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IÑAKI EZKERRA
Sábado, 20 de marzo 2010, 03:22
S i hay un reproche que no se le puede hacer a Lorenzo Silva en esta nueva entrega policíaca protagonizada por la pareja de guardias civiles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, ya conocidos de anteriores títulos del autor, es el de que no toque un tema de actualidad. Pocos temas habrá tan 'rabiosamente' actuales como el cuestionamiento de la Justicia en España, al que han contribuido factores de muy diversa índole que están siendo ventilados de un modo permanente por los medios de comunicación. A la tan tradicional y consabida lentitud de la Justicia española se han añadido en los últimos tiempos los casos de asesinatos a menores cometidos por menores que nos retrotraen al viejo fantasma de la impunidad y a ellos se añade la politización de la judicatura que llega en estas fechas a la apoteosis con la polémica en torno al juez Garzón.
Pues bien, Lorenzo Silva toca esos viejos males en su raíz. No se trata de un libro oportunista sino de una trama bien construida que va dejando aflorar los problemas de fondo que dificultan la labor de los buenos jueces y que facilitan los errores de los peores.
Las arbitrariedades que permiten las fisuras en la legalidad contra la llamada 'violencia de género' o la impotencia de los agentes del orden ante la magnanimidad del propio sistema judicial para determinados conductas criminales son las cuestiones de fondo que están detrás del caso que narra 'La estrategia del agua'. De hecho Rubén Bevilacqua (Vila en adelante, como le llaman en el texto sus compañeros) inicia su andadura laboral por estas páginas fuertemente contrariado y desmoralizado porque un juez ha dejado hace poco en libertad a un asesino al que él había conseguido meter entre rejas tras una dura investigación.
Vila es un guardia civil que anda por la cuarentena y que ha sido ascendido a brigada. Su apellido se lo debe a un padre uruguayo de antepasados italianos. Su madre es española. No se trata de un agente vocacional sino de alguien que ingreso en el Cuerpo para ganarse la vida y después de haber estudiado psicología. Es divorciado y tiene un hijo.
Su compañera de trabajo, Virginia Chamorro, tiene la mitad de años que él y ha sido ascendida a sargento. Aunque responde más al arquetipo de miembro de la Guardia Civil ya que es hija de militar, tiene asimismo una personalidad muy peculiar y una afición secreta tan inusual como la astronomía. Ambos se encuentran con un truculento caso, el de un tipo llamado Óscar Santacruz que ha aparecido asesinado de un par de tiros en la nuca en el mismo ascensor de su domicilio. El primer elemento que no encaja es que dicho asesinato resulta desmesurado para un hombre que sólo tenía en su historial una detención por tráfico de drogas, un divorcio traumático con un hijo por medio y una acusación de malos tratos. A medida que Vila empieza a profundizar en las circunstancias que han rodeado esa violenta muerte va descubriendo ciertas concomitancias con su propia historia personal, sobre todo en lo que se refiere a la lucha que el difunto había mantenido con la madre de su hijo por hacerse con la custodia de éste. Y la pregunta inevitable que se esboza en el argumento, como en toda novela clásica del género, es quién podía sacar realmente algún beneficio con ese crimen.
La crítica que la novela contiene al sistema judicial y legal va dirigida en buena parte a la facilidad con la que los jueces hoy pueden dar crédito a cualquier denuncia por malos tratos a la que pueda agarrarse cualquier esposa contrariada por ciertos intereses de su pareja o alentada por los intereses propios. Sin embargo, también es preciso dejar constancia de que no es ésta una novela «escrita contra los jueces» exactamente pues, de la misma forma en que comparece en estas páginas el arquetipo nefasto del magistrado que no asume sus responsabilidades, también lo hace una jueza competente que sabe velar por el buen funcionamiento del sistema en la parcela que personalmente le toca.
Lo que en esta excelente novela sí se advierte es, en contraste con los errores y desidias del mundo judicial, una tácita pero tupida defensa del trabajo y la profesionalidad de la Guardia Civil. La nota más humana y entrañable la aporta el guardia Arnau, un novato al que le toca el difícil papel de 'meritorio'.
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