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Domingo, 23 de octubre 2016, 18:42
Feroza tiene 54 años, aunque su cara arrugada por el sol implacable de Afganistán la hace parecer mayor. Enfundada en su chador negro y sentada sobre una alfombra en el patio de su casa de Sistani, un pueblo perdido en el distrito de Marjah, en la desértica provincia de Helmand, podría pasar por una abuela cualquiera. Pero no lo es. Lo sugiere su nombre y lo confirma el rifle de asalto que reposa a su lado, al alcance de la mano.
Cuando en 2012 dos de sus hijos varones cayeron abatidos por los talibán, Feroza decidió relevarles en la defensa de su comunidad. Hoy es la única mujer jefe en la Policía Local Afgana (PLA), un cuerpo de 30.000 agentes formado con el apoyo de la misión de la OTAN y entrenado por las Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos. Ante el avance talibán, pidió refuerzos al Gobierno, pero se los negaron. Esta mujer pobre y analfabeta decidió entonces armar a 40 miembros de su familia, incluidos dos de sus nietos menores de edad. «Luchan para vengar a su padre», se justifica.
En su pueblo la conocen como Hajani, un término de deferencia hacia las mujeres mayores, y la respetan, tanto si interviene en un caso de violencia doméstica -«El Islam prohíbe pegar a las mujeres», recuerda a los agresores- como si azota con un cinturón de cuero a un soldado denunciado por maltratar a un vecino.
Algunos hombres ven con malos ojos que una mujer ocupe ese puesto, pero lo cierto es que el respeto se lo ha ganado a pulso. En marzo de 2015, los talibán cercaron el pueblo. Los efectivos del Ejército y la Policía Nacional se retiraron de la zona y Feroza se quedó sola con 13 policías locales, dos hijos, dos nietos y algunas mujeres. Resistieron toda la noche a balazos hasta que llegaron los refuerzos y repelieron el asalto.
A comienzos de este año los integristas tomaron finalmente Sistani. Fueron a casa de Feroza, pero no estaba. «Queremos cortarle la cabeza», le dijeron a su nieto de 6 años. El pequeño se quedó sin habla. Ahora todos se han instalado en la capital de la provincia, Lashkar Gah. La relativa calma que reina en la ciudad permite que los chavales asistan al colegio. «Pero si tenemos que volver a Marjah, tomarán las armas otra vez», advierte la jefa de policía.
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