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Cueva Peluda tiene dos metros de alto y muchas chimeneas con restos de roca desprendidos de sus paredes.

Dos millones de años atrás

Abre al público la primera cavidad del Proyecto Atapuerca. En Cueva Peluda se podrán recorrer más de 100 metros bajo tierra. «Es el momento de vivir la sensación interior, como los homínidos»

ANTONIO CORBILLÓN

Sábado, 3 de junio 2017, 21:39

Atapuerca se ha convertido en la imagen de marca más completa que se conoce hoy en el mundo sobre los orígenes de la humanidad. En la sierra burgalesa han aparecido los restos más antiguos, completos -piezas como el cráneo 'Miguelón' o el bifaz 'Excalibur'- y los que más equis han despejado en el árbol genealógico del origen de nuestra especie. Pero una parte de sus 70.000 visitantes anuales echaban de menos sentir las sensaciones de respirar en el hogar de un 'homo heilderbergensis', esos parientes lejanos que habitaron la zona hace 400.000 años. O incluso más atrás y acercarse al 'homo antecessor', cuyos restos rozan el millón de años. Hasta ahora, esas visitas permitían recorrer, además del Museo de la Evolución Humana de Burgos, los aledaños exteriores de la Trinchera, la gran cicatriz terrestre donde empezó todo.

Y donde todo arrancó fue hace justo 40 años, cuando grupos de espeleólogos, dedicados a recorrer los cinco kilómetros de cuevas de este gran complejo kárstico de dos millones de años de antigüedad, avisaron de la acumulación de huesos y restos de todo tipo. Pero, «la pregunta más habitual de la gente hoy sigue siendo, ¿dónde están las cuevas? Y hemos pensado que es el momento de vivir esa sensación», resume y justifica Eudald Carbonell, uno de los tres codirectores del Proyecto Atapuerca.

A partir del 17 de junio y en sábados alternos, grupos pequeños, de unas 15 personas, podrán experimentarlo en visitas de no más de una hora de duración. Es Atapuerca Espeleo. Se abre al público Cueva Peluda, una cavidad ubicada a pocos metros del acceso principal del complejo de excavaciones situado en Ibeas de Juarros (a 15 kilómetros de Burgos capital).

Este espacio se conoce en la zona mucho antes que los yacimientos. Se podrá comprobar una vez en el interior. El visitante aprenderá que el grafiti no es una plaga moderna. 'Ateneo Popular 1920', 'Jesús Porres 9-8-1929', escritos con gruesa pintura negra, son solo dos de los varios que podrán apreciarse en la Peluda.

Pero adentrarse en este lugar exigirá algunas precauciones, aparte del casco de seguridad y la luz frontal para vencer la extrema oscuridad del pasaje. Un sifón de dos metros, apenas una incisión circular en la roca, solo apta para personas en cierta buena forma y vedada para claustrofóbicos, da acceso a una cámara de 109 metros de largo y unos dos metros de altura.

Capilla natural

Una vez dentro, «uno empieza a vivir de verdad la sensación de la cueva», resume Cristina Cuesta, arqueóloga del equipo. Hay aún tantas campañas que hacer en estos yacimientos (Gran Dolina, Sima de los Huesos, Compresor...) que la Cueva Peluda permanece 'virgen'. No hay planes cercanos para su 'peinado' arqueológico.

Pero en su interior se han encontrado esqueletos completos de oso (incluso las huellas de sus zarpas están en las paredes), restos de hienas, tortugas y aves. En cuanto a los humanos, no han aparecido restos, pero sí alguna herramienta, lascas del Pleistoceno Medio (tal vez entre 300.000 y 400.000 años)

¿Sería así el hogar de los homínidos?

Este es un posible yacimiento futuro y no está tocado. Pero tenemos claro que los homínidos conocieron la cueva o, al menos, el acceso.

Ni el pasado de almacén militar de su entrada ha cambiado sus señas de identidad. Pueden verse todas las decantaciones y sedimentaciones naturales. Es una capilla de cientos de miles de años de cincelado callado que ha dado lugar a los arabescos del techo: esas estalactitas húmedas que penden y que necesitan al menos 100 años para crecer un centímetro. En su fase inicial las llaman 'macarrones'. Algunas se deshacen y precipitan al suelo para permitir que nazcan sus gemelas, las estalagmitas. Miles de años después llegan a encontrarse y generan un columnado espectacular.

A este escenario también se le conoce como Cueva de la Vía, por el ferrocarril que debía bajar el hierro desde la Sierra de la Demanda y cuyas obras por la zona abrieron las compuertas del pasado más lejano. Pero pasará a la historia como la Peluda gracias a los múltiples trenzados de hilos húmedos que cuelgan de su bóveda. Son la parte más interior de las raíces de los robles y quejigos de la superficie, capaces de atravesar cuatro metros de volumen pétreo para absorber cualquier gota de humedad.

A cada paso, las paredes brillan como las joyas que son por efecto de la cristalización del carbonato cálcico. En algunas se impone un blanco nuclear. «Es la 'moon milk' (leche de la luna), otra manifestación del carbonato cálcico que se ha usado en los últimos tres siglos como cosmético o como medicina cutánea», explica Cristina Cuesta.

El irregular pasillo de la cueva, rodeado de chimeneas que elevan el techo hasta los ocho o diez metros de altura, finaliza en otro pequeño sifón, similar al de la entrada. Es la galería inferior, una especie de sótano que discurre bajo la cueva. «Se conocen unos 19 metros, pero sabemos que alcanza los 70. Las múltiples corrientes del río Arlanzón horadaron todas estas galerías», resume Carbonell.

Al fondo de la galería y a casi 100 metros de la estrechísima salida, Atapuerca Espeleo alcanza su cenit si se apagan todas las lámparas frontales. Se impone una oscuridad absoluta. Lo invade todo una atmósfera espesa y húmeda. Los 12º C que de forma constante se mantienen en su interior. Sensación de temor a los obstáculos de este lugar rugoso...

Vuelve la luz... «Ahora se explica por qué nuestros antepasados, antes de dominar el fuego, solo vivían a la entrada de las cuevas, no al fondo», explica Carbonell. Estas sensaciones podrán vivirlas dentro de dos semanas esos grupos reducidos en un periodo de prueba en el que se usarán medidores ambientales para determinar los efectos de esta 'invasión' humana en las condiciones de lugar. «No queremos 'overbooking'», deja claro Carbonell.

Para recuperar el oxígeno exterior, el pulso de la vida, el proyecto se completará con un recorrido por un nuevo sendero de dos kilómetros que permitirá conocer el escenario de aquellos primeros habitantes de la zona. Las Fuentes del Río Pico respetan el paisaje de robles, encinas, madreselvas, cerecillos y aligustres, un sotobosque que alimentó la naturaleza que permitió progresar a la vida y, con ella, a los homínidos. «Sin paleoecología esto no tendría sentido», insiste Eudald Carbonell, satisfecho por recuperar un proyecto en superficie parado durante años por la crisis y que ahora cristaliza.

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