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Inicios. Petrita Tamayo, delante del micrófono en la etapa en la que comenzaba a ser una celebridad en España. :: LP
Valencia

De 'celebrity' a monja en Valencia

Tras ganar el Premio Ondas se mudó al convento de San José de la Montaña y pasó a llamarse madre María del Mar Petrita Tamayo, una estrella de la radio que cambió el estudio por el convento, murió el sábado con 82 años

FERNANDO MIÑANA fminana@lasprovincias.es

Jueves, 22 de abril 2010, 17:13

Hubo un tiempo, cuando la televisión era un objeto casi desconocido, en el que las voces radiofónicas eran tan familiares como las de un hermano. El chileno Bobby Deglané, en las décadas de los 40 y los 50, era el hermano charlatán en miles de hogares españoles. Era tan popular como ahora lo pueden ser las estrellas catódicas. Deglané era más famoso entonces que ahora lo pueden ser contemporáneos como Andreu Buenafuente o Mercedes Milá. En la época dorada de la radio, obviamente, había más voces. Una de las más atractivas, por su timbre aterciopelado, fue la de Petrita Tamayo.

La donostiarra, aunque nacida en Ledesma (Salamanca), alcanzó unas cotas de celebridad desorbitadas. A su aptitud ante el micrófono se sumaba una imagen personal muy llamativa. Petrita, bella, estilizada, fotogénica y desenvuelta, nunca pasaba inadvertida. Después de muchas horas de radio y alguna que otra portada en las revistas de la época se convirtió en una estrella.

Cuando la fama vivía subida a sus hombros, Petrita rompió con todo. La llamada de Dios, que durante años le cuchicheaba al oído, se hizo irrenunciable. Un buen día dejó la radio y se metió a monja. La noticia dejó perpleja a media España. Pero ella hacía tiempo que venía masticando la idea.

La madre Esperanza Ordóñez habla en presente cuando se refiere a la hermana que falleció el pasado sábado a los 82 años de edad. «Es la más antigua de las madres que están en el colegio, casi 50 años». A su lado, sonriente, con escasas concesiones a la melancolía, la madre Rosa María Balaguer ya ha incorporado el pretérito. «Tenía problemas cardiovasculares y el sábado su corazón ya no aguantó más».

Ambas convivieron con ella tanto en el colegio como en el convento de la orden de las madres de desamparados San José de la Montaña. Y las dos evocan con alegría su singular pasado, su decidida conversión de estrella en religiosa. Esperanza y Rosa María conocen su vida al dedillo, aunque a María del Mar, que es el nombre que adoptó Petrita cuando ingresó en la orden, «no le gustaba alardear de su pasado en público; era todo sencillez».

Locuaz desde niña

Petrita siempre había sido muy beata. Eso lo sabe, mejor que nadie, María Jesús Garijo, su amiga del alma desde que eran dos niñas que se conocieron en San Sebastián. Allí se estableció la familia Tamayo. El padre, un cordobés que llevaba jamones y embutidos de Salamanca al País Vasco, se decidió finalmente por abrir un comercio en la capital de Guipuzcoa. En San Sebastián se crió. Allí, en la casa que tenían cerca de la playa de la Concha, la pequeña Petrita comenzó a llamar la atención por su facilidad para contar historias, para declamar con teatralidad.

Un familiar, admirado por el don de la más dicharachera de los cinco hijos del matrimonio Tamayo, le animó, cuando tenía 14 años, a visitar Radio San Sebastián. Petrita salió de la emisora con una propuesta en el bolsillo. No tardaría en nacer 'Hada palabrita', un programa infantil de radio que se hizo muy popular en la ciudad.

Las historias, los cuentos y las obras de teatro que tenían a Petrita y a su amiga María Jesús como protagonistas se hicieron muy conocidos entre los niños donostiarras, que adoraban esa voz que les susurraba desde la enorme radio de casa. Los años fueron pasando y la popularidad de Petrita, subiendo. A los 26 años ya era todo un personaje en San Sebastián y fue la elegida para presentar el festival de cine. Su profesionalidad le valió el premio Ondas que, por primera vez en la historia, entregaba Radio Barcelona, de la cadena Ser.

Juan Antonio Samaranch, siete años mayor que Petrita, y que ya comenzaba a prosperar en el deporte -formaba parte del Comité Olímpico Español y presidía la Federación Española de Hockey-, le entregó el galardón. Aquellos dos apuestos jóvenes han muerto, 56 años después, en el espacio de cuatro días.

