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BURGUERA
Lunes, 17 de mayo 2010, 04:30
Recuerda a Picasso por ser bajito y fuerte, con una mirada intensa y un verbo poco compasivo con lo que no le gusta. Acaba de llegar de Sao Paulo. Brasil es su actual país de adopción, como antes lo fue Alemania, pero siempre vuelve al lugar que ama y contempla con espíritu crítico. Nació en Valencia, en pleno corazón del centro histórico. Pinta en Alboraia, en mitad de la huerta y cara al mar. Alemany es de pocas medias tintas.
-¿Qué está haciendo ahora?
-Estos últimos cuatro meses he estado en Sao Paulo, trabajando en obra nueva que se ha quedado en la galería Sergio Caribé.
-¿Y qué le dan en Brasil que no encuentra aquí?
-Valencia se mira mucho el ombligo para algunas cosas y para otras, lo hace muy poco. En esta tierra no hay muchos profetas nativos. Es una ciudad pequeña, con poco coleccionismo y una burguesía un poco cateta, poco evolucionada. En Sao Paulo pasa algo similar, pero como se trata de una ciudad con un área metropolitana de 20 millones de habitantes, a la larga hay más variedad. La repercusión de lo que se hace allí es muy grande. Trabajo con un galerista con clientes de todo el mundo, mientras que aquí los galeristas se abren al exterior todo lo que pueden, pero pueden poco.
-Lleva más de 40 años pintando. ¿Cuando mira su currículum se sorprende?
-La verdad es que cuando te hacen un catálogo y allí repasan la trayectoria de un servidor, a mí sorprende un poco haber expuesto mi obra en tantos países.
-¿Se reconoce al mirar su obra de los 70 o los 80?
-Sí. Alguien dijo que el pintor siempre pinta el mismo cuadro, lo cual entendido literalmente es una falacia, pero como aproximación a una idea general se trata de un comentario acertado. Utilizas muchas técnicas, recorres muchos caminos, pasas de lo figurativo a lo abstracto y al revés, pero, a la larga,en el fondo, siempre eres tú. Si uno es sincero con lo que pinta ocurre algo parecido que con el timbre de voz o con la letra manuscrita, que siempre es reconocible.
-Los hay que evolucionan mucho.
-Los hay que, más bien, no hacen más que comprar revistas de arte y van oliendo tendencias para subirse a las olas, pero ahí se ve poca sinceridad. Cuando uno es auténtico, la identidad termina asomando. Hay obras mías de hace 40, 30 ó 20 años que se te caen, es cierto, que no aguantan el tiempo, pero hay algunas que son las menos malas, afortunadamente, donde el que mira puede ver alguna cosa que no está mal.
-¿Qué tal convive con la tensión del equilibrio entre lo abstracto y lo figurativo?
-En el fondo, la pintura no tiene que explicar nada. Tiene su propio lenguaje: el gesto, el color... un misterio. Los críticos intentan teorizar y traducir a la palabra. Se pretende arrimar la pintura al terreno literario, y es un error. La pintura no tiene por qué contar nada. Buscar una historia es caer en la anécdota. Cuando se va a un museo y en la visita guiada te hablan, lo hacen de anécdotas, de la historia del cuadro, o de los personajes... anécdotas. La pintura no es reflejo de otra cosa. El fútbol no puede traducirse a baloncesto, y la pintura no puede convertirse en palabras. Es, simplemente, pintura.
-¿Y qué es el arte?
-Una necesidad. Los artistas somos unos locos, ansiosos, esquizofrénicos, lobos salvajes. No somos intelectuales. Yo soy un perro rabioso. El arte nace de la necesidad de expresar emociones. Yo hablo portugués, alemán, francés, italiano...pero soy un bruto que pinta e intenta transmitir emociones. En el fondo, el espectador es el que completa la obra, por eso no le pongo título a la obra, porque fastidio al que mira, lo condiciono. El arte hay que gozarlo, como un polvo. Sin pretender entenderlo.
-¿Qué tal se lleva con los comisarios, que cada día cobran más protagonismo?
-Hay comisarios y comisarios. Yo me llevo muy bien con Fernando Castro, que sabe bucear y no busca la anécdota, sino que monta la exposición para que el espectador la contemple más cómodamente. Pero al final es el que mira quien hace suya la obra, que debe tener la suficiente ambigüedad como para ver cosas cada vez que te asomas a ella. Yo, la primera vez que vi 'Ronda de noche', de Rembrandt, pensé que el artista empleaba trucos. Era muy joven. Pasados unos años, comencé a ver cosas, un cuadro diferente, y ahora, me parece maravilloso. Con El Greco me pasa siempre. Tienen misterio. Son artistas.
-¿Con el paso de los años varía el concepto de arte para usted, es más abierto, más indulgente?
-No. Indulgente no soy ni un poquito. Lo que se llama ahora arte hay que cogerlo con pinzas. Hay una mala costumbre. A cualquier pintamonas como yo se le llama artista, que son muy pocos. Sólo es arte aquello que el tiempo purifica y dignifica.
-¿Qué visión de Valencia permanece en usted durante este eterno ir y venir?
-Yo mudo de estudio, de ciudad y de cultura porque eso me da vida y me enriquece. Llevo 20 años en este estudio y ya no me satisface. Necesito sensaciones nuevas. Eso se traslada a la ciudad. A mucha gente de fuera, Valencia le estimula, pero yo no le veo tanto atractivo. La arquitectura de la periferia no le puede gustar a nadie. Uno ama el sitio donde nació, y yo nací en el IVAM, a su lado. Y yo lo amo, pero soy crítico, precisamente, porque lo amo.
-¿Le pasa lo mismo con el IVAM que con Valencia?
-El IVAM, al principio, fue un paradigma. Fue el primer museo de arte contemporáneo. Logró una nota importante, pero ahora se ha quedado obsoleto. Estoy hablando de arquitectura, no me quiero meter con las exposiciones ni hablar de su directora. Parece que haría falta una remodelación, esa ampliación anunciada, para abrir espacios nuevos, pero no parece el momento, ahora, con la crisis actual.
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