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Curro Díaz entra a matar en el segundo astado del festejo. :: EFE / JUAN CARLOS CÁRDENAS
Culturas

Curro o el torero del perfume

El presidente pecó de reglamentarista y los otros matadores dejaron ir la ocasión El de Linares cortó una oreja a cambio de una faena de mucha inspiración

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Domingo, 9 de mayo 2010, 03:33

Torear, lo que se dice torear con el alma, con los pulsos, abandonado el cuerpo y suelta la imaginación, como dicen que torearon de siempre los artistas del toreo es privilegio de pocos, en realidad es disciplina sin leyes que no se enseñan en las escuelas ni siquiera la entienden el común de los mortales. No por nada, solo por desconocimiento, de no ver semejantes milagros.

De tal guisa toreó ayer en Valencia Curro Díaz, el Curro de Linares, que le puso aroma al toreo de valor. Sí, sí, porque hay que tener valor del caro para torear a esa distancia, con esa despaciosidad, con esa reunión, tan abandonado. Sucedió en el cuarto de la tarde en las vísperas de la patrona. Y visto lo visto ya no entiendo mejor manera de rendirle respeto: A tal devoción, tal honor.

El toro era castaño oscuro, bonito, reunido de pitones, punto alto, con nobleza y escaso recorrido, humillador pero con tendencia a venirse a menos. No necesitó más Curro para hacerle el toreo. Los naturales, asentadas las plantas, suelta la muñeca, arrastrada la pañosa tuvieron mando y hondura, los derechazos abandono y regusto, los remates sobre todo fantasía, como aquel que nació para ser un pase de pecho y acabó en una trincherilla y un alado ahí se queda usted que levantó clamores. Llega a tener más recorrido el toro de Pereda, un tranquito más, el que se le supone a los nuñez y no sé que hubiese pasado, lo que si pasó fue toreo de perfume caro. Mató con agallas, media estocada y el presidente después de contar detenidamente los pañuelos para ver si había mayoría numérica, como si el toreo fuesen matemáticas, le concedió el trofeo.

Del resto de la corrida hay poco que decir. Si acaso comentar con sorpresa y decepción la meticulosidad reglamentarista y bien intencionada del presidente Amado que exige que los diestros le pidan los cambios montera en mano, no le basta un gesto como en Madrid o en Sevilla, y exige que haya un subalterno en la puerta de cuadrillas para que los picadores puedan abandonar el ruedo aunque el toro esté en el diámetro opuesto sin preocuparle que la demora del espectáculo o que se forme un descalzaperros en el ruedo ante el aturdimiento general ¿qué piden? ¿qué pasa?... Y luego admite dos toros sin trapío para abrir la corrida o alguno especialmente feo como el mansón quinto. Claro que para lío el que se armó parte del publico que no dijo ni mu en los dos primeros y se levantó en voces contra el tercero, toro cinqueño, con dos velas por delante de pavor, vareado de carnes y de difícil acometividad porque, debía ser eso, la tablilla anunció que no tenía quinientos kilos. De esa manera la cuestión del toro tiene difícil solución en Valencia.

Del resto de la tarde quedó poca sustancia. Los toros de Perera desclasados, si acaso cabe salvar la bondad del cuarto y la emoción del quinto, bajo, hondo, de fea encornadura pero de emotivo comportamiento hasta que se aburrió ante los maltratos recibidos. Ni Antonio Barrera ni Sergio Aguilar tuvieron su día. Servidor ante eso echó mucho de menos a varios toreros de la tierra.

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