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Lo primero que hace el hipopótamo al salir al exterior es lavarse los dientes. :: JESÚS SIGNES
Valencia

El despertar de las bestias

Decenas de personas acondicionan el parque y cuidan a los animales de siete a diez de la mañana El Bioparc vive una actividad frenética cada día antes de abrir sus puertas al público

FERNANDO MIÑANA

Domingo, 18 de abril 2010, 03:15

El Bioparc no necesita de gallos ni despertadores para abrir los ojos. Todas las mañanas, al alba, los animales más madrugadores dan la bienvenida al nuevo día con un rugido. A las siete ya está todo el mundo en marcha. Animales y cuidadores inician su rutina diaria para mostrarse encantadores ante el público. A las diez tienen que estar listos.

'Jambo' es un elefante que juega a montar a sus compañeras. Sólo tiene seis años y se prevé que no pueda pegar su primer 'casquete' hasta que cumpla los 15. Los cuidadores colman de atenciones a este pequeño paquidermo, el único macho de la manada, su única esperanza de procrear en cautividad. 'Jambo' viene del zoo de Colchester y no entiende ni papa de castellano. Así que todo el mundo le habla en inglés, su lengua materna.

Esa es una de las premisas del Bioparc: intentar que el parque se acople al animal y no al revés. Aunque no es tan fácil como escribirlo en unas cuantas líneas. 'Rómulo', el rinoceronte que tantos años penó en el zoo de Valencia, todavía arrastra las neuras que le enquistaron en su angosto pasado. 'Rómulo', un poderoso ejemplar de rinoceronte blanco, tiene ahora metros y más metros para él, pero sigue dando vueltas en círculo como si aún viviera en una celda.

Sus cuidadores intentan curarle la estereotipia, la repetición involuntaria e intempestiva de ese gesto que delata un pasado lamentable, carnaza para los detractores de los parques zoológicos. Los veterinarios introducen obstáculos, físicos o intangibles, con troncos u olores de otros animales, para acabar con sus hábitos obsesivos.

Pero 'Rómulo', pese a todo, es menos arisco que su compañero. A 'Cirilo' no le gustan los humanos. Y menos aún si le hablan como si fuera un bebé y apestan a perfume caro. Por eso Ángel, su veterinario, tuerce el morro en cuanto asoman extraños por el cobijo de los rinocerontes. A Ángel le costó dos años establecer su primer contacto con 'Cirilo' y, desde que está en el Bioparc, sólo ha podido meterle el hisopo -como un bastoncillo para las orejas gigante-un par de veces. Esa es una de las tareas que se realizan antes de la apertura al público. Los veterinarios aprovechan las primeras horas del día para analizar a los animales, y Ángel, con la ayuda de Loles, que trabajó 15 años en el zoo de Valencia, intenta tomar unas muestras de saliva de los cuatro rinocerontes. 'Rómulo' y 'Cirilo' son más reacios que las hembras, pero en cuanto Loles les rasca las axilas se relajan de tal forma que entran en trance. Entonces, pese a que tienen al lado un cuerno más grande que su cabeza, todo es más fácil.

Son las nueve de la mañana y 'Jambo' hace rato que menea la trompa. Durante estas horas matutinas, el parque da la vuelta como un reloj de arena. Los animales están dentro y los hombres, fuera. Un ejército de personas se desperdiga por las instalaciones para limpiarlas de arriba abajo. Unos recogen las heces, otros roturan la tierra y el personal de mantenimiento repara todo lo que sea necesario. Se limpia hasta el agua. Unos buzos se sumergen para rastrear el fondo. Aunque en ese espacio cuentan con ayuda animal. Larvas y peces colaboran con los excrementos.

'Danny' salió del armario

El Bioparc se despereza y sólo unos pocos, los noctámbulos, que también los hay, duermen a pierna suelta. Los oricteropos yacen tranquilamente en un hermoso sueño. Uno al lado del otro. Como una pareja de enamorados. Aunque nunca consumaban su relación y eso les llevó a descubrir que 'Danny', lo que se suponía que era un cerdo hormiguero llegado de Praga, realmente era 'Daniela'.

