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Un refugiado sirio, recién desembarcado en las costas griegas.
¿Qué será de los 6.000 refugiados que llegarán a España?

¿Qué será de los 6.000 refugiados que llegarán a España?

El número de personas que huyen de la guerra y piden auxilio en nuestro país se ha duplicado en dos años. El Gobierno ha reducido las ayudas pero Bruselas quiere que acojamos al doble

zuriñe ortiz/ ester requena/ ester brotons

Viernes, 12 de junio 2015, 20:27

A Mohammed Harastani, próspero fisioterapeuta sirio -una clínica, un negocio de ordenadores, dos villas en Damasco, coches, vacaciones en Beverly Hills y Brasil, "me gustaba mucho bailar la samba"-, lo sacaron a empujones de su casa y golpearon en la cárcel durante ocho días hasta que le arrancaron el último diente. Salió en libertad pagando "un dineral" a los soldados de Bashar al-Asad, lo zurcieron durante dos semanas en el hospital y huyó a Líbano en los bajos de un camión. Su mujer, Linabizra, profesora de inglés, vendió el oro que tenía en Arabia Saudí y compró billetes de avión para el resto de la familia: tres críos de 14 a 9 años, cuyo colegio acababa de ser bombardeado. La familia se reunió en España hace seis meses. Entonces, Harastani sufrió un ictus.

- Ocurrió a los 14 días de estar aquí. Mes y medio en el Gregorio Marañón sin poder comer ni conversar ni andar. Tomaba un ¿sirope? ¿se dice así? Ahora hablo algo, camino cuatro horas al día. La mano izquierda todavía no me responde. Pero estamos vivos. De lo de allí no queda nada. Han arrasado nuestras casas, la clínica, todo bombardeado... Me han quitado el dinero, me han vaciado. Te encarcelan para sacártelo. En Siria la vida cuesta dinero. Vivíamos felices, he trabajado mucho, varios años en Suiza, y disfrutábamos de un buen nivel. Hablo alemán, inglés y francés. Pero no encuentro trabajo. Ahora estamos muy, muy abajo.

Harastani -maneras exquisitas, los ojos húmedos, su cuerpo menudo derrumbado en un pantalón de chándal azulón y un polo barato a rayas- suspira.

- De verdad le digo, el único futuro son mis hijos... ¿Qué vamos a hacer?

Pasea la mirada por la habitación 102 del centro de refugiados de CEAR en Madrid, su hogar desde hace cinco meses. Dos camastros en forma de L que hacen de sofá, una mesilla con botes de especias, Nesquik, ketchup, unos folios con las conjugaciones españolas y dos manzanas golden. Globos de colores en las paredes para suavizar la desesperación, un lavabo con un trapo de cocina. Luego pasa al dormitorio vecino, donde los tres críos afrontan la adolescencia sin intimidad ni armarios: un sostén de niña colgado del radiador, las botas de fútbol del mayor en la ventana, dos guitarras de los chinos junto a uno de esos jerséis que se echan a los contenedores de ropa, más globos contra la impotencia.

- Tengo que decir gracias, España. Si no estuviéramos aquí, estaríamos todos muertos. Los niños van al colegio, están contentos... ¡Vivos!

La guerra siria no perdona a nadie, aporrea con la culata todas las puertas. En cuatro años, 200.000 muertos, 6 millones de desplazados internos, 4 millones escondidos en los países del entorno y más de 200.000 como Harastani que han llegado con lo puesto a Europa. Y luego están los refugiados eritreos, afganos, iraquíes, somalíes, malienses... El año pasado fue crítico, se batieron todas las marcas de exiliados desde que hay datos y en 2015 se volverán a rebasar. El número de solicitantes de asilo en la UE se ha duplicado en los últimos cuatro ejercicios: de los 302.000 de 2011 a los 626.065 de 2014. "Hoy el 80% de los que llegan son refugiados y el 20% inmigrantes económicos. Hace tiempo era justo al revés. No tratan de vivir mejor, sino de salvar la vida", distingue Gil Arias Fernández, director adjunto de la Agencia Europea de Fronteras (Frontex).

Por primera vez, la cifra de desplazados supera a la de la II Guerra Mundial y Europa no sabe qué hacer con ellos mientras las redes de contrabando convierten el Mediterráneo en una fosa común. Bruselas acaba de proponer unas cuotas de asilo en función de la economía y la población de cada socio. El plan, que no contenta a nadie y menos a España, obligaría a nuestro país a asumir a 4.288 sirios y eritreos de los 40.000 que se amontonan en Italia y Grecia. Nos invita, además, a acoger a otras 1.549 personas que están a punto de saltar al mar en esas trampas mortales que los traficantes llaman barcos.

