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F. P. PUCHE
Sábado, 27 de febrero 2010, 21:20
Hace 40 años, los conductores valencianos estaban contrariados y emocionados a la vez. Contrariados, porque cada vez se hacía más difícil estacionar, los guardias municipales menudeaban sus multas, y el recurso de pagar por dejar parado el coche era un sacrificio que se hacía muy, pero que muy cuesta arriba. Pero al mismo tiempo, aunque les costara reconocerlo, quienes habían comprado su flamante utilitario en los sesenta, veían que Valencia era una ciudad que se modernizaba a ojos vista: hasta el punto de que el Ayuntamiento disponía de un plan aparcamientos subterráneos.
Con el corazón partido, pues, porque es cómodo tener estacionamiento pero doloroso pagarlo, los valencianos entraron en la era del aparcamiento subterráneo el 16 de diciembre de 1969. En vísperas de la Navidad, los vendedores del Mercado Central celebraron la llegada de un nuevo equipamiento que tanto beneficiaba a los clientes: era un estacionamiento de 150 plazas, dispuestas en dos plantas, que se había construido en el solar de lo que era el palacio de Parcent, en la plaza del marqués de Villarrasa.
El palacio de Parcent, de traza rectangular, ocupaba una manzana entera y pasaba por el ser el mayor edificio de la ciudad después de la Catedral. Desde Lo Rat Penat a la ONCE, numerosas instituciones tuvieron cabida, junto con no pocas viviendas, en una propiedad que había sido sede esplendorosa de un señor feudal. De propiedad municipal desde 1954, en los sesenta se caía a pedazos por falta de rehabilitación. La escasa sensibilidad de la época, hizo el resto: el Ayuntamiento de Adolfo Rincón de Arellano consintió el derribo (1965). Y el arquitecto municipal Emilio Rieta se ocupó de salvar la portada y trazar un jardín en el solar del que habría de ser el primer estacionamiento subterráneo de Valencia.
Entre la pastilla del Banco Santander y la enorme cúpula de los Escolapios, el aparcamiento de Parcent, más achacoso de lo conveniente, está viviendo su año número 41: en superficie, cuatro fuentes y otras tantas estatuas --que representan los cuatro continentes que se consideraban en el siglo XVIII, cuando fueron esculpidas-denotan, que el arquitecto salvó el buen nombre de la ciudad tras un derribo que muy pronto fue olvidado. No mucho después, el sótano de Parcent tuvo una cercana compañía: el tramo final de esa avenida del Oeste que nadie tenía ganas de continuar hacia el barrio del Carmen, se convirtió en la segunda fase del garaje.
Valencia y el agua subterránea
Los valencianos veían perplejos que todos los esfuerzos municipales por conquistar el subsuelo tropezaban con una tupida red de alcantarillas, valladares, y con el problema mayor: la siempre elevada capa freática de la ciudad. Vencidos los riesgos arqueológicos, nada desdeñables, los ingenieros siempre tropezaban con agua y más agua, el enemigo que hacía desconfiar a los vecinos de las promesas municipales de que Valencia, alguna vez, habría de tener una red de ferrocarril metropolitano.
El Metro, mera hipótesis de trabajo hasta los años ochenta, siempre condicionó los planes municipales sobre estacionamientos subterráneos. Pendientes de las aguas superficiales, entendían los técnicos que aventurarse por el húmedo subsuelo acabaría por restar opciones al trazado del metropolitano futuro. Sin embargo, la técnica, en 2010, permite que una vez se ha renovado por completo ese estacionamiento de la avenida del Oeste, se esté abordando el trazado de un ferrocarril subterráneo mucho más abajo del espacio destinado a los coches. Aunque el enemigo sigue siendo, desde luego, el agua subterránea de una ciudad marismeña.
Pero cuando Valencia se sintió verdaderamente orgullosa fue ahora hace 40 años, en febrero de 1970, cuando el Ayuntamiento de Vicente López Rosat anunció que ya estaba a punto el estacionamiento subterráneo de la plaza de Zaragoza, la que antes (y ahora) se llamaba de la Reina. Porque la indefinida plaza, durante no menos de una década, había estado abierta en canal -con matojos, escombros, una alberca y hasta ranas-como consecuencia de la indefinición causada por unas excavaciones que se dieron de bruces, como no podía ser de otro modo, con la Valencia romana.
Al final, tras larga duda, el alcalde Rincón de Arellano (9 junio 1968), echó valor al asunto y formuló la concesión de un estacionamiento, que vació el rectángulo (1969) y trazó dos plantas de aparcamiento. "Por fin, señoras y señores, parece que vamos a tener una plaza de Zaragoza en condiciones aceptables", escribía el periódico (LP: 4.03.1970) al dar la noticia de cómo quedaría, despejada ya la visión de la Catedral y el Micalet, esa encrucijada de la ciudad que llevaba todo el siglo XX queriendo ser bella, ordenada y elegante. El estacionamiento, de 400 plazas, un magnífico servicio a la ciudad, tenía el valor añadido de terminar el caos que había reinado durante décadas en la superficie. Y gratis, porque pagaba el concesionario, la empresa SAVE.
Fue entonces cuando se plantaron los hermosos cipreses contiguos al Aula Capitular de la Catedral y cuando se ordenó el jardín que todavía disfrutamos. Fue entonces, también, cuando la fuente que se había levantado en su día donde ahora están las rampas del estacionamiento, fue trasladada a los Viveros, donde preside la rosaleda que el alcalde López Rosat inauguró en la Iberflora de 1972.
El estacionamiento se inauguró el 14 de marzo de 1970, sábado, a las doce y media de la mañana. En la nueva y flamante plaza faltaba "solo" el alumbrado. Que era la parte que correspondía al Ayuntamiento en el pacto firmado con la concesionaria del parking.
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