los recuerdo como unos años maravillosos, donde comencé a vibrar, a sentir, a conocer el amor, aunque también era una época difícil, de mucha represión.

-¿Ha corrido mucho?

-Me detuvieron, estuve en la cárcel y sé lo que son las torturas. Tampoco es que me guste hablar de ello pero me desagrada todavía más la banalización que se hace de las dictaduras, que son crueles y profundamente corruptas en su esencia.

-Aquella época era difícil, pero usted consiguió estudiar.

-Mis padres han sido mis primeros referentes porque hace cincuenta años no todos en la clase obrera a la que ellos pertenecían tenían tan clara la importancia de la cultura. Mi madre tiene 91 años, mi padre murió hace siete. Recuerdo una conversación, yo tendría siete años. Vivíamos en una portería en la Gran Vía Marqués del Turia y mi padre trabajaba en la Patacona, en la papelera, y le ofrecieron un piso allí por cuatro perras, casi regalado. Estuvieron tentados pero en aquella época sólo había un instituto de chicos y otro de chicas en Valencia, el Luis Vives y San Vicente Ferrer. Así que como mi hermano ya estaba a punto de entrar en Secundaria decidieron seguir viviendo en la portería. Siempre nos decían que teníamos que estudiar para que no nos engañaran, para tener cultura.

-En una portería se percibe con claridad a qué clase social pertenece cada uno.

-Naturalmente, la diferencia de clases existía. Yo siempre he tenido claro que era el hijo de la portera.

-Ha llegado a la edad de jubilación. ¿Está entre sus metas?

-Para nada. Hasta que no me tiren de aquí no me voy, esta es mi casa. Y si tengo salud, mientras pueda seguiré trabajando.

-¿Se considera un adicto al trabajo?

-Mi familia me echa en cara que no puedo desconectar. Ahora con el final de curso dicen que estoy insufrible. Tendrán razón, sin ninguna duda. Pasa mucho que me cuentan cosas y mi cabeza va por otro lado. Y sigo llevándome trabajo a casa los fines de semana.

-¿Con el tiempo uno termina aceptando sus defectos?

-Yo siempre pienso que voy a cambiar, pero no. He llegado a convocar una reunión un día de Navidad a las once de la mañana, pero no se crea, que todos estaban de acuerdo.

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