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IÑAKI EZKERRA
Sábado, 6 de marzo 2010, 02:20
A pacentábamos la noche como si fuese un rebaño de muchachas, y la conducíamos a los puertos de la aurora con nuestros cayados de aguardiente, nuestros toscos bastones de carcajadas». Estas son las primeras palabras de una novela que es el mejor canto a la vida que puede proponerse un escritor. Jorge Amado no es un autor que se adentre en ambiciosos y profundos pensamientos metafísicos; no urde grandes razones filosóficas para convencer al lector de que la existencia es algo que merece la pena. Se limita a narrar, a contar la felicidad del vino y del placer sexual, de la noche que se promete eterna y que, ciertamente, se convierte en un simulacro de eternidad en el escenario de Salvador Bahía, donde se desarrollan todas las historias que nos cuenta. De este modo, su apuesta vital es puro hedonismo griego. Como para el dios Dionisios, que los romanos rebautizaron con el nombre de Baco, el disfrute del vino, para Jorge Amado y para 'Los pastores de la noche', está unido íntimamente a la risa. Estamos ante un libro dionisíaco a pesar de que Jorge Amado, un pagano vocacional e irredento, tuviera sus particulares dioses autóctonos y a pesar también de que Brasil sea un país triste y emblemáticamente pobre. En un escenario humilde como es el de esa hermosa ciudad del Estado de Bahía, unos seres conjurados para la comunión de la ebriedad demuestran que ni la miseria ni el infortunio son capaces de hacer ceder al deseo de supervivencia y, aún más, a la celebración de ese deseo gracias a la pasión desinteresada por la vida como a un sentido despreocupado y lúdico de ésta.
La novela se encuentra nítidamente dividida en tres partes que corresponden a tres argumentos autónomos en los que toman parte los mismos personajes y que presentan tres largos títulos explicativos al estilo de las obras barrocas y de imitadores contemporáneos como García Márquez.
La primera de esas partes 'Historia verdadera de la boda del cabo Martim, con todos sus detalles, rica de acontecimientos y de sorpresas o Curió, el romántico, y las desilusiones del amor perjuro', ya resume el contenido en el propio título. Relata dos historias de amor que transcurren paralelamente aunque una de ellas es trágica y la otra agridulce como la misma vida. La segunda parte, 'Intervalo para el bautizo de Felicio, hijo de Massu y Benedita o El compadre de Ogum', va desmenuzando con un costumbrismo tan ligero como ameno los complejos, genuinos y pintorescos preparativos que tienen lugar para un bautizo, en el que ha de tener que encarnarse y comparecer el dios Ogum para que el desenlace no sea desdichado.
Finalmente, la tercera parte, 'La invasión del morro de Mata Gato o Los amigos del pueblo' es la que posee un contenido más político y social. Jorge Amado aborda en ella un rasgo característico e idiosincrático de la pobreza brasileña. Sus personajes ocupan por las bravas un territorio para construir sobre él sus favelas y para tal empresa tendrán que vérselas con los intereses de los propietarios del terreno y con la otra miseria -la moral- de la clase política. De esta manera, la novela gana en dimensión sociológica e ideológica. Se cierra narrativamente abriéndose a la cuestión nacional así como a la ética de la solidaridad.
Pero todo el carácter dramático y hasta trágico de esas realidades que el escritor no ignoró y que abordó en toda su novelística quedan limadas por la magia y la calidez de la propia ciudad de Salvador Bahía, por el encanto de sus casas coloniales y por el colorido de sus estrechas calles. Y queda limada asimismo por el propio carácter de esos «pastores» que adquieren un relieve mitológico desde sus modestas vidas y que realmente representan todo el espíritu de ese maravilloso lugar del mundo. Gentes humildes que incluso en su afán de tomar la vida como viene, en su hedonismo popular, tienen su ética y sus leyes. Una de las citas con las que se abre el libro es un proverbio de Bahía que parece de un descarado y desafiante cinismo: «No puede uno acostarse con todas las mujeres del mundo, pero hay que intentarlo». Sin embargo, una vez que el lector se adentra en estas páginas también comprenderá una de las máximas de Jorge Amado: «Todo puede hacerse por una mujer, menos traicionar la confianza de un amigo».
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