«Tenemos capacidad»

El ministro de Interior ya ha avanzado que este sistema de cuotas "no resuelve el problema", "puede provocar un efecto llamada importante" y que España "espera llegar a las 10.000 peticiones de asilo este año, duplicando las del ejercicio anterior". Vamos, que no, que ya son suficientes. Las organizaciones que los atienden lo ven diferente. "En 2014 se han presentado 5.947 solicitudes, y aunque es un aumento, España solo atiende un 1% del total de las tramitadas en la UE, un porcentaje muy bajo teniendo en cuenta su peso demográfico y su localización fronteriza", contextualiza Nuria Díaz, responsable de incidencia de CEAR.

"Tenemos capacidad para atender a las personas que propone Bruselas, no es nada exagerado. Tenemos la preparación y los mimbres, y la población española es generosa, pero hacen falta más recursos económicos. ¿Qué hemos hecho la comunidad internacional por estos países en guerra? Nada. Y ahora la gente viene aquí porque allí no hay quien viva", recuerda Julia Fernández Quintanilla, directora de la ONG Accem. "Si el plan no lo dotas económicamente va a ser un fracaso. En cualquier caso, las cifras son muy bajas en la inmensidad de Europa", remarca Almudena Echevarría, responsable del programa de refugiados de Cruz Roja en España.

Además de las 416 plazas residenciales en centros estatales para personas que piden protección internacional, estas tres organizaciones humanitarias gestionan otro medio millar de camas en pisos y albergues, con subvenciones públicas. Y no hay una libre: "No damos abasto, acortamos las estancias, desviamos a otros servicios, nos arreglamos como podemos...". Aunque el número de peticiones de asilados se ha duplicado en los dos últimos años, sobre todo por la diáspora siria, el presupuesto para socorrerlos ha menguado. "Hemos pasado de 300 a 150 empleados y cerrado algunos centros como los de Alicante y Mérida", repasa Mónica López Martín, la coordinadora de acogida de CEAR. El Ministerio de Empleo, que es el que distribuye las ayudas, lo confirma: en 2012 destinó 14,1 millones de euros y en 2014 bajó a 13,4. Este ejercicio están presupuestados 13,9.

Si España solo recibe un 1% de las solicitudes de asilo de Europa -en 2013 fue el 0,4%-, es "por la fortificación de las fronteras, con las concertinas y las devoluciones en caliente", zanja Nuria Díaz. Kaya no saltó la valla, pero le costó entrar en Melilla 28 intentos y 1.500 euros. Kurdo, 22 años, está en búsqueda y captura por no incorporarse al ejército sirio.

- Es mi país, pero no mi guerra. Fuerzas de fuera pelean con nuestra sangre. Al ser kurdo me persiguen todos. Es una lucha constante, me he cansado. Soporté dos años de bombardeos, de huir de un lado a otro.

Su padre, un funcionario acomodado de Alepo, murió de un infarto. Su madre le empujó a correr, como a sus hermanos mayores, que le han financiado el viaje a España.

- Marché a Líbano, luego a Argelia, pero no encontré trabajo y tampoco podía estudiar en la universidad sin papeles. Llegué a Marruecos y pagué a unos traficantes un pasaporte falso. No coló con los policías marroquíes las 26 veces que intenté pasar. Al siguiente intento lo conseguí allí, pero un agente español me empujó con la mano y me dijo que no entraba. De vuelta, los marroquíes me pegaron. Pero en el intento número 28 lo conseguí, por poco me suicido de la felicidad.

Da lástima la poca alegría con que lo cuenta. Es culto, espigado y dorado, bello. Quería estudiar Filología Inglesa en Madrid. Creía que aquí era gratis, pero no. En el centro madrileño de refugiados de CEAR lee novelas, escucha música clásica kurda, aprende castellano a una velocidad increíble.

- ¿Qué piensas del futuro?

- Nada. No puedo volver a mi país. Mi familia está repartida por el mundo. Aquí no hay trabajo, pero en los países árabes no hay seguridad. No tengo nada. Solo pienso en mantenerme vivo.

España lo ha reconocido como refugiado, pero cuando cumpla los seis meses en este servicio se va a la calle con su bachillerato, dos pantalones, un par de camisetas y sus zaptillas negras, relucientes como él. "¿Maleta? Imposible, sabía que iba a dormir en la calle, en sitios donde te pueden pasar cosas".

