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borja olaizola
Domingo, 11 de enero 2015, 21:52
a sierra de Lomonosov es una cordillera submarina situada en el Polo Norte que se ha convertido en la versión contemporánea del mito de las Siete Ciudades de Cíbola, aquel que llevó al Nuevo Mundo a miles de nuestros antepasados atraídos por el resplandor del oro. Lomonosov, que toma el nombre de un científico ruso de la Ilustración, es la pieza clave para el reparto de la soberanía de la región ártica, cuyo lecho marino se presume repleto de ingentes reservas de gas, petróleo y minerales. Si alguno de los cinco países cuyas costas limitan con el Mar Ártico Rusia, Noruega, Canadá, Dinamarca y Estados Unidos logra demostrar que el macizo montañoso submarino es una prolongación de su plataforma continental, habrá dado un paso de gigante para hacerse con los derechos de explotación de esas riquezas.
Lomonosov tiene unos 1.800 kilómetros de longitud. Oculta bajo la gruesa capa de hielo que cubre el Ártico, durante siglos nadie supo de su existencia y no fue bautizada hasta 1948. En los últimos tiempos, sin embargo, se ha convertido en el objetivo de una sucesión de expediciones científicas formadas por geólogos y cartógrafos submarinos que intentan hallar pruebas de que forma parte del país al que representan.
El Ártico no tiene en realidad fronteras. Hasta el siglo pasado nadie había mostrado interés en esa vasta y desolada extensión de hielo que resulta inhabitable para el ser humano. El espectacular avance experimentado por los sistemas de extracción de hidrocarburos y minerales, sin embargo, ha hecho del Polo Norte un pastel cada vez más apetecido. A medida que las técnicas iban haciendo viable la explotación de los recursos submarinos, crecía el interés de las potencias limítrofes por la región.
Reservas.
El Instituto Geológico de Estados Unidos estima que bajo el Océano Ártico están el 13% de las reservas de petróleo del planeta y el 30% de las de gas natural.
Minería.
La región es rica en tierras raras, una materia prima indispensable en la fabricación de teléfonos inteligentes y otros artículos de nuevas tecnologías.
Sin dueño.
Hay cinco países cuyas costas limitan con el Ártico y que se disputan el control de la región Rusia, Canadá, Noruega, EE UU (Alaska) y Dinamarca (Groenlandia).
En 2007 un submarino ruso dejó caer una bandera de su país a la altura del Polo Norte para hacer patente su supuesto dominio sobre las aguas árticas. La temperatura se elevó de golpe unos cuantos grados y los cinco estados ribereños decidieron confrontar sus diferencias en una conferencia celebrada en Groenlandia en 2008. En aquella cita se acordó que la soberanía del Ártico se sometería al arbitraje de la Comisión Internacional para los Límites de la Placa Continental, un organismo de Naciones Unidas que se guía por los dictados de la Convención de Derecho Marino.
Los cinco aspirantes tienen de momento control económico sobre las primeras 200 millas náuticas (unos 320 kilómetros) de mar situadas inmediatamente después de sus territorios. Ese límite se aumentaría en el supuesto de que demostrasen que el lecho marino del Ártico es continuación de sus plataformas continentales. No se ha establecido un plazo para el reparto del área, pero de momento tanto Rusia como Canadá han hecho llegar formalmente a la ONU su interés por la soberanía del Polo Norte. Hace un par de semanas lo hizo también Dinamarca, que reivindica en su propuesta una porción de 900.000 kilómetros cuadrados, que viene a ser unas veinte veces su propia superficie.
Indepedencia
En realidad el Polo Norte está a más de 3.000 kilómetros de Copenhague, la capital danesa, pero el país escandinavo apela a su soberanía sobre Groenlandia para dar legitimidad a sus aspiraciones. Groenlandia, antigua colonia, ostenta desde 2009 régimen de autonomía aunque sus escasos 57.000 habitantes, casi todos ellos de etnia inuit, tienen fundadas esperanzas de obtener la independencia. «Hay ya incluso una fecha simbólica para su independencia, el 21 de junio de 2021, que es cuando se cumple el 300 aniversario de la llegada de los daneses a la isla», explica el antropólogo Francesc Bailón, el mayor conocedor español de la cultura ártica.
La demanda danesa, que ha sorprendido a los conocedores de los entresijos de la negociación por sus ambiciones, dará a buen seguro un buen acelerón al proceso y llevará al resto de los aspirantes a afinar sus reclamaciones. En juego no solo están las reservas naturales, ya que el calentamiento global y el consiguiente deshielo de una parte de la banquisa hacen del Ártico una zona cada vez más interesante desde el punto de vista estratégico como lugar de paso de las rutas navales del futuro. Un ejemplo: la singladura entre Hamburgo y Shanghai se recorta un cuarto si se hace por el norte en vez de por el Canal de Suez. Habrá que ver si las reivindicaciones de los grupos ecologistas, que quieren que el Ártico sea declarado zona protegida y libre de extracciones, soportan tantos y tan variados intereses.
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