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JOSÉ V. MONMENEU MARTÍ
Sábado, 10 de julio 2010, 02:46
Ante las manifestaciones del señor Valcarcel, presidente de Murcia, que, como toda persona decente y sensata, ha adoptado una actitud rebelde con respecto a la ley del aborto, se ha levantado alguna que otra miembra, recordando airada a todos los ciudadanos la obligación de someterse a las leyes aprobadas por el Parlamento del Estado; un Estado, dicen, democrático, aunque la nuestra sea una democracia un tanto peculiar, mas bien con cierto tufo a dictadura de partido.
Debo recordar a todos los que alardean de sabios eruditos en la materia, que sobre las leyes emanadas de todos los parlamentos del planeta, inevitablemente campea una Ley Suprema, la ley de Dios, y esto es así independientemente de que algunos duden de la existencia de Dios, puesto que la opinión de los humanos para nada altera la realidad de su existencia. Y Dios dice: ¡no matarás!
¿Acaso pretenden que acatemos la legalización del crimen? Un crimen horrendo perpretado en los seres más indefensos y más inocentes de la Tierra.
Todo lo ocurrido en el Congreso, en el Senado, no es mas que la manifestación de una sociedad enferma, sin valores, que, con su decisión de alejarse de la idea de Dios, intenta suplantar al Creador, al Padre de la Humanidad, asumiendo la potestad sobre la Vida y la Muerte, otorgando o negando el derecho a nacer.
Si alguien piensa que vamos a someternos a esta ley es porque ignora la fuerza del espíritu de la Verdad.
El Parlamento cambiará, inevitablemente sus miembros, como todos, sucumbirán al tiempo pero algunos llevarán el estigma a lo largo de sus vidas, la terrible sensación de haberse rendido al mandato de su partido, traicionando a su propia conciencia.
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