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antonio CoRbillón
Viernes, 29 de enero 2016, 19:56
Cuando se habla de Japón y sus ferrocarriles pensamos en un tren bala que desafía la gravedad, orgullo de la tecnología nipona. Pero ha sido un viejo tren de cuarta generación y cuyo mayor reto es vencer las nevadas y los 20 bajo cero de estos días de enero el que ha conquistado el corazón del archipiélago. Y de paso, ha enfrentado a la cultura japonesa, obsesionada con no molestar al prójimo, con algunas de sus taras sociales.
sólo para ella
Única usuaria.
Harada Kana, 17 años, es la única pasajera de la minúscula estación de Kyu-Shirataki, una remota zona rural de Hokkaido, una isla del norte de Japón.
Cierre anunciado.
El 26 de marzo coincidirá el final de la vida como estudiante de secundaria de la joven con el del cierre de la línea, cuyo final se ha retrasado para garantizar su derecho al transporte.
Agobio popular.
Docenas de cazadores de imágenes de trenes ('tori tetsu' en japonés) han convertido la vida de la muchacha, su familia y vecinos en un pequeño infierno
Harada Kana, 17 años, espera cada mañana en la estación de su aldea de Kyu-Shirataki la llegada del convoy. Es una minúscula cabaña de madera, lo más parecido a un refugio de montaña. En el panel un solo servicio de ida y otro de vuelta. A las 7.04 la vieja locomotora con sus dos vagones se detiene durante 20 segundos. Volverá a hacer lo mismo en el viaje de vuelta a las 17.08. Su maquinista no espera sorpresas. Sabe que Harada es siempre su única pasajera.
Dentro de dos meses, el 26 de marzo, ya no habrá parada. La chica habrá finalizado sus estudios de graduación en el instituto de Enguru y Japan Railways cerrará definitivamente la línea. De hecho, solo la mantienen para que la joven pueda seguir llegando a clase. «Quiero grabar esta imagen en mi memoria. No durará», cuenta Kiichiro, que cada mañana acerca a su hija a la estación a bordo de su camión. La joven se ha acostumbrado a este transporte a la carta, que dura unos 35 minutos hasta Enguru. «Llevo cogiéndolo tres años y me da pena que desaparezca», explica sin perder la sonrisa. Una sonrisa que achinó sus ojos hasta la emoción el día que el jefe de estación la esperaba con un ramito de flores tras enterarse de que era su cumpleaños. «Nunca volveremos a celebrarlo», le confesó.
La historia de la chica que parece tener un tren para ella sola no solo ha conmovido a los habitantes de la norteña isla de Hokkaido, donde vive. Se ha hecho viral y ha saltado fuera de las fronteras niponas. El entusiasmo inicial, el orgullo de un pueblo que cree en el sacrificio por el bien de la comunidad, ha dado paso a la presión compulsiva de la sociedad que todo lo sabe, que todo lo fotografía. Y más cuando es algo que se sale de la rutina.
La plácida vida de Harada y sus vecinos, apenas 18 familias y 36 personas, se ha visto invadida por los 'tori tetsu', los frikis japoneses amantes de los trenes, dispuestos a lo que sea con tal de capturar imágenes originales. Se les puede ver jugándose el tipo por fotografiar un tren cruzando los valles de cerezos o con la imagen del monte Fuji al fondo. Y están documentados casos de 'tori tetsu' aplastados bajo los railes cuando meten su objetivo más allá de lo prudente.
Acoso
En cuanto se enteraron de su historia, se presentaron en la minúscula Kyu-Shirataki y han convertido la vida de la chica, de sus padres y sus vecinos en un pequeño infierno. La joven sufre tal angustia, que su familia teme que pierda el curso, lo que la impediría continuar con sus estudios de enfermera. Los voraces cazafotos le exigen que pose delante del convoy, subiéndose a él o le hacen todo tipo de reportajes. Manadas de objetivos se apostan por toda la línea, de apenas 80 kilómetros. Las quejas por molestias de los pasajeros de otros andenes se han multiplicado. La obsesión de los maníacos de los raíles amenaza incluso con la continuidad del servicio y el respeto de sus horarios. Los retrasos son tabú en la cultura japonesa, donde también ha habido algún caso de jefe de estación que se ha quitado la vida porque sus trenes no llegaban a su hora.
El protagonismo de Harada la ha convertido en el centro de un debate mucho más sesudo en las redes sociales. Desde los que se orgullecen y se preguntan «¿cómo no estar dispuesto a morir por un país que hace esto por sus ciudadanos?» hasta los que se cuestionan «¿por qué no alguilar un coche en lugar de gastar todo ese dinero?».
En el trasfondo de todo, el problema del nuevo Japón. Un país que sufre un persistente declive demográfico que le llevará a perder un tercio de su población (127 millones ahora) antes de 2060. Y que está produciendo un enorme excedente de viviendas y líneas férreas. La empresa pública de trenes cerrará en marzo otros tres recorridos en esta región norteña de Hokkaido. En Japón ya esperan que su eterno aspirante al Nobel de Literatura, Haruki Murakami, rescate la historia de Harada y su tren antes de que el jefe de estación sople su último silbato.
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