La madre Rosa María abre el album de fotos de María del Mar y muestra la estampa que inmortalizó aquel momento. Pasa las hojas y aparecen más retratos, más recuerdos, innumerables instantáneas del estrellato de Petrita, que se codeó con los personajes del momento: Lola Flores, Fernando Fernán Gómez, Kirk Douglas o Sofía Loren. Rosa María y Esperanza están en el colegio San José de la Montaña, al lado del convento, donde, ajeno a casi todo, en el último piso, vive el último de los Tamayo. A Pepe hace tiempo que la cabeza juega al escondite con él. Desmemoriado, aturdido, enfermo, sigue preguntando que dónde está Petrita, la estrella de la radio, la monja, pues ambos personajes bailan entrecruzados en su cerebro.

La figura periodística de Petrita se hizo tan grande que San Sebastián se le quedó pequeño. Manuel Aznar Acedo (1916-2001), padre del ex presidente del Gobierno José María Aznar, director de programación de la cadena Ser entre 1942 y 1962, la reclutó para la emisora central. Así fue como la joven Tamayo, en 1956, con 28 años de edad, se mudó a Madrid. Allí terminó de explotar como estrella de las ondas. En los estudios de la capital presentó 'El puente de los suspiros', pero su culminación profesional le llegó, junto a Bobby Deglané, conduciendo 'Cabalgata fin de semana', el programa estelar de aquella época. Manuel Tarín Iglesias, periodista y creador de los premios Ondas, quedó seducido por la locutora. «España tuvo su Nola Luxfor en Petrita Tamayo», sentenció.

María Jesús Garijo estaba sorprendida por la devoción religiosa de la conocida voz radiofónica. «Su amiga nos contó que la popularidad no conseguía llenar el vacío interior de Petrita», explica Rosa María, quien rescata algunas anecdotas vividas por la amiga de la estrella de la radio. «Siempre me pedía que fuéramos a rezar el rosario. Y yo le decía: 'Petrita, pero si ya lo he rezado'. Pero ella me contestaba: 'Pues otra vez, María Jesús'».

Petrita vivía instalada en la cresta de la ola. La afamada locutora, además, tenía un aspecto físico y una elegancia que la equiparaban a una estrella del cine. Muchos la comparaban con la divina Ava Gadner. Tamayo había alcanzado la plenitud. Pero, en realidad, como constató María Jesús, «toda esa popularidad no lograba compensar el vacío interior». Petrita era una mujer espiritualmente insatisfecha. Ella necesitaba dedicar su vida al Señor, pero su asesor espiritual estaba en desacuerdo.

La divina providencia

Hasta que un día, después de unos ejercicios espirituales en el santuario de Loyola, en Guipuzcoa, regresaba a casa y en el andén de una estación, mientras esperaba el tren, topó con una religiosa. Su historia le maravilló mucho más que cualquiera de las confidencias que Sofía Loren o Kirk Douglas compartieron con ella. La monja le explicó que pertenecía a la congregación Madre de los Desamparados y que la fundadora de la orden era Petra de San José. Petra, como ella. Aquello era una señal. Sin duda.

Petrita dejó la radio en 1961 y, después del noviciado, ingresó en el convento de San José de la Montaña el 1 de septiembre. Y allí permaneció, con sus idas y venidas, hasta el 17 de abril de 2010, el día que su corazón dejó de latir. El día que sus compañeras, madres como ella de los desamparados, suspiraron antes de exclamar: «Todo pasa». Y el día también que Pepe, su desconcertado hermano, comenzó a preguntar, los momentos en los que su mente volvía de viaje, que dónde estaba Petrita.

Petrita hacía 49 años que había dejado de ser Petrita. Petrita, todo devoción, había decidido escapar de la fama para convertirse en madre y para ello rescató el nombre de María del Mar, el seudónimo que utilizó en algunas de sus narraciones radiofónicas. En Valencia encontró su hogar, su sitio en el mundo, al lado de las monjas, muy cerca de Dios, a quien dedicó sus últimos 49 años de existencia.

La fe le vino de familia. En San Sebastián, cuando los cinco hermanos eran unos críos, esperaban por la noche, junto a su madre, a que llegara su padre para rezar todos juntos antes de la cena. Y Petrita, cuando se convirtió en María del Mar, se llevó a sus tres hermanas y a su hermano, todos solteros, al piso que les alquiló en 1998. Quería tenerles cerca y sobrevivir a todos ellos. Sólo Pepe resistió. Fue el único que vio cómo Petrita, aislada en el convento, lograba hacerle el último regate a la fama.

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