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JAVIER FALOMIR
Viernes, 12 de febrero 2010, 02:34
«Cuando vine a Valencia en 2006 sólo tardé dos días en encontrar trabajo como camarera y ayudante de cocina en un restaurante. Y complementaba mis ingresos limpiando en las casas de algunos clientes. Ahora la situación es bien distinta». La historia de Carla Landa es el fiel reflejo de la de muchos inmigrantes que sufren con especial crudeza el zarpazo de la crisis económica.
«Soy boliviana, de Santa Cruz de la Sierra, y mi vida allí era cómoda hasta la muerte de mi madre, cuando tuvimos que hacer frente a unas deudas y nuestra economía se vino abajo. Fue entonces cuando decidí dejar mi país para buscarme la vida».
Así es como Carla, que estudió educación infantil e incluso hizo cursos en Estados Unidos, llega a Valencia. «Al principio todo me iba tan bien que pensé que, con el dinero que pudiera ahorrar trabajando acá, podría cumplir mi sueño: montar una especie de guardería o de hospicio en mi país para los niños con problemas». Poco después encontró pareja estable, un valenciano con el que proyectó matrimonio a medio plazo. Pero todo se fue al traste al año de convivir, cuando se quedó embarazada de mellizos. «Mi compañero se negaba a ser padre y yo estaba decidida a tenerlos (aunque la pequeña se malogró) no sólo porque lo deseaba mucho, sino porque yo, hasta ese momento, tenía problemas de fertilidad y ese embarazo fue para mí una especie de milagro».
La negativa a abortar se saldó con la ruptura sentimental y la desaparición del padre biológico. «No he vuelto a saber nada de él, no se ha hecho cargo del niño ni sé dónde vive. Se marchó poco antes de que diera a luz. Y si al menos lo hubiera reconocido, el niño tendría ahora la nacionalidad española, pero así es una especie de 'bárbaro' porque tampoco tiene la boliviana. Yo aún no tengo mis papeles en regla, aunque creo que lo voy a conseguir después de tantos años de irregularidad. Es muy duro estar sola en una situación así».
Ante la ausencia de su pareja y de su familia, Carla se refugió en los amigos. «Tanto españoles como bolivianos, ha habido mucha gente que se ha portado muy bien conmigo. También diferentes instituciones solidarias que me han dado techo y sustento. Porque al quedarme sin trabajo tuve que vivir de mis ahorros y cuando se acabaron acudí a casas de acogida, como Dorothy Day, donde siempre me ha echado una mano en los malos momentos».
Ahora sigue buscando trabajo pero el cuidado de su pequeño de casi año y medio -guapo y sano de aspecto- le limita mucho. «Pero yo no pierdo la fe, creo que las cosas irán a mejor . Ahora vivo con lo justo pero no me falta un techo y si he llegado hasta aquí, seguro que soy capaz de seguir tirando adelante». Sin embrago, hay un cierto tono de amargura en sus palabras cuando dice: «La vida es imprevisible. Yo jamás pensé que sería una mamá soltera, y lo soy. Jamás imaginé que me vería en una situación como esta, sin casa y sin trabajo, y lo estoy. Mi sueño de acoger a niños en una guardería es , hoy por hoy, un imposible. En fin... si al final no consigo un trabajo puede que me plantee regresar a Bolivia, pero voy a hacer todo lo posible por quedarme».
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