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PERFIL

SOLER BUSCA CRÉDITO

El constructor Juan Bautista Soler llegó a Mestalla para comprar una dosis de glamour que le convirtió en ninot de falla El ex presidente del Valencia intenta salvar a su empresa de la quiebra en la que sumió al club

HÉCTOR ESTEBAN HÉCTOR ESTEBAN hesteban@lasprovincias.es

Domingo, 7 de febrero 2010, 10:30

El glamour se ansía. La guinda del éxito. El que no nace con él quiere comprarlo. Al precio que sea. Así lo hizo Juan Bautista Soler hijo, que se hizo con el equipo de su vida: el Valencia Club de Fútbol. Puso los «billetes de contar», como a él le gusta decir, encima de la mesa: pam, pam, pam. De ser Bautista hijo pasó a Juan. El trampolín hacia el éxito que buscó se convirtió al final en la plancha por la que Peter Pan tiró al Capitán Garfio al mar.

Pero el glamour no se compra. Se tiene o no se tiene. Es innato. El Valencia Club de Fútbol, al final, ha sido la trampa de un constructor de éxito que ahora hoy necesita 100 millones para salvar su empresa. Su herencia. Su historia. El plazo vence pasado mañana a las 15 horas.

La última etapa de la vida de Juan Soler ha sido toda una «experience», como la de aquel patrocinador fantasma que lució el equipo la temporada pasada. Historias para no dormir. Fue uno de los muchos traspiés de su gestión al frente del club de Mestalla.

«Juan es imposible que tenga glamour, no va con su persona», señala uno de los que fuera compañero habitual del ex presidente del Valencia durante las partidas de truc -su segunda gran pasión- en los viajes del equipo al extranjero. Soler no se conformó nunca con retrucar. Él era de los de joc fora. Y perdió en muchas ocasiones: Porchinos, las parcelas de Mestalla, fichajes, estadio...

Nació hace 53 años en el barrio de Russafa, en la calle Arzobispo Melo. La familia llegó a Valencia desde la Ribera Alta, de Turís, tierra de vinos. El niño vio como su padre hacía fortuna con el ladrillo mientras él estudiaba primero en en la Alianza Francesa para luego pasar a los Dominicos. Le iba el fútbol, de portero. Se peló las rodillas en el patio del recreo a pesar de que el padre Antonino quería que se dedicara al balonmano. Su padre le mandó a la obra un verano después de suspender dos asignaturas. Cavó zanjas, levantó tabiques y preparó hormigoneras. Aprendió un oficio que le proporcionó el dinero suficiente, «con billetes de contar», para comprar el glamour.

Le hubiera gustado ser futbolista, pero una lesión de menisco le partió la carrera. Para resarcirse compró un equipo de fútbol: el Valencia Club de Fútbol. Todo: estadio, jugadores, sentimiento e historia.

De aspecto tosco, mostacho poblado, montura de gafas pasada de moda y con panza -él mismo reconoce que cogió muchos kilos tras dejar de correr y volver a fumar-. Le compró a su hija un Bentley limusina para el día de su boda. Hoy está en venta y quien lo ha visto asegura que todavía tiene granos de arroz en su interior.

En Xàbia, donde veranea la familia en la zona del Primer Montañar, era habitual ver entrar por la bocana del puerto al Kyrios, un megayate con un búho en la proa. Como Abramovich, Ellison o Bertarelli aunque con un estilo más cercano al de Francisco Hernando 'El Pocero'. Hoy, el yate tampoco existe. Hasta el búho ha volado.

«Juan se equivocó. Él es un valencianot. No un ricachón del papel couché. Eso es para otros. Es incluso hasta algo retraído, muy tímido», apuntan sus compañeros de viaje para ver al Valencia. Las revistas son para Juan Villalonga, aquel empresario que estuvo a punto de comprar un equipo en bancarrota. El mismo camino que han seguido las empresas del grupo Juan Bautista Soler.

Pero antes, el constructor se compró el palco de Mestalla: serà per diners. Todo para él. Con pasta, con mucha pasta. Entre 2003 y 2004 se hizo con la mayoría de las acciones de un Valencia Club de Fútbol que para muchos era un sentimiento hasta que llegó el dinero fresco: clin, clan.

Pero el glamour no llegó. Ni llegará. Compró unos terrenos en Porchinos para una ciudad deportiva que no existe. Presentó el mejor estadio del mundo, que hoy es una tartaleta hormigonada y parada. Lo hizo todo antes de vender Mestalla. Su gran error. Unas parcelas que nadie quiso y que él mismo avaló con 90 millones de euros. El agujero que ha lastrado el futuro del imperio Soler y que amenaza con llevar al grupo a la quiebra. De los 300 millones que debía ha salvado 200, pero le quedan 100. El plazo para evitar el concurso de acreedores se acaba el martes.

Si los negocios, a lo que se ha dedicado toda la vida, le fueron mal, la parcela deportiva fue desastrosa. A él, a Juan Soler, que estuvo a un café de fichar a Cristiano Ronaldo y que se lo llevó el Real Madrid por 96 millones de euros. En Sevilla, Ruiz de Lopera todavía se toma manzanillas a la salud de los 25 millones de euros que el Valencia pagó por Joaquín con aval personal incluido. Trajo a Carboni y se lo cargó. Lo misma pasó con Quique Flores. Y a Miguel Ángel Ruiz. Y a muchos más, de la casa y de fuera. El holandés Koeman casi bajó al equipo a Segunda División y la temporada terminó con un triunfo en la final de la Copa del Rey con Agustín Morera de presidente de prestado. Soler era gafe.

Las glamurosas aspiraciones del constructor terminaron el día en que se sentó en un juzgado al lado de David Albelda, después de que el tulipán Koeman apartara del equipo al capitán, a Cañizares y a Angulo. Muchos vieron la mano de Soler en esa decisión. Su amigo Alberto Martí, uno de sus más fieles, lo calificó de «absolutista». El esperpento protagonizado en compañía de Vicente Soriano y Vicente Silla con Dalport y Víctor Vicente Bravo como cómplices terminó con el crédito de Juan, que volvió a ser el hijo de Bautista.

El glamur de Soler se quedó en ninot de falla, que para eso es uno de los personajes más repetidos en los monumentos: ingeni i gràcia. Pero se lo toma con humor. Porque lo vive como fallero de la comisión de Pizarro donde, entre cena de sobaquillo, ofrenda y despertà, conoció a su mujer, Consuelo.

El ex presidente del Valencia tiene que volver a sus orígenes. A lo que aprendió de su padre. A una forma de trabajar basada «en los billetes de contar». Que así es como se hace fortuna. Para poder ir a Nueva York, donde le gusta viajar; para recuperar el negocio de las salas de cine por donde también anduvo y para donar la ciudad de Valencia joyas como las meninas de Valdés, que lucen en su despacho.

Ahora el objetivo de Soler es recuperar a sus empresas y, lo más importante, el crédito que perdió por ambicionar el glamour. El martes puede iniciar una nueva vida y cambiar lo que pone en wikipedia, la enciclopedia libre más leída en internet, sobre el que fuera presidente del Valencia. Al truc se puede jugar de farol pero para tirar el joc fora hay que tener cartas.

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