Samer y Rania, cristianos de Alepo, aterrizaron en Alicante el año pasado. Se están integrando. Farmacéutico él, profesora de francés ella, Rania ha conseguido trabajo y Samer lo busca. Al menos ha convalidado su título con la ayuda de Cruz Roja, que los alojó durante medio año en uno de sus centros. De lo que ayer era su farmacia, no queda sino el suelo y un pedazo de pared. Lo han visto por internet. Solo ahora, dos años después, Rania puede contar lo que les pasó a tres colegas de un colegio de Primaria: "Desaparecieron y a la semana fueron encontradas muertas, desnudas y con los pechos recortados". Luego llegaron las amenazas y la extorsión. Un día la engancharon por el cuello: "Di a tu marido que cuando queremos algo podemos cogerlo". Se escondieron en casa de una hermana, pero les cayó una bomba. El 3 de abril de 2013 escaparon. Primero lo intentaron en Líbano, pero está saturado. Luego volaron como turistas a España y se pusieron en contacto con la Cruz Roja y CEAR.

A las organizaciones que los socorren y a estudiosos como Jorge Quindimil, profesor de la Universidad de A Coruña y especialista en el control de fronteras marítimas, les sorprende que en Europa, con 500 millones de habitantes, no seamos capaces de ponernos de acuerdo con el reasentamiento de 20.000 asilados cuando Líbano, con una población de 4,5 millones, acoge a 1.116.000 personas. "Las cifras son ridículas y los reparos españoles tienen un argumento económico que es el más fácil de vender. Al votante no se le ofrece la distinción entre emigrante y refugiado y se refuerza la idea de inmigración ilegal", opina el profesor Quindimil.

Los más solidarios, de largo, son los alemanes, con un tercio de los acogidos en Europa. Aunque algunos quemen albergues: el alcalde de Tröglitz (2.800 habitantes) ha dimitido después de los ataques neonazis que culminaron en el incendio de una residencia de refugiados a punto de estrenar. Alemania recibió el año pasado la cifra récord de 200.000 solicitantes de protección internacional y se espera que éste alcance los 250.000.

Los olvidados de Mali

A I.S., ucraniana de 45 años, divorciada, con un hijo y un nieto, le caía más cerca Alemania, pero eligió el sol de Málaga. Llegó en agosto y en unos meses tendrá que salir del centro de acogida de la Cruz Roja. "Tenía un buen trabajo, cobraba bien como gerente de un supermercado, hasta que cayó una bomba cerca del establecimiento y la metralla alcanzó a uno de mis vendedores. En ese momento decidí salir lo antes posible del país". Al menos, el Gobierno español le ha concedido un permiso de trabajo, mientras tramita el asilo. No es lo mismo ser sirio, dicen las ONG, que ucraniano, el segundo colectivo de exiliados más grande de España. "Por no hablar de los malienses. Sus expedientes se han metido en un cajón y algunos esperan desde hace tres años". En el Ministerio del Interior lo niegan: "Debido a la gravedad de Siria se está dando prioridad a estos ciudadanos, pero no en detrimento de los demás".

Amgad Haifa lo tiene aún más negro. Estos días se juega su matrimonio. Vivía en un campo de refugiados palestinos a la entrada de Damasco -no se imaginen tiendas de campaña sino un barrio de nivel medio, integrado en la ciudad- donde era un reconocido diseñador gráfico. "Ganaba lo equivalente aquí a 10.000 euros al mes". Pero el presidente Al-Asad torpedeó esa zona de la capital y Amgad, 31 años y una mujer de 23, decidió buscar un futuro lejos de las bombas.

- Ella se quedó, no estaba preparada para correr, para cruzar fronteras con rapidez. Pagué a unos traficantes para que me pasaran hasta Melilla. Luego intenté volar a Suecia, donde hay trabajo, pero me devolvieron a España. La idea era que ella viniera aquí inmediatamente.

Dos años y un mes después, Amgad se ha reconvertido en cocinero del albergue de CEAR en Madrid. Vive solo en una habitación de alquiler.

- ¿Cómo está tu mujer?

- Lleva mucho tiempo mal. Estamos enamorados, nos queremos, hablamos por Viber, pero su familia le dice que se divorcie. Ella es siria y yo palestino, y al ser de nacionalidades diferentes, aquí me dicen que no la puedo traer. Búscate una manera de trasladarla porque de manera oficial lo tienes complicado. Tengo una cita con la embajada, es mi última oportunidad. Si no consigo el permiso, se divorcia.

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