Mientras tanto, los cuidadores de los lémures realizan los que denominan como el «enriquecimiento ambiental», una tarea que consiste en colocar en cualquier escondrijo golosinas para los lémures: miel, manzanas, pasas o nueces. Anteriormente se les ha dado su comida y esto sirve para romper su rutina.

Pero a veces hay que romper la rutina por necesidad. Los cuidadores les entrenan para que, en caso de emergencia, sepan retirarse lo antes posible. En el caso de los primates, la llamada se realiza con un sonajero -a los hervíboros se les silba-, el reclamo que relacionan con el regreso a los cobijos. Es la misma rutina que se realiza cada noche cuando se recoge a los animales. La mayoría están acostumbrados y obedecen al instante. Algunos, incluso, cuando se acerca la hora, comienzan a merodear las puertas. Pero también hay otros, como las leonas, que remolonean cuando llega el frescor del ocaso.

Los elefantes, incluido 'Jambo', son especialmente maniáticos para entrar y salir de sus cobijos. La manada se moviliza en un orden escrupuloso que atiende a su jerarquía. 'Buli' es la primera en salir e inspeccionar el terreno y la última en entrar. Cuando llega la hora de regresar al cobijo, la primera en entrar es la jefa de la manada, ávida por encontrar la cena. La entrada y la salida de la manada obliga a los cuidadores a jugar a una especie de 'tetris'. Las puertas corredizas son manuales y deben moverse en riguroso orden. La fuerza de los elefantes es tremenda y nunca pueden bajar la guardia. Las puertas tienen unos barrotes en diagonal. Esto dificultaría el movimiento de la trompa, de arriba abajo o de izquierda a derecha, si diera caza a alguna persona. Por si acaso, tras las puertas, hay una zona, delimitada con pintura amarilla, que marca el alcance de la trompa. Además, hay toda una serie de medidas de seguridad específicas para estos animales. Aunque también influye su procedencia. Los elefantes del Bioparc son africanos y eso permite que las cerraduras estén a su alcance, algo que no podría ser si fueran asiáticos.

El trato con los elefantes puede ser de dos formas: 'hands on', en contacto directo con los animales, o 'hands of', que permite otras dos variantes: sin contacto alguno o con manejo protegido, que es el caso de Valencia. Por eso las puertas tienen un elemento más: las ventanas de entrenamiento, pequeñas compuertas a la altura de las patas y las orejas que sirven para ir acostumbrando a los elefantes al contacto con los cuidadores en esas zonas. Esto facilita el cuidado de las uñas o la la toma de muestras de las orejas.

A las diez ya está todo listo. Los animales, descansados, limpios y saciados, salen a unas instalaciones impolutas (los excrementos se recogen hez a hez). Un puente levadizo se abre para dar paso a las jirafas. Los lémures mandan a un guía para que otee su territorio. Y la pareja de hipopótamos, que cada día varía su orden de salida, se prepara para darse un baño. Esta vez le ha tocado la preferencia al macho. 'Rigas' está embarazada y conviene que vayan por separado. 'Rif' sale por la puerta, recorre unos metros y se zambulle en el agua. Bibi, su cuidadora, sonríe feliz al ver feliz a la bestia. El macho sacude la cabeza mientras abre su descomunal bocaza. Se lava los dientes, su primera actividad en cuanto sale por la puerta. Menos simpática es la siguiente, cuando se pega a la pared acristalada para defecar. Los 'hipos' producen, ellos solitos, 50 kilos de excrementos al día que sirven de alimento para cientos de peces. 'Rigas' y 'Rif', que son pareja desde los tiempos de Viveros, han tenido ocho crías y la última, 'Pipa', emigró al extranjero, al Bioparco de Roma. Son las diez de la mañana. El público ha comenzado a entrar en el Bioparc y los niños se arraciman alrededor de las estrellas del Bioparc. Empieza la función.

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